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Miguel A. de Gregorio: El arte de crear vinos

Es uno de los grandes enólogos que han revolucionado los históricos caldos del país

"No me gusta considerarme un enólogo, tiene connotaciones de botica". Miguel Ángel de Gregorio interpreta el viñedo para extraer productos singulares, es un creador de vinos, un concepto mucho más desarrollado en el ámbito anglosajón (winemakers) o el francés (consultants).

De él y de unos pocos más depende en gran parte la innovación y transformación de un sector tan tradicional y longevo en España como moderno y competitivo en todo el mundo: el vitivinícola. "Las bodegas nos buscan porque aportamos un valor añadido desde la concepción del vino y, cuando un producto lleva nuestra firma, cuanto menos suscita el interés del consumidor". En España no existen muchos que se hayan ganado un prestigio como el suyo, ocho o diez apenas; en Francia puede haber unos cuarenta nombres de referencia, y en EEUU, superan los cien.

Con sólo 25 años, De Gregorio se hizo cargo de las bodegas Bretón, en Logroño, donde consiguió llamar la atención con vinos de personalidad muy marcada.En 1995 emprendió su propia aventura creando Finca Allende y de paso, revolucionó el vino en La Rioja, con el premiado Aurus. Actualmente tiene dos bodegas en propiedad y asesora a Bodegas Victoria.

Como es lógico, no es lo mismo diseñar un vino que diseñar un vestido o una joya, donde el artista puede moldear a su antojo la materia prima: "En el caso de la uva, nos vemos obligados a respetarla, intentar trabajarla para obtener lo que queremos, pero siendo muy respetuosos porque no se puede extraer de la tierra más de lo que ésta contiene". ¿Cómo se enfrenta este sofisticado profesional al reto de crear un caldo que sorprenda, deleite y convenza a los paladares? "Escuchando a la tierra".

En su carta de presentación figura que además de enólogo y bodeguero es ingeniero agrónomo, pero él resta importancia a esto último: "Más importante que la formación, es el talento y la sensibilidad, como en muchas otras disciplinas. Una sólida formación científica o de otro tipo no sirve de nada si no se acompaña de una pasión desmedida por el mundo del vino y la viña. De hecho, determinados elaboradores de vino y algunos de los mejores del mundo no han pasado por las aulas". Es algo parecido al toreo, dice.

La experiencia de haber manejado terruños diferentes es el segundo elemento que distingue a estos flying winemakers, de nuevo un término anglosajón que explica cómo estos enólogos alcanzaron la fama al viajar en avión desde California hasta Australia, pasando por Sudáfrica o Chile. Él sin embargo bromea diciendo que es más un driving winemaker, por los traslados que hace en coche de región en región.

Su amor por el vino le lleva a criticar encendidamente la mediocridad en un mercado, como el español, poco competitivo: "Tenemos la mayor superficie de viñedo del mundo, un 30 por ciento más que Italia y un 40 por ciento más que Francia, pero nuestro rendimiento por hectárea es inferior al de estos países y al de otros muchos". El único camino es apostar por la calidad, hacer vinos únicos y singulares, "y aprovechar nuestra ventaja competitiva de ser un terruño histórico, donde hace tres mil años que se cultiva". Algo de lo que no pueden presumir, por ejemplo, los caldos americanos.

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