El banco prepara en la sombra el desembarco de los que capitanearán la entidad a partir de ahora
Desde su majestuoso edificio situado en el 200 West Street de Manhattan, el que fuera y sigue siendo la envidia de los desparecidos bancos de inversión -una categoría a la que muchas entidades tuvieron que renunciar para sobrevivir al azote de la crisis en 2008- Goldman Sachs se erige como el villano benévolo o el héroe malicioso de la industria bancaria de Estados Unidos. En sus 143 años de historia, la entidad fundada por Marcus Goldman y Samuel Sachs no sólo ha sido la cuna de figuras políticas, como el ex secretario del Tesoro, Henry Paulson, o el malparado ex gobernador de Nueva Jersey, Jon Corzine; sino que se ha convertido en la osamenta que sustenta parte de la infinita gama de operaciones financieras que alimentan el capitalismo mundial.
Su elitismo y sobriedad -símbolo de la cultura corporativa que se respira en la trastienda de sus oficinas pese a sus hasta ahora jugosas remuneraciones- ha sido vapuleada una y otra vez durante los últimos años, fruto de polémicas inversiones al borde de la legalidad, posiciones que ponían en entredicho la relación con sus clientes, la imperiosa urgencia de generar beneficios, no sólo para sus inversores sino para el gozo propio de su cúpula de directivos, y la necesidad de encontrar una deidad que sacrificar ante el desamparo popular que dejó la mayor recesión desde la década de los años 30.
Ahora, cuando la entidad vuelve a recuperar el anonimato mediático, Goldman Sachs prepara en la sombra y sin fanfarrias el desembarco de la próxima generación de directivos encargados de capitanear la entidad en una etapa de cambios, donde la resaca dejada por la avaricia del pasado, la nueva regulación y requisitos de capital han hecho mella en su balance y, por tanto, perjudicado a sus inversores.
Según la consultora Dealogic, los ingresos en todo el mundo para la banca de inversión se han reducido un 26 por ciento en el primer semestre de 2012 respecto al mismo periodo del año anterior.
En el caso de Goldman, el daño es evidente. Los ingresos de su negocio de banca de inversión se situaron en la primera mitad del año en los 1.700 millones de dólares, por detrás de JP Morgan y Bank of America Merrill Lynch. Por su parte, su base de clientes institucionales generó 9.600 millones de dólares, un 5 por ciento menos que un año antes pero lejos del desplome sufrido por su competidor directo, Morgan Stanley que perdió un 32% de sus ingresos.
Durante 2012, las acciones de Goldman se han revalorizado un 18,5%. Sin embargo, si echamos la vista atrás y nos remontamos al nombramiento de su actual consejero delegado, Lloyd Blank-fein, como gestor clave del banco, allá por junio de 2006, el valor de sus títulos ha caído un 25,1%. De hecho, si el 22 de octubre de 2007, las acciones de la por entonces idolatrada entidad tocaban los 235,92 dólares, en estos momentos rondan los 113 dólares, un descalabro del 46% que pesa como una losa sobre la imagen de su capitán.
Wall Street ha desayunado con los rumores de una posible retirada de Blankfein desde que en 2009 el escándalo relacionado con su monstruoso producto de inversión Abacus, integrado por obligaciones de deuda colateral hipotecaria, sacara los colores de la entidad, que fue acusada de venderlo entre sus clientes para luego invertir en su contra a beneficio propio, siendo consciente de que dichas hipotecas eran tóxicas. La situación se saldó con una multa de 550 millones de dólares y sin que la Comisión de Mercados y Valores de EEUU (SEC, por sus siglas en inglés) colgase el sambenito de fraude al asunto.
De todas formas, Goldman Sachs ha sido el centro de atención de otras polémicas de alto calibre bajo la supervisión de Blankfein. Así, se ha culpado a la entidad de hinchar los precios de los alimentos entre 2007 y 2008, tras la creación de su índice de commodities actualmente conocido como S&P GSCI. Por supuesto, tras el desolador panorama dejado por la crisis subprime a este lado del Atlántico, la Comisión encargada de investigar la crisis diseccionó el papel de Goldman, que salió libre de haber cometido ningún pecado.
Sin embargo, después de haber sido denominado como "el calamar vampírico en la faz del mundo" por el periodista Matt Taibbi o ser duramente criticado públicamente en un editorial publicado en New York Times por Greg Smith, uno de sus exdirectivos, Goldman Sachs ha comenzado ya el traspaso de poder entre su cúpula directiva. El primero en retirarse fue su peculiar director de comunicación, Lucas Van Praag, un veterano que ha sido sustituido por Richard L. "Jake" Siewert Jr, exportavoz durante la administración Clinton y encargado ahora de renovar la imagen de Blankfein. Dicho esto, la salida que marca el fin de una generación a bordo del banco es la jubilación de David Viniar, hasta ahora su director financiero.
Viniar será sustituido por un hombre de la casa, Harvey M. Schwartz, quien a su vez forma parte del círculo de confianza de Gary D. Cohn, hasta ahora director de operaciones del banco y uno de los nombres que más suenan en todas las quinielas como sucesor natural de Blankfein para dirigir Goldman. Viniar, que posee cerca de 225 millones de dólares de acciones de Goldman y ocupa su puesto desde 1999 aseguró que, como director financiero, Harvey será capaz de obtener el mayor precio de las acciones de lo que él ha sido capaz de conseguir.
La salida de Viniar, cuya imagen ha obnubilado públicamente a la del propio consejero delegado de Goldman Sachs, y el nombramiento de Schwartz refuerzan la teoría de que Cohn se rodea ya de sus más allegados para tomar el testigo de Blankfein quien, de momento, prefiere no pronunciarse sobre el tema, aunque sus horas al frente de Goldman parece que están contadas.