Las limusinas negras se apiñaban a las puertas del restaurante chino cercano a Capital Hill, donde Hillary Clinton daba una fiesta recientemente. Ataviada con un traje pantalón gris claro, desplegaba todo su encanto y picardía. "Aquí es donde tuvimos nuestra primera cita" dijo.
Si no consigue llegar a la Casa Blanca, no será por no intentarlo. Está siendo tan dura como Margaret Thatcher en materia de seguridad nacional; tan tierna como cualquier mamá que se preocupa por el tipo de entorno en el que crecen los niños norteamericanos; y, a la vez, se muestra sexy.
Si continúa funcionando bien en las encuestas, la secuela de Historia viva, su libro de memorias como primera dama, podría ser Haciendo Historia, el relato de la primera mujer en llegar a ser presidente de los EEUU.
El 'tridente'
Pero hay otras dos mujeres, muy diferentes, que también están haciendo Historia. Una es Angela Merkel, la canciller alemana, que no goza de tanta celebridad pero cuenta con la innegable ventaja de estar ya en el poder. Con Ségolène Royal cortejando a los votantes franceses, un poderoso triunvirato de mujeres podría estar gobernando pronto Occidente, en colaboración con un desconcertado Gordon Brown o un crecientemente feminizado David Cameron.
En esa fiesta celebrada en Washington, la amiga de Clinton, Elizabeth Bagley, embajadora en Portugal a mediados de los noventa, se mostraba encantada con la idea. "Es fabuloso. Formarían un equipo magnífico. Podrían poner fin al aislamiento de la era Bush. Son todas ellas mujeres fuertes, pero también saben alcanzar acuerdos".
Esto se debe, explicó Bagley, a que "las mujeres están acostumbradas a realizar múltiples tareas. Estamos constantemente a caballo entre nuestros maridos, nuestros hijos y nuestro empleo".
Thatcher, ¿el precedente?
¿Tiene razón? Ha habido formidables damas de hierro con anterioridad, como Thatcher, Golda Meir e Indira Gandhi. Brillaron con fuerza, pero sus posibilidades de entregar la antorcha a otra mujer fueron pocas.
Marilyn Davidson, profesora de Psicología de la Manchester Business School que ha estudiado la ascensión de las mujeres al poder, afirma: "Cuando Margaret Thatcher fue elegida, pensamos: '¡Ah!, es la primera de muchas'.
Pero no fue así. Se trató de un caso excepcional. Tenía el síndrome de la abeja reina. Aunque usaba su feminidad y sexualidad, le gustaba estar allí arriba ella sola". Sin embargo, Thatcher fue producto del mismo ambiente de preguerra que dio vida a su crítico más acérrimo, Edward Heath. Ella superó a los hombres con sus propias armas.
Por contraste, la llegada de Angela, Ségolene y Hillary a posiciones de liderazgo es el resultado de décadas de traspaso de poderes que han llevado a las niñas a superar a los niños en el colegio y dejarlos atrás. Las mujeres constituyen actualmente el 57 por ciento de los admitidos en las universidades y superan a los hombres en todas las materias, incluidas las matemáticas y la ingeniería.
Clinton mantendrá un silencio general acerca del feminismo y los derechos de la mujer durante la campaña, puesto que se trata todavía de un terreno arriesgado. Mientras las mujeres acceden a los niveles más altos de la política y la empresa, algunos hombres se preguntan: "Y nosotros, ¿qué?".
Resistencias
En caso de cometer un descuido, Clinton o Royal podrían entrar en caída libre. Según Peter Kellner, de YouGov, empresa especializada en encuestas, las mujeres no gozan de muchas oportunidades en la política. "Se parecen más a un perro, que tiene una sola vida, que a un gato, que tiene nueve", dice. Algunos indicios sugieren que los votantes todavía se resisten a que las mujeres asuman el liderazgo.
En EEUU, el encuestador Scott Rasmussen preguntó a los votantes si estaban preparados para elegir a una mujer como presidente y el 78 por ciento contestó afirmativamente. Pero el porcentaje cambió cuando se les preguntó si pensaban que sus amigos, familiares y colegas harían lo mismo. Solamente un 51 por ciento asintió.
Los partidarios de Clinton consideran que cuentan definitivamente con el voto de las mujeres de edades comprendidas entre los 18 y los 32 años, pero este grupo demográfico tiende a votar demócrata en cualquier caso. Solamente marcará una diferencia si Clinton consigue atraer a un número suficiente de votantes mujeres que, de otro modo, se habrían quedado en casa.
El caso de Merkel
Cuando Merkel, con 52 años, presentó en 2005 su candidatura a convertirse en la primera mujer canciller de Alemania contaba con una cómoda ventaja en los sondeos, pese a lo cual a duras penas consiguió ponerse al mando de un gobierno de coalición.
¿Hubo resistencia de última hora a entregar el poder a una mujer? Los analistas piensan que el giro tuvo más que ver con sus planes para sacudir el estado del bienestar alemán que con su sexo.
Sólo a regañadientes ha aceptado que "el hecho de que soy una mujer es inevitable". Gerd Langguth, su biógrafo y profesor de política de la Universidad de Bonn, afirma: "A Merkel nunca le han interesado las comparaciones con otras mujeres. Siempre dice: "yo soy yo", pero los alemanes la comparan frecuentemente con Thatcher, pues, al igual que ella, se la consideró una intrusa en los primeros tiempos de su carrera política".
Pero también puede ser implacable. Fue mädchen de Helmut Kohl -la 'chica' que salvaba las apariencias en su gobierno- pero posteriormente mostró su temple al volverse contra él por escrito cuando se vio atrapado en un escándalo de financiación del partido.
Arreglos de imagen
En el caso de Ségolène Royal, su atractivo sexual es una poderosa herramienta de campaña en su puja por convertirse en la primera Madame la Présidente de Francia. Al aparecer con un bikini azul celeste en las revistas, un periódico sensacionalista escribió: "¡Y pensar que tiene 53 años!"
Al igual que Clinton y Merkel, Royal se muestra mucho más atractiva hoy que hace una década, cuando llevaba faldas de colores sobrios, aburridas blusas y lazos de terciopelo.
El cambio experimentado por el peinado de Clinton, que pasó de las diademas a los rizos, fue objeto de considerables sátiras, pero actualmente ha optado por el atuendo sensato de la mujer profesional en lugar de desempeñar el pretendido papel de primera dama amante del hogar y la cocina.
Incluso Merkel cuenta ahora con su propio gurú de estilo, aunque, en ocasiones, nadie lo diría a juzgar por sus meteduras de pata, como el vaporoso traje rosa que lució con ocasión de un concierto de Wagner en Bayreuth.
El difícil camino de Ségolène Royal
Royal también se ha sometido a una renovación completa, incluyendo un arreglo dental. Es posible que esté exagerando su atractivo sexual: algunas páginas web se han hecho eco de rumores que apuntan a un affaire con un antiguo presidente de Renault.
A diferencia de Clinton, Royal se muestra embarazosamente propensa a los errores en materia de política exterior. Recientemente, un bromista de la radio francesa la engañó para que hablara por teléfono con el supuesto primer ministro de Quebec. También dio las gracias a un político de Hezbollah que acusó a Israel de nazismo por "ser tan franco".
Otra de las dificultades de Ségo, y de esto haría bien Hillary en tomar buena nota, es el enorme ego mostrado por su compañero, François Hollande, padre de sus cuatro hijos y secretario general del Partido Socialista francés, que considera claramente que debería ser él quien ocupara el Elíseo. Por el contrario, para Hillary, es positivo que Bill sea su mayor defensor.
¿Es posible el relevo?
Con Francia hastiada de la cínica presidencia de Jacques Chirac y Norteamérica absolutamente harta de Bush y la guerra de Irak, parece un momento adecuado para que Royal y Clinton se apresten a satisfacer sus ambiciones presidenciales. Por tanto, ¿tiene nombre de mujer el futuro?
Desde luego, la política se está feminizando. Sin embargo, el temor de los hombres a una toma de poder por parte de las mujeres podría ser un poco prematuro. Clinton y Royal no son las únicas candidatas para el cambio que atraen a los votantes.
Sarkozy se presenta como la antítesis del anquilosado Chirac, mientras que Clinton podría enfrentarse a una gran competencia por parte del senador John McCain o Rudy Giuliani, el antiguo alcalde de la ciudad de Nueva York, ambos figuras heterodoxas del Partido Republicano que atraen a los independientes.