KABUL (Reuters) - El presidente de Afganistán dice que su país está mejorando: se están construyendo escuelas y hospitales, y la economía es más fuerte, pero persisten los problemas con la insurgencia.
Pero no estamos en 2007, sino en 1987, y el presidente es Nayibulá, apoyado por los soviéticos, no Hamid Karzai, apoyado por Occidente. Sin embargo, 20 años después, Karzai está contando un mensaje similar.
Los diplomáticos y los militares temen que a no ser que se haga algo para revitalizar la estrategia contra los talibanes, los gobiernos occidentales también se acabarán cansando y retirarán sus tropas. Sin ellas, el Gobierno de Karzai no durará mucho.
La Fuerza Internacional de Asistencia a la Seguridad (ISAF) de la OTAN, en la que participan 38 países - entre ellos España, con unos 700 efectivos -, ya anda coja por las restricciones que la mayoría de los países europeos ponen a sus tropas para que solo disparen en defensa propia o no permitir su despliegue en el violento sur del país.
Algunos dudan ahora de una alianza que ganó la Guerra Fría pero que tiene problemas con una milicia de desharrapados con armas ligeras. Aunque los soldados han matado a un gran número de combatientes talibanes, estos no parecen sufrir una escasez de voluntarios.
La difícil situación de la seguridad supone además que las agencias de la ONU y las ONG tiene dificultades para llevar a cabo su labor humanitaria, dijo la ONU esta semana.
"Mires donde mires en Afganistán, las señales son malas, pero hay una conciencia creciente de cuáles son los remedios", dijo un importante diplomático occidental.