Bolsa, mercados y cotizaciones

El pánico regresó a las bolsas

La debilidad de las bolsas tras el 11-S duró hasta marzo de 2003.
Los cimientos de Wall Street temblaron aquel 11 de septiembre. Ese día, el terrorismo golpeó en el mismo corazón del distrito financiero estadounidense, apenas unos minutos antes de que la campana sonara en la Bolsa de Nueva York.

Pero esa mañana no se escuchó su tañido. No hubo sesión. Lo que se oyó en su lugar fue un estruendo extraño. Y después otro. Provenían de los dos aviones que se estrellaron contra las Torres Gemelas. Éstas habían sido testigo de miles de sesiones bursátiles desde 1977. Y así debía seguir siendo. Pero el 10 de septiembre de 2001 fue la última vez que lo hicieron, porque aquellos atentados terroristas acabaron con ellas.

Wall Street guardó luto. No abrió sus puertas ni esa fatídica jornada ni las tres siguientes, algo que no ocurría desde 1933. Esperó hasta el 17 de septiembre para tratar de superar el impacto no sólo físico, sino también psicológico, de los ataques. Otros mercados, como el mexicano o el canadiense, también permanecieron cerrados una o varias jornadas.

Puntilla definitiva

Para los parqués que sí trataron de hacer su vida cotidiana, la normalidad se convirtió en ventas y más ventas. El pánico había regresado a las bolsas. Así, el mismo 11 de septiembre los mercados europeos sufrieron descensos que oscilaron entre el 5 y el 9 por ciento. En España, el índice Ibex 35 se comportó algo mejor, ya que su descenso se limitó al 4,56 por ciento.

Cuando, seis días después, Wall Street retomó su actividad, esas caídas adquirieron un carácter global. Como era previsible, y pese a que la Reserva Federal recortó medio punto los tipos de interés esa misma jornada en un intento de transmitir confianza a los inversores, los números rojos marcaron la pauta. De hecho, la Bolsa de Nueva York no registró otra cosa que caídas durante esa semana. En cinco jornadas, los índices norteamericanos se desplomaron más de un 10 por ciento, una debilidad que se contagió a los principales mercados mundiales, que entre el 10 y el 21 de septiembre padecieron descensos comprendidos entre el 7 y el 17 por ciento (ver gráfico). Aparte de las caídas registradas por los índices, sectores concretos, como los de aerolíneas, aseguradoras y turismo, sufrieron de manera especial el impacto de los atentados, puesto que afectaron al núcleo de su negocio.

Pero estos recortes no sólo fueron importantes porque reflejaron el pesimismo generado por los ataques. Su simbolismo fue aún mayor: comenzaron a rematar a unos parqués que venían perdiendo fuerza desde comienzos de 2000, momento en que empezó a desinflarse la burbuja generada en los noventa al calor de la Nueva Economía y la revolución tecnológica inspirada por Internet. La puntilla final no tardó en llegar: lo hizo apenas unas semanas después del 11-S y la puso la compañía energética estadounidense Enron.

En torno a esta empresa se destapó el mayor escándalo contable y financiero de todos los tiempos. Alcanzó tal magnitud que no sólo dio lugar a la mayor bancarrota de la historia, sino que desencadenó una auténtica crisis de confianza entre los inversores, que comprobaron que los mecanismos de defensa del mercado no fueron capaces de identificar la arquitectura contable que había configurado Enron.

Vivir con la amenaza

Acentuada así por los ataques del 11-S y la quiebra de Enron, la debilidad de las bolsas duró hasta marzo de 2003. En concreto, fue la segunda guerra de Irak la que supuso el punto de inflexión. El comienzo de este conflicto fue interpretado en los mercados como el fin de un periodo de incertidumbre geopolítica que se había prolongado durante varios meses. Además, la rápida evolución de los combates sirvió de apoyo para esas subidas iniciales, que posteriormente encontraron un catalizador fundamental en las señales de recuperación transmitidas por Estados Unidos.

Entre abril y junio de 2003, la economía norteamericana creció a una tasa interanual del 3,5 por ciento, su ritmo más alto en tres años. Un trimestre después, las dudas que aún latían en los parqués se despejaron: entre julio y septiembre, el crecimiento estadounidense se disparó hasta el 7,5 por ciento, la tasa más elevada desde 1984. Los mercados por fin habían encontrado la brújula que les guiase tras la dura travesía en el desierto que habían sufrido durante tres años.

De lo que no pudieron librarse los parqués ni la comunidad internacional fue de la amenaza terrorista. El 11 de marzo de 2004, justo un año y medio después del 11-S, los atentados sufridos en Madrid confirmaron una triste realidad: los parqués debían acostumbrarse a convivir con el terrorismo. De hecho, el impacto del 11-M no fue tan grande en las cotizaciones, ya que los descensos se movieron entre el 3 y el 6 por ciento en las principales plazas financieras. En el caso del Ibex, alcanzaron el 7,1 por ciento.

Poco más de un año después, el 7 de julio de 2005, la historia se repitió, esta vez en la calles de Londres. Fueron precisamente estos atentados los que constataron que los inversores se habían adaptado a un escenario marcado por la continua amenaza del terrorismo, puesto que los índices apenas sufrieron descensos comprendidos entre el 1 y el 3 por ciento.

Si bien es cierto que esta cadena de atentados no ha apartado a los mercados mundiales de las subidas que vienen protagonizando desde hace ya tres años y medio, también lo es que el 11-S y las consecuencias que desencadenó introdujeron a los parqués en un nuevo entorno. En él, las cotizaciones se han visto obligadas a hacer un hueco al terrorismo. O, como dicen los técnicos, a descontar la 'prima por atentados'. Es la bolsa del siglo XXI.

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