
Estados Unidos se descolgó el pasado jueves con uno de esos datos que obliga a pellizcarse dos veces para comprobar si corresponde a la realidad o al mundo de los sueños. En la primera de la dos revisiones correspondientes a la evolución del Producto Interior Bruto (PIB) en el segundo trimestre del año, la tasa de crecimiento se incrementó del 1,9 al 3,3% interanual.
Este aumento, que superó con creces el repunte hasta el 2,7% previsto por los analistas, propagó el optimismo por los parqués internacionales. Sorprendidos por la magnitud de la variación en un contexto de supuesta crisis económica, los inversores saludaron la noticia con unas compulsivas compras que propiciaron subidas próximas al 2% tanto en Wall Street como en los mercados europeos.
Sin embargo, se trató de una euforia de corto alcance. Al día siguiente, los números rojos retornaron a la Bolsa de Nueva York, donde los descensos se movieron rondaron el 1,5%. Y si lógica resultó la primera reacción, tal vez más trascendencia reviste la segunda. ¿El motivo? Que los inversores no se cegaron por la brillantez del dato. Es decir, que son bastante conscientes de que las dificultades distan de haberse evaporado.
La espectacular cifra registrada entre abril y junio entraba dentro de lo previsible. No en vano, debía ser en esos meses cuando se dejara sentir los empujones proporcionados por el cheque fiscal de la Administración de George W. Bush y las rebajas de los tipos de interés emprendidas por la Reserva Federal (Fed) presidida por Ben Bernanke. Y, a juicio de los analistas, así ha sido. Es más, sus efectos podrían prolongarse durante el arranque del actual trimestre. Pero, ¿y después?
¿Qué hay que mirar?
Esta incógnita es la que, precisamente, debieron ponderar los inversores el viernes. Y no es para menos. De hecho, el presidente de la delegación de la Fed en Dallas, Richard Fisher, ya aventuró la semana pasada que el crecimiento de la segunda mitad del ejercicio puede situarse en cero.
Adicionalmente, las actas de la última reunión del banco central de EEUU, que tuvo lugar el pasado 5 de agosto, recogieron que la economía permanecerá "amenazada" durante varios trimestres. Por tanto, la mayor potencia del mundo aún no puede confiarse. "Queda por ver qué sucede con el consumo privado en la parte final del año, una vez atenuado el efecto del estímulo fiscal y con numerosos lastres presentes: destrucción de empleo, caída de los precios de la vivienda, entre otros", afirman los analistas de Banif.
Los puntos débiles de la economía norteamericana
En efecto, la maquinaria norteamericana posee puntos débiles cuya mejoría resulta determinante. Más en concreto, sobresalen cuatro enemigos que, como los jinetes bíblicos, pueden conducir a la economía al Apocalipsis de la recesión. Se trata de los datos de vivienda, empleo, inflación y consumo.
EEUU necesita que el precio de la vivienda deje de caer y que se vendan más casas; que el mercado laboral genere puestos de trabajo; que los precios se frenen; y que el consumo no se enfríe. Mientras estas piezas no encajen, el puzzle de la recuperación seguirá inconcluso.
De momento, las ventas de viviendas mejoraron ostensiblemente en julio y la inflación podría moderarse al calor de la fuerte caída del petróleo, que ayer llegó a situarse por debajo de los 110 dólares por vez primera desde mayo. Sin embargo, las previsiones indican que en agosto se destruyó empleo por octavo mes consecutivo y que las ventas al por menor continuaron débiles durante el mes pasado.
Hasta el momento, EEUU ha mostrado una resistencia encomiable. Pero no podrá cantar victoria mientras los jinetes continúen cabalgando.