
Valverde de la Vera (Cáceres), 2 abr (EFE).- La calles empedradas de Valverde de la Vera recobrarán durante la madrugada del jueves al Viernes Santo el emocionante caminar del vía crucis de los "empalaos", en una impresionante muestra de devoción y sacrificio que cada Semana Santa se convierte en la mayor expresión cultural de esta villa cacereña.
"He visto pocas cosas en mi vida que recuerden tanto el paso de Jesús por la empinada Vía Dolorosa como un 'empalao' de Valverde", asegura Isabel Velasco, una vallisoletana que desde hace once años es testigo directo del caminar lento y sacrificado del vía crucis de los "empalaos".
Isabel volverá este Jueves Santo a la localidad verata "con los ojos y los oídos muy abiertos, la mente clara y el corazón encogido", ha asegurado hoy a Efe.
Nunca se sabe a ciencia cierta cuántos empalaos realizan su penitencia cada año -normalmente entre 30 y 40- ya que todo es anónimo en este rito secular que permanece sin apenas cambios desde sus orígenes en el siglo XVI.
El vía crucis de los empalaos veratos está declarado Fiesta de Interés Turístico Nacional, pese a no ser en sí un espectáculo, pues la soledad y el callado sacrificio del penitente no provoca aplausos sino silencio, conmoción y, en muchas ocasiones, incluso lágrimas.
El anonimato de la penitencia es impresionante, y eso quizás es lo que más sobrecoge de esta espectacular representación religiosa.
Los empalaos son siempre varones que, en las últimas horas del Jueves Santo, se recogen en la intimidad de su casa, donde sus familiares les empalan: se empieza con unas enaguas antiguas de mujer ceñidas a la cintura que les sobrepasan las rodillas.
Posteriormente, se les cubre el torso desnudo con una soga de esparto que da vueltas alrededor del cuerpo hasta cubrir el pecho y espalda con diez vueltas en una operación sumamente delicada, pues si la cuerda queda muy floja, su roce convierte al cuerpo en una llaga por el movimiento de los músculos, y si se ciñe demasiado se corta la respiración.
En esta intrincada operación siempre participan varios vecinos expertos que acumulan cientos de horas vistiendo empalaos.
Cuando la soga alcanza la parte alta del tronco, a la altura de los brazos, se coloca sobre los hombros un timón de madera del arado romano de dos metros de largo y doce centímetros de diámetro, sobre el que el empalao extiende en forma de cruz sus brazos y manos, que también son cubiertos con la soga.
Al final de cada extremo de la cruz, se colocan unas largas puntillas blancas y tres abrazaderas metálicas o vilortas del arado, que al chocar entre sí provocan un sonido que aporta a la escena sensaciones de repique de difuntos, al tiempo que avisa del paso por las calles de la población del empalao, cuyo rostro y cabeza permanecen cubiertos con un velo blanco para mantener el anonimato.
Finalmente, se colocan dos espadas en forma de aspa sobre la espalda del penitente, cuyas puntas sobresalen por encima de la cabeza, donde lleva una corona de espinas.
Al empalao le acompañan en su penitencia el cirineo que, cubierto con una capa antigua o una manta, le da luz con un farolillo y que, en caso de caídas, le ayuda a incorporarse para que siga adelante en su recorrido hacia el Calvario, en el que se arrodilla para rezar una oración ante todas y cada una de las estaciones.
Si en su camino se cruza con otro penitente o una mujer vestida de Nazareno, ambos detienen su lento caminar y se arrodillan uno frente a otro para rezar una oración.