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Sindicatos británicos estudian convocar una huelga general, la primera desde 1926

Trabajadores de Unilever protestan tras los despidos. Foto: Getty.

El primer ministro británico tiene una pesadilla recurrente, aunque no exclusiva. Los riesgos asociados habían atormentado ya a anteriores inquilinos de Downing Street. Sin embargo, en el caso de David Cameron, el temor amenaza con materializarse en la realidad, ya que podría convertirse en el primer mandatario de Reino Unido en sufrir una huelga general en casi 90 años. | Lunes duro en Madrid y Barcelona por la huelga en transportes

El severo programa de austeridad impuesto para reducir el déficit ha obligado a impopulares medidas que han envalentonado a las organizaciones de los trabajadores. Las reformas anunciadas la pasada semana, que facilitan tanto la contratación como el despido, pero sobre todo las decisiones relacionadas con el sector público, comenzando por la congelación salarial, han reabierto las heridas de la lucha de clases en un escenario en el que los sindicatos hablan abiertamente de "guerra".

La retórica, no obstante, es el matiz menor. Durante el congreso anual celebrado en Brighton, las centrales demostraron estar dispuestas a la campaña más poderosa de acción directa y desobediencia civil en décadas. Los sindicatos, con todo, insisten en que el conflicto ha sido declarado por la coalición a partir de una batería de actuaciones que, bajo su prisma, prescribe para los trabajadores la dosis más peligrosa de la medicina contra el agujero presupuestario.

De ahí el belicismo de organizaciones que han preparado la artillería para garantizar un nuevo invierno del descontento, o lo que es lo mismo, reeditar la cadena de huelgas que en 1979 acabaría llevando al primer ministro James Callagham a convocar unas elecciones que llevarían a Margaret Thatcher al número 10 durante trece años.

La Dama de Hierro, no obstante, sufriría su parte en un mandato marcado por acciones industriales que provocaron importantes disturbios contra la medicina de choque de Thatcher. Y aun así, ni su predecesor, ni ella, sufrieron la huelga general que sobrevuela sobre Cameron.

La disyuntiva parece más compleja, puesto que su Gobierno descarta que sea un desencuentro abierto a la negociación, sino un problema, el del déficit, que requiere una solución radical e inmediata.

Su postura es inamovible: la hemorragia del erario es tan profunda que precisa una reducción de gasto integral, con el sector público como el principal afectado y los sueldos, como víctima colateral. Sin embargo, el tratamiento puede salirle caro, ya que además de que hay paros ya convocados, el hecho de que el melón de uno general esté abierto prueba la temperatura política que se respira en Reino Unido.

Los sindicatos han aprobado oficialmente la propuesta de explorar el "sentido práctico" de una iniciativa inédita desde 1926. Un análisis que no significa necesariamente que vaya a salir adelante, es más, hay matices que cuestionan la viabilidad. En primer lugar, la disposición a llevarla a cabo. La federación sindical dio luz verde a estudiar la posibilidad, pero hay divisiones entre los miembros y algunas agrupaciones consideran que una huelga general sería entregar a la coalición el "regalo de la propaganda", un arma que amenaza con volverse en contra de los trabajadores.

No en vano, y pese a la impopularidad de las medidas del Gobierno, no está claro que el ciudadano de a pie acepte un paro así. Y lo que es peor, éste podría ni ser operativo, desde un punto de vista del Derecho, puesto que si el catalizador es mostrar oposición a un Ejecutivo, en lugar de a un plan concreto, o a un sector específico, resultaría ilegal.

En cualquier caso, de momento, la discusión sirve para mostrar músculo a una coalición a la que los sindicatos acusan de "no temer de qué está haciendo a la sociedad", sobre todo, ante una nueva oleada de austeridad que divide incluso a los propios conservadores. Los 10.000 millones de libras adicionales que el ministro del Tesoro quiere recortar del Estado del Bienestar han encontrado un fiero opositor en el titular de Trabajo, compañero de partido de George Osborne.

La realidad, no obstante, es tozuda y el desafío económico de un país que sufre su segunda recesión en dos años es mayor de lo que el Gobierno había temido cuando tomó posesión en 2010. La apuesta por apretar el cinturón ha provocado la anemia en una recuperación que sufre de un crecimiento ahogado, alto desempleo y la cada vez mayor presión sobre las economías domésticas.

El único consuelo que le queda a Cameron es que la propia oposición ha reconocido que son necesarias medidas difíciles y, aunque no admite la receta de la coalición, los laboristas admiten su rechazo a las huelgas. El partido, sin embargo, tiene su propia diatriba interna: los sindicatos son su principal fuente de financiación, por lo que no pueden arriesgarse a un enfrentamiento abierto.

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