El Banco Central Europeo (BCE) ha asegurado que comprará deuda de España e Italia. Es su última decisión para atajar los problemas por los que atraviesa la zona euro. Han pasado ya cuatro años desde que comenzara la actual crisis internacional y la actuaciones tanto de la entidad europea como la de la Reserva Federal de EEUU han estado siempre en el punto de mira. No evitaron la crisis y parecen incapaces de ponerle fin.
Oficialmente, el inicio de la crisis tuvo lugar el 9 de agosto de 2007, cuando el Banco Central Europeo (BCE) y la Reserva Federal (Fed) intervinieron de urgencia para reforzar la liquidez del mercado interbancario. Jean-Claude Trichet, presidente del BCE, promovió una inyección de 95.000 millones de euros en el sistema financiero europeo. Su homólogo, Ben Bernanke, hizo lo propio en Estados Unidos, incrementando la línea de crédito a los bancos en casi 17.500 millones de euros. Aunque aquella actuación confirió carácter oficial a la crisis, sólo fue el primero de los muchos momentos históricos que se sucedieron desde entonces.
El 16 de marzo de 2008, J.P. Morgan, con el respaldo de la Fed, adquirió el banco de inversión Bear Stearns para evitar su quiebra ante la degradación del valor de sus activos. El 11 de julio de ese año, el Congreso de los EEUU aprobó la intervención del mercado hipotecario. Concretamente, la medida se aplicó sobre las entidades de patrocinio público Fannie Mae y Fredie Mac, que poseían casi la mitad de deuda hipotecaria nacional. El respaldo fue insuficiente y el 6 de septiembre el Tesoro norteamericano decretó su nacionalización.
Pero el acontecimiento que otorgó dimensiones absolutas a la crisis fue la caída de Lehman Brothers, el cuarto banco de inversión más grande de EEUU. El 14 de septiembre, el gigante financiero cayó en bancarrota (la mayor en toda la historia de Estados Unidos). Hito que se trasladó inmediatamente a la bolsa, con caídas generalizadas en la mayoría de los parqués. El miedo también planeó sobre el banco Merrill Lynch, que se postulaba como el siguiente de la lista, sin embargo la entidad fue adquirida por Bank of America que evitó así su quiebra.
La huella de estos fatídicos acontecimientos aún se deja notar sobre los principales índices mundiales, que siguen sin mostrar signos de recuperación.
El panorama en Wall Street no es demasiado alentador. La mayor potencia del mundo ve como sus principales índices acumulan fuertes caídas. Mientras que el Dow Jones ha cedido a lo largo de estos cuatro años un 16,6%, el S&P 500 lo ha hecho un 19,8%.
El caso español no es más halagüeno, y así lo muestra el Ibex 35, que salda el periodo con una bajada del 42,10%, aun así se comporta mejor que el índice de referencia de la eurozona, el Eurostoxx, que ha sufrido una caída del 44,64 por ciento. Pero sin duda el peor mazazo se lo lleva Emiratos Árabes Unidos, cuyo selectivo, el DFM National, se apunta un retroceso del 63,94%.
El rojo tiñe Europa, ya que la mayor parte de los índices europeos ha cosechado pérdidas siendo las más significativas las del Mib italiano, el OMX Helsinki finlandés y el PSI General portugués con bajadas del 60,32, 52,83 y 43,63% respectivamente.
Sin embargo no todos han sucumbido a las cifras negativas. Algunos indicadores asiáticos y latinoamericanos han aguantado el vendaval y pueden presumir de mantenerse en positivo. Es el caso del Bse Sensex 30 (principal selector indio) que ha logrado un alza del 15,58 por ciento. Más sorprendente aún es el caso de Indonesia cuyo principal índice, el Jakarta LQ-45, se suma al carro de los pocos que han sobrevivido con una subida del 55,71%.
Por otro lado, los indicadores latinoamericanos que llegan al aniversario de la crisis con buenas cifras son el Merval argentino, que repunta un 46,07% y el IPSA, el principal selectivo chileno, con un alza del 25,93 por ciento.
Una crisis camaleónica
Entre los factores que impulsaron esta crisis figuran una política monetaria expansiva que propició un aumento del endeudamiento, ya que los costes de las obligaciones financieras eran muy reducidos y la abundante liquidez hizo que los tipos de interés fueran inferiores a la inflación, con lo que los incentivos para ahorrar en vez de consumir eran menores. Una errónea evaluación del riesgo por parte de las agencias de rating y de una falta de regulación externa por parte de la Fed, y sobre todo por un exceso de avaricia por parte de los responsables de las entidades financieras.
El detonante fue la elevada morosidad de las hipotecas subprime desarrolladas a raíz del boom inmobiliario en EEUU y que se concedieron sin ningún control a clientes apodados como ninjas, personas sin renta, sin trabajo y sin activos (no income, no job, no assets). La pregunta es: ¿por qué los bancos concedieron créditos a gente que seguramente no podría pagar? Para seguir alimentando la máquina del dinero. El fin no era la concesión de creditos de vivienda en si mismos, sino el deseo de otorgarlos para posteriormente emitir títulos repaldados por esos prestamos hipotecarios. Cuanto más hipotecas daban, más títulos podían emitir y mayor altura tomaban los precios de la vivienda, con el consiguiente efecto riqueza sobre la economía real. Sin embargo esto solo se podía sostener si el boom inmobiliario duraba indefinidamente, pero ninguna burbuja es eterna. Y ésta se desinfló el primer trimestre de 2007, cuando por la saturación del mercado cayeron los precios de la vivienda. Ante esta situación, algunos propietarios con bajo nivel de renta, al ver que el valor de la vivienda quedaba por debajo del valor hipotecado empezaron a no pagar los préstamos y a devolverles las llaves de las casas al banco. De este modo nacieron los activos tóxicos, en el sentido de que el valor subyacente de las titulizaciones de las hipotecas era mucho menor al de los bonos emitidos.
Pero, el principal problema vino a la hora de asumir e identificar el riesgo de los activos. Ya que, estas hipotecas una vez concedidas en títulos transferibles, se vendieron por todo el mundo. Quienes las contrataban en EEUU eran agentes a comisión, que cobraban en función del número de hipotecas colocadas. Los ejecutivos de estas empresas no se veían afectados por el creciente riesgo que el sistema financiero asumía. Su trabajo consistía en vender hipotecas y solo de ello dependía su sueldo. Por otra parte, los bancos a través de la titulización -convertir activos, generalmente préstamos en valores negociables en el mercado- tampoco fueron conscientes del riesgo ya que diseñaron unos instrumentos financieros llamados CDO (Collaterised Debt Obligations) con los que las entidades sacaban de sus balances activos provenientes de su negocio hipotecario, sustituyéndolos por dinero nuevo. En una operación opaca que hacía difícil saber quién era el tenedor final de ese título. Así, cuando estalló la crisis los mercados de capitales se secaron. Los bancos no sabían quienes estaban contaminados con estas emisiones, ni en que cuantía por lo que no prestaban dinero a nadie.
Como consecuencia de esta restricción del crédito muchos proyectos de inversión se cancelaron provocando pérdidas empresariales, caída del crecimiento económico y destrucción del empleo. Tenemos así cómo, en un tiempo récord una crisis en el sector hipotecario estadounidense se transforma en una crisis financiera y posteriormente en una crisis económica global.
Ahora la deuda es el problema
Ante esta tesitura, los Estados intervinieron a través de estímulos fiscales y dando soporte de liquidez y apoyo a los bancos. Tanto en EEUU como en Europa el riesgo de quiebra del sistema financiero propició una rápida y desorganizada ayuda a los bancos, mientras que las respuestas en política fiscal y monetaria fueron más coordinadas. En Asia la respuesta fue más tradicional y, prioritariamente, se centró en expandir el crédito y dar estímulos en ciertos sectores.
Este esfuerzo que tuvieron que realizar algunas economías para evitar el colapso de su sistema financiero -nacionalizando incluso entidades bancarias,- y desatascar el estancamiento de su sector productivo hizo que los niveles de endeudamiento de estos países se incrementaran notablemente y en un breve periodo de tiempo. Todo ello, unido a un crecimiento prácticamente nulo de su PIB, hizo que en los mercados financieros comenzara a cuajar la idea de que algunos países podrían no ser capaces de hacer frente a su endeudamiento.
Un temor que cobró forma cuando, en octubre de 2009, el nuevo gobierno griego indicó que se había disimulado el verdadero tamaño de su deuda desde hacía casi una década, los problemas se dispararon en los meses posteriores, hasta que en abril de 2010 Atenas pidió el rescate y el 8 de mayo, se concedió una línea de crédito de 110.000 millones de euros para rescatar a Grecia (80.000 por parte de la UE y 30.000 del FMI), quien ahora esta pendiente de un segundo rescate. No fué la única, el 22 de noviembre le siguió Irlanda, que percibió una ayuda de 67.500 millones de euros; y el 6 de abril de este año Portugal claudicó y se le destinó un fondo de ayuda por valor de 78.000 millones. Ahora España e Italia están en el punto de mira al ubicar su prima de riesgo por encima de los 400 puntos básicos. Un nivel a partir del cuál la intervención se realizó los anteriores países.
También al otro lado del Atlántico, han tenido su particular vía crucis con la deuda. Demócratas y republicanos tras una ardua negociación alcanzaron un acuerdo para elevar el techo de endeudamiento de la economía estadounidense -que se establecía como límite en los 14,29 billones de dólares- , un acuerdo que se alcanzó in extremis el pasado 2 de agosto para evitar que la primera potencia económica entrara en quiebra.
Bajo los términos de lo pactado, la autorización de endeudamiento subió de inmediato en 900.000 millones de dólares, y se añadirán otros 1.5 billones para el próximo año. A cambio se aplicarán de inmediato recortes de casi un billón de dólares, mientras un comité bipartidista tiene de plazo hasta fin de año para para buscar una reducción del déficit federal en otros ,.2 billones de dólares.