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El anacronismo histórico del Betis y Barreiros

En la España de los setenta, uno de los mejores coches que se podía tener era un Dodge. Los había con una capota de vinilo. Les hacía elegantes aquel protector. En realidad se construían así porque Eduardo Barreiros, el Henry Ford español, se había comprometido con Chrysler a vender 15.000 unidades al año cuando el mercado español sólo tenía capacidad para 3.000. Las carrocerías llegaron pero los techos se oxidaron antes de entrar en la cadena de montaje. La fabricación de coches fue el principio del fin del imperio que en la España de posguerra levantó un gallego que había comenzado su carrera comprando desguaces, arreglando motores y vendiendo los vehículos que dejaba arreglados.

Barreiros, que había inventado una máquina barredora de carreteras para agilizar los trabajos de los concursos de obras públicas, revolucionó el mercado español al transformar los motores gasolina en diésel, combustible que en aquel entonces era una tercera parte más barato. Con la patente para el mercado español de su invento, el INI sólo le dejó fabricar motores para evitar la competencia a Pegaso. Tuvo que ganar un contrato para el ejército portugués frente a los General Motors que habían hecho una Guerra Mundial, con El Abuelo, para que le dejasen construir sus camiones. El ocho segmentado en vertical de logo que formaban la 'e' de Eduardo y la 'b' de Barreiros inundó de camiones de la fábrica de Villaverde una España en reconstrucción por su robustez, su red comercial y la posibilidad de pagarlos a plazos.

Barreiros es un anacronismo en la España de la autarquía como lo es el equipo de fútbol con la idiosincrasia más particular del fútbol español: el Real Betis Balompié. Un equipo que presume de la corona monárquica, tuvo su época dorada en la República con la que ascendió a Primera, fue subcampeón de Copa y ganó su única liga. El Betis, genial e imprevisible, pese a ser uno de los escasos equipos que defiende en su nombre el término castellano de fútbol logró su primer título con un entrenador inglés. En 1935, con el gol de Timimi, se impuso al Madrid en el Patronato y el 28 de abril, domingo de feria, la delantera de la flecha verde ganó al Racing con Patrick O'Connell en el banquillo. Este sabía que el presidente del Racing, José María de Cossío, que era madridista, ofreció mil pesetas a sus jugadores por evitar el título verdiblanco.

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