En plena canícula, con el mismísimo Vulcano echándonos su aliento en la nuca, no hay como llegar a casa, abrir la nevera, coger una lata bien helada, tirar del aro y… pffffff… disfrutar de la bebida más fresca.
Es lo que hice esta tarde, al igual que unos cuantos millones de españoles, supongo. La diferencia es que, en mi caso, lo que apaciguó la sed no fue una cerveza, un refresco ni una bebida isotónica de aquellas que recomiendan los médicos con tanta vehemencia, para beneplácito de las multinacionales. Esta vez, el contenido del receptáculo oblongo es toda una novedad en el mercado: de color amarillo-dorado, con una fina burbuja, aroma de melocotones y flores blancas y una boca plena, que no revela los 13 grados de alcohol. Sí, señores, lo confieso: me he tomado una lata de vino. Espumoso y australiano, para más datos.
Bubbly wine, lo llaman allí. Aunque la empresa que lo elabora y enlata (iba a decir "embotella", teledirigido por el hábito del léxico vinícola), Barokes Wines, presenta al mercado también dos vinos tranquilos (sin burbujas, para los no entendidos), un tinto de coupage (cabernet sauvignon, syrah y merlot) y un blanco (semillón-chardonnay), además del blanco bubbly que me estoy bebiendo y, por último, un espumoso tinto.
Sin perder las costumbres
¿Vinos australianos -del salvaje Nuevo Mundo, nada menos- enlatados para el mercado europeo? Ya estoy contando los minutos a ver cuánto tarda en estallar de ira el primer bodeguero español. O el consumidor tradicionalista, lo mismo da. Ya se sabe, en España somos muy poco afectos a estos inventos: aquí el vino, de Rioja, en botella bordelesa y con un señor corcho.
Nada de siliconas, tapones de roscas y mucho menos latas, cartones y tetrapacks. Pero para ser honesto (mis lectores lo merecen) debo decir que el afecto por la botella sólo se justifica cuando se trata de vinos que necesitan cierta evolución. Si, en cambio, estamos ante un vino joven para consumir en el año, pues lo mismo da una elegante botella, la bendita lata o el formato bag-in-box, que está revolucionando los mercados del norte de Europa.
Ventajas
Y, aún temiendo enardecer a los más ortodoxos, paso a relatar las ventajas de la dichosa latita: en primer lugar, es un formato cómodo para picnics, meriendas al aire libre o para llevar a la playa. En el caso de los vinos de Barokes, las latas son extremadamente ligeras y están fabricadas con la tecnología patentada como Vinsafe, por la cual el vino nunca entra en contacto con el metal gracias a una protección interna. Estas latas tienen una estabilidad de cinco años. Aunque yo no me arriesgaría a guardar una lata en la bodega: seguramente el vino no mejorará y tiene todas las papeletas para perder sus principales virtudes.
Y, por fin, el truco del almendruco en esta presentación es que el volumen de la lata de Barokes, 250 mililitros, equivale a dos copas; es decir… ¡el límite de la tasa de alcoholemia! Si al final van a regalar una lata de vino australiano junto con el carnet por puntos… En fin. Pasemos de la lata al cartón, para descubrir que los bodegueros españoles, amén de tradicionalistas, tampoco son tan negados como para perderse un negocio emergente como el del bag-in-box.
Condiciones idóneas
Con un nombre la mar de gráfico -bag in box significa en inglés bolsa dentro de una caja- este invento aporta condiciones idóneas para la conservación del vino (con tres capas de materiales, el sistema evita los saltos térmicos tan perjudiciales, además del efecto perturbador de la luz y el oxígeno) al tiempo que facilita su almacenamiento.
En una pequeña caja se pueden conservar tres litros de vino, una cantidad equivalente a dos botellas magnum, un objeto más noble desde el punto de vista vinícola pero más incómodo de alojar en la bodega o la despensa. También hay bag-in-box de cinco litros, siempre a precios inferiores en comparación con el mismo vino embotellado. No por otra cosa, en recientes safaris vinícolas por Sudamérica y Portugal he comprobado que a muchas bodegas que elaboran vinos de calidad en aquellas latitudes no se les caen los anillos por meter el vino en estas cajas.
En España, seguro que lo hacen más de cuantos lo reconocen. Fernando Giménez de Alvear, que preside la antigua y prestigiosa bodega Alvear en la D.O. Montilla-Moriles, es uno de esos bodegueros que defienden la tradición (quien lo dude, que pruebe sus magníficos dulces de pedro ximénez) pero que no hace ascos a las innovaciones. Y apuesta por el bag-in-box incluso dentro del conservador mercado doméstico, comercializando un tinto extremeño, Viñalange, y un blanco de pedro ximénez sin crianza, Moriles Monumental: vinos modestos pero nobles. "El sistema es bueno porque resulta más barato para el consumidor, que además ahorra espacio", sentencia haciendo alarde de sentido común. Con semejante actitud, no me queda otra cosa que abrir otra lata australiana y brindar con este bodeguero andaluz y todos aquellos dispuestos a disfrutar del vino (y venderlo) sin complejos. ¡Salud!