
Desde el fin de la crisis financiera que acorraló al capitalismo moderno y desató la peor recesión desde los años 30, la economía mundial es víctima de un new normal, donde la respiración asistida de los distintos bancos centrales y el comatoso crecimiento se enquista en medio de un pulso entre medidas de estímulo contra la austeridad.
La recuperación se ha visto entorpecida en gran medida por las dudas desatadas sobre la sostenibilidad de la deuda soberana de la periferia europea y el estoicismo germano a incentivar el crecimiento sin apretarse antes el cinturón.
Sin embargo, el conocido como helicóptero Bernanke y su masiva compra de bonos y activos hipotecarios a este lado del Atlántico, que acumula ya su tercera remesa desde 2010, ha logrado fortalecer los cimientos del crecimiento en Estados Unidos, todavía la economía más grande del mundo. Es por ello que cuando el primer ministro nipón Shinzo Abe comenzó su segundo periplo al frente de la tercera potencia mundial a finales de diciembre, optó por aplicar una inyección de esteroides a la economía del país, visto el resultado de sus colegas estadounidenses. Al fin y al cabo, con cinco recesiones desde 1990 a sus espaldas y dos décadas de travesía por el desierto, Japón está lejos de ser ejemplo de dinamismo económico.
Sus tres flechas incluyen una artificial fórmula de relajación monetaria extrema, un objetivo de inflación del 2%, un estímulo por valor de 102.000 millones de dólares y una oleada de iniciativas para desregular distintos sectores. En este sentido, el Banco Central Europeo (BCE) es la antítesis del Banco de Japón y la Reserva Federal. Después de la decrépita situación que enfrenta la economía de la eurozona, Mario Draghi y sus chicos parecen sólo estar preocupados por la inflación, pese a que muchas voces internacionales, entre ellas el Fondo Monetario Internacional abogan por más estímulos, ya que el BCE cuenta con espacio suficiente para implementar una política mucho más acomodaticia.
Dicho esto, el extremo experimento orquestado por el primer ministro nipón, bautizado por la comunidad internacional como abenomics, ha desatado sentimientos encontrados. "El destino de Japón parece cada vez más incierto, con varios posibles resultados que pueden estabilizar o desestabilizar la economía y los mercados mundiales", reconoce Tomoya Masanao, director de Pacific Investment Management Co (Pimco) en el país del Sol Naciente. "El Banco de Japón finalmente se ha sumado al experimento de la política monetaria hiperactiva. Este es un paso necesario, aunque no suficiente, para poner fin a más de diez años de deflación", añade.
Es cierto que, como indican los expertos, Japón debería experimentar una recuperación económica cíclica gracias a la implementación de su receta más audaz en lo que a política monetaria se refiere desde la posguerra. De hecho, esta semana veíamos como la revisión del PIB del primer trimestre experimentó un mejora al alza, hasta el 4,1 por ciento lo que supone un voto de confianza para Abenomics. Aún así, la sostenibilidad del crecimiento seguirá siendo cuestionada tanto por las dinámicas internas y externas. Abe debe implementar ahora reformas estructurales, que aún podrían ser limitados dados los intereses políticos involucrados. Recordemos que el ratio de deuda respecto al PIB debería alcanzar el 224 por ciento en 2013, según proyecciones del Ministerio de Finanzas nipón. Además, dicho porcentaje no incluye los 10,3 billones de yenes en inversiones para obras pública y otras medidas aprobadas el pasado mes de enero.
Por otro lado, la política de reactivación económica nipona también se puede ver interrumpida por las reacciones de sus homólogos regionales y mundiales. Recordemos que cuando el nuevo gobernador del Banco de Japón implementó su masiva intervención en los mercados nipones el pasado abril, algo que devaluó el yen, muchos países interpretaron la operación como una devaluación competitiva, es decir, el posible detonante de una guerra de divisas. Un hecho al que posteriormente los ministros de Economía y Finanzas del G-20 dieron su beneplácito, pero que pone de manifiesto que Japón deberá garantizar su crecimiento en la economía global "sin comerse la participación" de otras economías en el proceso, indica Masanao.
El experimento de Abe
A principios de abril, Kuroda anunció metas monetarias drásticas. El gobernador del Banco de Japón apostó por duplicar la base monetaria del país hasta 2014 mediante el aumento de las compras de bonos del gobierno japonés. Las compras mensuales de bonos por valor de aproximadamente 75.000 millones de dólares, aumentarán el balance del banco central a una velocidad mucho mayor que el de la Reserva Federal.
Para lograr este objetivo, Kuroda también interviene directamente en los mercados bursátiles e inmobiliarios mediante la compra de acciones, fondos cotizados y fondos de inversión inmobiliaria. Este tipo de operaciones, sin embargo, están prohibidas en la Reserva Federal. Esto, junto con el paquete fiscal, son las partes políticamente indoloras de Abenomics, pero no por ello peligrosas. Abe provocó el desplome del Nikkei cuando dijo que su impulso legislativo para reformar la economía no se producirá hasta el otoño.
De un tiempo a esta parte, la renta variable nipona y los inversores sufren en sus propias carnes las consecuencias de haberse convertido en los conejillos de indias de Abenomics. Prueba de ello es que el Nikkei ha caído más de un 20 por ciento desde su máximo de 15.942 puntos mientras el Banco de Japón sigue sin concretar medidas que eviten la volatilidad vivida por el yen, cuya revalorización pasa factura a los principales exportadores del país. El yen subió el jueves a su mayor nivel desde que el pasado 4 de abril el Banco de Japón anunciase que compraría un total de 1,4 billones de dólares en bonos, algo que desató la comprar de acciones japonesas y la venta de yenes.
Aún así, para Adam S. Posen, presidente del Peterson Institute for International Economics, el vaivén de los indicadores bursátiles nipones "es en parte el reflejo de que las medidas de Abe surten efecto". "El sector privado está comenzando a tomar más riesgos, ya no tiene miedo a estar sentado sobre una pila de efectivo y de ahí que estemos viendo cierta volatilidad en el mercado, debemos admirar el plan del primer ministro en este colosal intento por sacar al país de la deflación de una vez por todas", indica.
Cara y cruz de Abenomics
En Estados Unidos, Ben Bernanke y sus chicos en la Reserva Federal fueron los pioneros en aplicar medidas ultracomodaticias y dar el pistoletazo de salida a la compra de bonos del Tesoro de EEUU. El balance de cuentas del banco central estadounidense ha engordado ya hasta sobrepasar los 3,2 billones de dólares y, de hecho, se piensa ya en pisar el freno a estos estímulos.
A día de hoy, la economía de Estados Unidos demuestra una recuperación, pero todavía está lejos de alcanzar su potencial. El PIB creció en el primer trimestre del año un 2,4 por ciento mientras que el pasado mes de mayo se sumaron un total de 175.000 nuevos empleos. La tasa de paro se acomoda en el 7,6%, mientras más estadounidenses se animan de nuevo a la caza de un puesto de trabajo.
Por su parte, el Banco Central Europeo continúa fiel a su parálisis política. Es cierto, que ha situado su tasa de referencia en el 0,50 por ciento, implantado un programa masivo de financiación a largo plazo para los bancos y promete comprar bonos soberanos en caso de necesidad, marcando su política más relajada de los últimos 14 años. Sin embargo, en comparación con las tasas cercanas a cero de sus homólogos japoneses y estadounidenses, Mario Draghi continúa siendo un verdadero halcón entre palomas.