Fue el síntoma inicial. La primera piedra de la crisis que iba a desencadenarse después. El 8 de febrero de 2007, las acciones de la sociedad hipotecaria estadounidense New Century se desplomaron un 36 por ciento en la Bolsa de Nueva York. Los inversores le tributaron semejante castigo después de que la compañía anunciara pérdidas en el cuarto trimestre de 2006 y serios problemas financieros en su balance.
La culpa de este desaguisado residía en la propia naturaleza de la empresa. Se especializó en la concesión de préstamos a personas cuya situación económica no era del todo fiable. Daba hipotecas plagadas de riesgo. Hipotecas de baja calidad y, por tanto, alta probabilidad de impago. Hipotecas ... ¡subprime!
Muestra de excesos financieros
Así llegó este concepto a nuestras vidas. Lo hizo de soslayo, en silencio, como si en ese primer momento sólo quisiera lanzar un aviso de lo que iba a venir meses después. Pero es que entonces difícilmente se podía adivinar que los problemas de una sola entidad, por mucho que fuera la segunda de su sector, constituían la primera muestra evidente de los muchos y tremendos excesos que se habían cometido en el universo financiero en los últimos años.
Pero así fue. Aquel 8 de febrero, New Century prendió la mecha. En las semanas siguientes la mantuvieron viva otras entidades hipotecarias, como Accredited Home Lenders o Fremont, hasta que la bomba acabó estallando de forma definitiva en verano.
Para entonces, el concepto subprime, que en español se tradujo como hipotecas de alto riesgo o baja calidad y también como hipotecas basura para hacer precisamente referencia a que algo olía mal en ellas, ya resultaba más familiar. Y en esas seguimos, porque los problemas van para largo.
Ejemplo más que problema
Sin embargo, en un principio parecía una cuestión menor. Un asunto que concernía a un puñado de entidades que había bajado sus exigencias a la hora de dar hipotecas. No en vano, las entonces extrañas subprime suponían menos del 15 por ciento del mercado hipotecario estadounidense. ¿Cómo iba a amenazar un sector tan concreto al sistema financiero internacional?
Aparentemente no. Era una cuestión local que sólo causaría unos rasguños al conjunto del mercado hipotecario. Por eso las hipotecas basura pasaron a un segundo plano hasta junio. En concreto, hasta que un par de hedge funds -fondos de inversión libre- de Bear Stearns reconocieron el desplome del valor de sus carteras.
Ambos productos, que según datos de la entidad llegaron a gestionar en determinados momentos activos por valor de 20.000 millones de dólares -unos 14.500 millones de euros-, perdieron todo su valor en cuestión de meses. Hasta que cerraron.
¿Qué había provocado un suceso así a una entidad como Bear Stearns? Las subprime. La quiebra de ambos hedge funds sí provocó un escalofrío de verdad. Fue en ese momento cuando empezó a apreciarse el auténtico efecto devastador de las hipotecas basura . O mejor dicho, los productos vinculados a ellas. Porque las subprime se han llevado la fama, pero fueron otros activos y otros protagonistas los que cardaron la lana.
Titulización con hipotecas basura
Por sí mismo, el mercado de las hipotecas de alto riesgo no tiene entidad para poner en jaque el sistema financiero mundial. El verdadero problema fue que en torno a ese segmento se articuló una auténtica trama de ingeniería financiera.
Para las entidades financieras, las hipotecas no sólo son unos productos que les generan unos ingresos periódicos, sino unos activos que les sirven para emitir bonos. Esta práctica, conocida técnicamente como titulización, permite a los bancos conseguir dinero en el presente con el lanzamiento de unos títulos que están respaldados por los ingresos futuros que proceden de las cuotas hipotecarias.
El asunto es que con las subprime la maquinaria financiera fue demasiado lejos. Si la misma concesión de estas hipotecas ya denota un fallo, que procede de la rebaja de exigencias por parte de las entidades financieras, los excesos se dispararon hasta el extremo porque los creditos hipotecarios basura fueron empleados para emitir bonos. Para más inri, los emisores las combinaron con otros títulos derivados de unas hipotecas de mayor calidad porque, de este modo, el conjunto se podría colocar entre los inversores de forma más sencilla y con un precio más atractivo.
Un festival de excesos
Así fue cómo el germen de la crisis se propagó por todo el sistema. Camuflados entre otros títulos de mayor calidad, los bonos respaldados por hipotecas basura se colaron sin hacer ruido en las carteras de los bancos de todo el mundo. Estos las adquirieron convencidos de que se trataban de activos seguros. El engaño estaba servido.
En el fondo, todo ello no fue más que la clara expresión de la euforia vivida en los mercados en el último lustro. Como sospechaban en varios de sus trabajos los historiadores de las crisis financieras John Kenneth Galbraith y Charles P. Kindleberger, el genio financiero siempre acaba regresando. Y así lo hizo desde que la economía mundial recobró impulso en 2003.
Esta vez, el motor fue el endeudamiento o, como se dice técnicamente, el apalancamiento. Con unos tipos de interés históricamente bajos alimentando la ingeniería financiera, lo importante era endeudarse e invertir. Una y otra vez. Constantemente. Sin parar. Ni siquiera había que perder tiempo en analizar en qué se invertía. "Se había ido demasiado lejos. No se miraba la calidad de los activos en los que se invertía, por lo que la situación no era sostenible", asegura Pablo Lladó, director general de capitales de Calyon en España.
Todo falló. Los bancos centrales, las agencias de calificación, los distintos y a priori sofisticadísimos controles de riesgos de los bancos de inversión... fueron incapaces de detener o ni siquiera predecir los excesos que se estaban realizando. De tal forma que todo saltó por los aires cuando los impagos crecieron en el segmento de las hipotecas basura.
Cuando los clientes dejaron de pagar sus cuotas, los bonos que estaban respaldados por esos ingresos se hundieron, desencadenando así una espiral de pérdidas que aún no se ha detenido. Por el momento, y a la espera de conocer nuevos datos, los beneficios de los 100 bancos que más valen en bolsa del mundo se redujeron en 40.000 millones de euros en 2007 por el impacto de la crisis hipotecaria.
La solución se hará esperar
Lo peor es, precisamente, que la solución sigue sin vislumbrarse. Es más, cada atisbo de recuperación se ve contestado por una recaída mayor. Ocurrió en noviembre, cuando la retahíla de confesiones de pérdidas por parte de los bancos de inversión fue constante, después de un octubre más tranquilo. Y la historia se está repitiendo ahora, cuando los problemas de solvencia a los que se enfrentan las aseguradoras de bonos -monoline- amenazan con acentuar las pérdidas derivadas de las hipotecas de alto riesgo.
Ante esta tozuda realidad, el mercado se está armando de paciencia. "Las monoline confirman que los problemas en el sistema financiero van a prolongarse más de lo previsto", admite Juan Ramón Caridad, socio de Atlas Capital. "Sigo pensando que harán falta más recortes de tipos de interés, medidas fiscales, regulatorias y tiempo, mucho tiempo, para salvar la crisis financiera", indica José Luis Martínez, estratega en España de Citi.
Un año después, a New Century apenas le queda un hilo de vida. Sus títulos se han hundido un 99,8 por ciento en los doce últimos meses. Ya sólo valen 17 centavos. Jugó con fuego. Pero se acabó derritiendo.