Por James Saft
(Reuters) - Salir de una crisis de deuda a través de la contracción es difícil, pero eso no impide que España lo intente, recortando el gasto y subiendo los impuestos para apaciguar a sus prestamistas, públicos y privados, al tiempo que se mantiene con la camisa de fuerza que supone pertenecer al euro.
El déficit público de España podría sobrepasar el 8 por ciento en 2011, muy por encima de lo previsto, dijo Luis de Guindos, nuevo ministro de Economía, el lunes, comparado con el objetivo del 6 por ciento que el anterior Gobierno se había comprometido a cumplir, lo que decepcionará tanto a los socios europeos de España como a los mercados financieros.
La reacción del Gobierno a esta situación fue presentar unos recortes del gasto y subidas de impuestos por 14.900 millones de euros, con la congelación de los salarios de algunos funcionarios y la imposición de nuevas cargas para los más ricos. Cómo ayudará esto, y otras medidas que sigan, a reducir la deuda queda por ver.
Los problemas de España no son complejos: su deuda pública y privada es demasiado alta y no es demasiado competitiva, tanto globalmente como dentro de la zona euro, lo que ofrece pocas posibilidades para que equilibre sus libros mediante un crecimiento de los ingresos.
Para empeorar la situación, el país eligió en esta última década un innecesario desarrollo inmobiliario, y aunque ha conseguido abandonar ese hábito, su sistema bancario es lo suficientemente inestable para no cumplir realmente su papel, sofocando todavía más a la economía.
Ya se ha vivido esta situación en el pasado: en Tailandia, Argentina e Islandia, por nombrar algunos casos, y el guión normalmente se desarrolla más o menos de la misma forma: la devaluación y a veces el impago se producen después de una incapacidad de reconocer la realidad, y después de un tiempo florece la recuperación.
El problema, por supuesto, es que España, como miembro de la zona euro, no puede seguir ese patrón, por lo menos sin causar un tsunami económico global.
El tema además es que España no es competitiva.
Los costes laborales españoles probablemente tengan que caer más de un 20 por ciento para recuperar la competitividad internacionalmente. La única forma de conseguir eso sin devaluar la moneda es mediante un aumento de la productividad o una reducción de los salarios. Un aumento de la productividad requiere una inversión en tecnología o en procesos, algo que será muy difícil para las empresas españolas aunque quieran invertir durante el bache económico. También está la duda de si los bancos españoles pueden y quieren conceder los préstamos necesarios para mejorar la productividad. En estos momentos están más preocupados por sobrevivir.
LÓGICA DEFLACIONISTA
Así que nos quedamos con recortes salariales para los trabajadores. Eso puede ocurrir, por supuesto, pero los ciudadanos pagarán menos impuestos y consumirán menos. Por lo tanto, volvemos a la parte predecible de la crisis de la zona euro. Como demostró Grecia, las economías en dieta tienden a contraerse. Las reformas del mercado laboral y otras medidas pueden ayudar a lo largo del tiempo, pero quizás no lo suficientemente rápido para satisfacer a los acreedores actuales.
España está recibiendo ayuda. El BCE está comprando sus bonos y los de Italia en el mercado secundario, mientras que el banco central ha iniciado un programa de refinanciación a largo plazo que ayudará a los bancos españoles. Sobrevivir, sin embargo, es diferente a intermediar y las señales indican que los bancos españoles hacen mucho menos que eso. Los préstamos cayeron un 2,5 por ciento en octubre respecto a un año antes, tras una bajada récord del 2,6 por ciento en septiembre, según el Banco de España.
Los bancos españoles necesitan refinanciar unos préstamos de 130.000 millones de euros en el transcurso del año, mucho más que en 2011, al vencer los préstamos obtenidos como parte del programa de garantías del Gobierno de 2008. Mientras, la morosidad ha alcanzado un récord en esta crisis del 7,4 por ciento. Existen dudas sobre la información del sistema bancario sobre el valor real de sus carteras.
El valor de las viviendas embargadas ha caído un 43 por ciento respecto a las valoraciones en el momento de conceder las hipotecas, de acuerdo con el análisis de Fitch ratings, que estudió activos con garantía hipotecaria en el extremo más arriesgado del espectro. Aunque esos préstamos no pertenecen a los bancos, los datos indican un duro golpe para el capital bancario ante la continuación del bache inmobiliario.
Por lo tanto, 2012 significa recesión para España, unas fuerzas deflacionistas desatadas en los salarios y una restricción al crédito. Sólo queda que los mercados decidan, como hicieron hace un mes, que estas fuerzas exceden la resolución española y europea. La rentabilidad de la deuda española a 10 años está al 5,42 por ciento desde el 6,60 por ciento de noviembre.
La verdad es que España podría salir airosa, con apoyos y con sufrimiento y tras años de vacas flacas podría emerger con una moneda y una sociedad intacta.
Hay, sin embargo, muchas astillas que pueden arder en un momento en el que hay abundancia de chispas.