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El mapa de la calificación: el mundo se llena de agencias

  • Crece el número de empresas para acabar con el oligopolio calificador

El mapa mundial se está llenando de compañías dispuestas a evaluar la solvencia y el riesgo de invertir en la deuda emitida por las empresas, las entidades financieras y los países u otros organismos públicos. Como si se tratara del Risk, famoso juego de mesa de estrategia militar, de momento van tomando posiciones con el objetivo de sentar las bases para un asalto futuro.

La batalla, por tanto, está planteada. ¿Contra quién? Contra el oligopolio de facto que mantienen las tres grandes del sector: Standard & Poor's (S&P), Moody's y Fitch. Ver gráfico: Así queda el tablero de la 'batalla' de la calificación de riesgos

Eso sí, derrocar a las big three no será tarea fácil. Llevan muchas décadas de ventaja. Mientras que la mayoría de las competidoras apenas tiene 20 años de historia, e incluso muchas de ellas se han reconvertido o mutado en agencias de rating en la última década o en los últimos años, las tres grandes cuentan con una trayectoria centenaria -o casi- a sus espaldas. La decana es S&P, que fue fundada en 1860; le siguió Moody's en 1909; y Fitch vio la luz en 1913.

Esta longeva experiencia forjó su posición de dominio en el mercado, hasta el punto de que todos, emisores e inversores, sólo se fiaban de sus criterios, sus metodologías y sus notas. Lo que dijeran otras agencias no existía. No valía. No interesaba.

Su poder se vio afianzado, además, por la relevancia que fueron adquiriendo en el engranaje de la maquinaria financiera mundial. "La confianza en estas agencias está tan firmemente arraigada que los futuros emisores a menudo obtienen un rating antes de intentar captar dinero en los mercados de capitales", escribió el coresponsable del departamento de política y estrategia de Black Sea Trade and Development Bank, Panayotis Gavras, en el último número de Finance&Development, la revista trimestral del Fondo Monetario Internacional (FMI).

Al mismo tiempo, Gavras explica que su influencia también se debe a que su labor facilita el trabajo de selección a los inversores, que encuentran en las calificaciones un filtro para elegir los títulos para sus carteras.

Antes y después de Lehman

Sin embargo, la crisis financiera desatada durante el verano de 2007 ha supuesto un punto de ruptura para su privilegiada situación. En especial, los ojos se volvieron hacia ellas cuando el banco Lehman Brothers, el cuarto más poderoso del momento en Wall Street, quebró en septiembre de 2008. En el momento de su colapso, la entidad poseía las siguientes calificaciones por parte de las grandes agencias: A por parte de S&P; A2 por parte de Moody's; y A+ por parte de Fitch. En todos los casos eran unas notas altas -equivalentes a un notable-, impropias de una entidad que iba a quebrar horas después.

Estos y otros hechos, sobre todo la polvareda que han levantado con sus recortes calificaciones de países de la eurozona -polémicos por haberse producido con retraso, con los problemas de insolvencia ya sobre la mesa, y no por anticipado-, han vertido dudas sobre su futuro. "Las agencias han desempeñado un papel clave en los orígenes de la actual crisis, algo que ha incrementado las peticiones para revisar su regulación. (...) Las crisis de rating previas también han mostrado que las calificaciones incrementan el riesgo sistémico y podrían ser procíclicas, ayudando a impulsar las inversiones en los buenos tiempos y a acelerar las pérdidas de mercado en los malos tiempos", expone Amadou Sy, subdirector de mercados de capitales del FMI, en un trabajo dedicado a la influencia de las agencias en la crisis.

Eso sí, pese a todas las críticas que las rodean, su posición continúa siendo dominante. Primero, se siguen repartiendo la tarta del sector de forma mayoritaria. Según los datos recogidos en su artículo por Gavras, S&P y Moody's controlan el 80% del negocio global de la calificación -un 40% cada una- y Fitch, otro 10%, por lo que para el resto apenas queda otro 10%.

Y segundo, porque su voz sigue siendo escuchada por el mercado por encima de la de otras agencias. España sirve como ejemplo. El pasado martes, la firma estadounidense Egan-Jones redujo la calificación de la deuda española desde BB+ hasta BB-. Pese a que esta compañía es una de las punteras entre las otras -el nombre genérico que reciben las restantes agencias- su veredicto pasó mucho más desapercibido en el mercado que los emitidos en meses anteriores por las grandes del sector. ¡Y eso que se trató de la tercera rebaja de Egan-Jones en mes y medio y que consolidó a España en la categoría de bono basura, la que distingue a los emisores con mayor riesgo!

De la necesidad... oportunidad

Ahora bien, pese a que aún no cuentan con la presencia ni la autoridad de las grandes agencias, las nuevas firmas cuentan con varios argumentos que avalan su deseo de saltar a este mercado. El primero de ellos proviene, precisamente, de un demérito de las big three y de la citada pérdida de credibilidad que han sufrido durante la crisis.

Buena parte de este descrédito procede de cómo emitían sus calificaciones, puesto que ese sistema alimentaba los conflictos de interés. "El debate surgido durante la crisis acerca del rol de las agencias de rating en la regulación financiera se ha centrado principalmente en temas como los conflictos de interés y la calidad de sus servicios", reconoce Gavras.

Es decir, generaba dudas con respecto al rigor de sus análisis e informes. ¿El motivo? Que las agencias de calificación eran pagadas por las empresas a las que calificaban. O lo que es lo mismo, cobraban de los evaluados, con lo que las sospechas estaban servidas... y afloraron con motivo de la crisis.

Para evitar estos conflictos de interés y así desmarcarse de las agencias de calificación tradicionales, muchas de las nuevas agencias o de las empresas que han dado el salto definitivo a la calificación de riesgos han decidido adoptar otro procedimiento.

Consiste en emitir rating no solicitados, es decir, en calificar a las compañías sin que estas lo soliciten. En ese caso, en vez de provenir del analizado, los ingresos proceden de los inversores y otros clientes que soliciten el informe y la nota de la agencia calificadora. Como muestra, la carta de presentación de Egan-Jones. En la página principal de su sitio en Internet, la firma presume de ser una agencia "independiente" y "no pagada por las compañías que emiten bonos".

A falta de banca, ¡mercados!

La segunda gran ventaja a la que se aferran las otras agencias reside en el perfil de los emisores que pretenden evaluar. En su punto de mira no sólo figuran las grandes compañías y los Estados, que suelen ser los alumnos más apetitosos. Conscientes de que estos emisores ya son evaluados por S&P, Moody's y Fitch y de que, por el momento, competir con ellas resulta muy complicado, las restantes agencias están volcando sus esfuerzos en el espectro de las empresas medianas, de las que las grandes firmas han estado menos pendientes.

¿A qué responde este interés por esas compañías de menor tamaño? A un hecho muy concreto: la crisis y la nueva legislación bancaria, con sus mayores requisitos de capital, han secado o endurecido el grifo crediticio, por lo que esas empresas medianas, más vinculadas durante su historia a la financiación bancaria, tendrán que mirar más al mercado para obtener recursos. Este cambio puede ser especialmente intensivo en Europa, un mercado acostumbrado de forma mayoritaria a la financiación bancaria, en detrimento de la deuda emitida en el mercado, que ha quedado como un recurso secundario.

Este viraje comienza a ser apreciable en países como Alemania. Ante la ausencia de financiación bancaria, han crecido las emisiones de deuda de compañías medianas para obtener financiación. En la recta final de 2011 se contabilizaron hasta 36 colocaciones, por un valor conjunto próximo a los 2.100 millones de euros. Para poder sacar adelante esas operaciones, las empresas debían contar con una calificación mínima de BB. Con el objetivo de facilitar su llegada al mercado, el BaFin (autoridad de supervisión financiera federal de Alemania) acreditó para ello a varias agencias de calificación. Fue el caso de firmas como Creditreform Rating, Feri EuroRating Services, Assekuranz Rating-Agentur, Scope Credit Rating y GBB-Rating Gesellschaft für Bonitätsbeurteilung.

Legislación... ¿vengativa?

Otro ingrediente que puede favorecer a las otras radica en los vientos de cambio legislativos que rodean a las agencias de calificación. Es más, fuentes próximas a las big three no ocultan que la nueva regulación no busca mejorar su trabajo, sino que tiene otros fines. "Más que aportar, parte de las nuevas exigencias que nos están poniendo parecen responden a un espíritu de revancha", protesta un miembro de una de las grandes agencias con presencia en España.

Al mismo tiempo, desde el sector se apunta que los legisladores están promoviendo la creación y desarrollo de otras agencias distintas a las grandes, de nuevo como venganza contra la labor que S&P, Moody's y Fitch realizaron antes y durante la crisis. Las declaraciones de las autoridades económicas y políticas respaldan estas tesis. "Es muy extraño que el mercado esté dominado por tres agencias", aseguró el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durão Barroso, en julio de 2011.

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