
Antes fue el aceite de colza, las vacas, los pollos, los pescados, las patatas fritas precongeladas y ahora, de nuevo, el aceite de girasol, esta vez contaminado con hidrocarburos. Lo queramos ver o no, lo cierto es que convivimos con ellos. Están por todos los lados: en el aire, en los alimentos, en la ropa, en los utensilios de trabajo.
Hablamos de los contaminantes, una amenaza invisible cuyo principal peligro radica en su carácter de bomba de relojería. Estamos rodeados por cerca de cien mil sustancias químicas distintas y la mayoría no ha sido analizada, como ha manifestado un grupo de importantes científicos unidos en el proyecto europeo Cascade. Estos y otros expertos señalan que algunas de las enfermedades hormonales que padecemos se deben a la exposición a estos contaminantes químicos desde el mismo útero materno.
Terror en el supermercado
Pero si los tóxicos presentes en envases y productos químicos son evidentes, no les van a la zaga los que contienen alimentos naturales o elaborados. La mano del hombre y su capacidad para contaminar todo lo que toca está detrás de muchos de los problemas que ahora tenemos. Las frutas y verduras con residuos de pesticidas, el pescado contaminado con mercurio y otros metales pesados, cuando no por organoclorados, son sólo algunos ejemplos. Es más, hasta reciclar puede ser malo para la salud.
De hecho, la tinta y el cartón reciclado que llevan algunos envases de pizzas y otros alimentos preparados son un peligro cuando se someten al calor, ya que éste libera y activa el temible Bisfenol A. Como también son tóxicos algunos edulcorantes utilizados como aditivos alimentarios. Este podría ser el caso del ciclamato (E-952) que llevan algunos productos light y que está prohibido en lugares como Alemania o EEUU por su toxicidad.
Hay dos formas básicas de contaminarse. La que se produce por una ingesta o inhalación masiva de un determinado tóxico y la que aparece de manera lenta, a lo largo de años de estar en contacto con el contaminante; por acumulación. Esta última forma podría ser la más extendida, según los expertos, ya que -en datos de la Unión Europea- sólo un 60 por ciento de las frutas y verduras que consumimos está limpia de pesticidas y en un 4 por ciento de los casos su contenido supera los límites máximos tolerables.
Estudio de Adena
Al ser persistentes, la mayoría de los compuestos tóxicos se incorporan al cuerpo humano en dosis minúsculas, mediante diversas vías a lo largo de la vida y, al acumularse, presentan efectos tan a largo plazo que pueden saltarse una generación, pasando de abuelos a nietos.
El problema de estos efectos también se ha visto reflejado en algunas investigaciones. Una de ellas, realizada por médicos del Hospital Universitario de Örebro (Suecia), estableció una conexión causal entre el cáncer testicular en varones de mediana edad y la exposición que sufrieron sus madres decenas de años antes a sustancias como los PCB o el hexaclorobenceno. Los tóxicos se transmitieron de madres a hijos durante el embarazo y la lactancia, y sus efectos tardaron 40 ó 50 años en manifestarse.
Un estudio del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF-Adena), en el que se analizaron ordenadores, secadores de pelo, televisores, sartenes, biberones, ropas, alfombras y un sinfín de objetos de utilización diaria, reveló que de 107 productos químicos potencialmente peligrosos, las familias europeas analizadas tenían en su sangre al menos 73 de estos contaminantes. Los ancianos fueron en quienes se encontraron más tóxicos, lo que es lógico si pensamos que una mayor cantidad de años vividos se corresponde con una mayor exposición a estas sustancias nocivas.