Aparentemente, la salud era óptima. Hasta mediados de 2007, la economía mundial transitaba por su mejor momento en cuatro décadas, comandada por Estados Unidos y la irrupción de China e India, sin padecer grandes presiones inflacionistas pese a la escalada del petróleo.
Los beneficios empresariales crecían por encima del 10 por ciento y cuando anunciaban sorpresas, lo hacían para comunicar unos resultados que superaban las previsiones; las fusiones y adquisiciones caldeaban los ánimos en los parqués con asiduidad, para alegría de los inversores más osados; y los principales índices bursátiles del mundo caminaban en zona de máximos históricos o cerca de ellos.
Estímulos positivos
Este sano aspecto era deudor, a su vez, de los favorables estímulos enviados al corazón financiero por parte de los bancos centrales. Con el objeto de dejar atrás la dura pulmonía sufrida entre 2000 y 2002, bajaron con fuerza los tipos de interés hasta mediados de 2003. Tanto, que incluso las subidas aplicadas desde 2004 no han impedido que los intereses hayan permanecido en niveles históricamente reducidos en los últimos años.
Tal como se esperaba, dichas vacunas monetarias reactivaron el pulso financiero y permitieron la recuperación de la situación económica. Y no era para menos, ya que por las venas de la economía mundial ha circulado más dinero que nunca, una realidad que deparó unas consecuencias inmediatas: los bancos pudieron financiarse de forma barata y dispararon su actividad crediticia; los ciudadanos aumentaron su consumo y aprovecharon los bajos intereses para solicitar créditos hipotecarios con unas condiciones favorables; la fuerte demanda de viviendas propició una edad de oro para los sectores inmobiliario y constructor; y las empresas encontraron toda la liquidez del mundo para nutrir sus compras e inversiones
No era un constipado
Por tanto, el corazón financiero, en agradecimiento de los regalos de los bancos centrales, había actuado como motor de la recuperación. De hecho, daba la sensación de poseer una salud de hierro. Sin embargo, había un problema. Exteriormente, la imagen era sumamente saludable. La economía y los mercados mundiales estaban como un toro. Pero no conviene fiarse sólo de las apariencias. El interior también importa, y éste escondía unos peligros latentes que son los que han acabado aflorando desde julio.
El detonante fue el estallido de la crisis en el sector de las hipotecas de alto riesgo o basura -subprime- en Estados Unidos. Pero éste no es todo el problema, sino sólo un síntoma de una enfermedad que realmente es mucho más grave. Los reducidos tipos de interés han suministrado la liquidez suficiente para sustentar la mejoría económica, empresarial y bursátil, pero también han disparado el endeudamiento de los hogares y las empresas, sin olvidar que han servido de caldo de cultivo para que las entidades financieras hayan levantado vehículos y estructuras de inversión cada vez más complejas y difíciles de supervisar.
La crisis no ha llegado a su fin
"El problema de las subprime tiene su origen en una crisis mucho más extensa que ha puesto de manifiesto los límites de la complejidad financiera así como la importancia de la relación del retorno del riesgo en cada inversión. Esta crisis todavía no ha llegado a su fin", afirman los expertos de la gestora Dexia Asset Management. "Se ha crecido a golpe de endeudamiento, y esto no era sostenible", apunta el analista de un banco internacional presente en España.
De hecho, lo que comenzó como un simple constipado, como unos problemas surgidos en un segmento tan limitado como el de las hipotecas basura, ha acabado extendiéndose al conjunto del sistema financiero porque en el fondo no se trata de un resfriado sin más. Esta crisis ha destapado todos los excesos y, sobre todo, resulta tan grave porque afecta al corazón financiero, es decir, el pilar que ha sustentado el crecimiento en los últimos años.
Así, en cuanto los ciudadanos dejaron de pagar sus hipotecas, la arquitectura financiera se desmoronó: los bancos empezaron a sufrir pérdidas, con el agravante de que no se sabe a ciencia cierta quién está contagiado y hasta qué punto; esta opacidad ha obstruido la vena del mercado interbancario, al que las entidades acuden a obtener financiación, por lo que los bancos ya no disponen de tanto dinero para prestar a las familias y las empresas; y las emisiones de títulos respaldados por hipotecas han caído a la mínima expresión en los últimos meses.
Estímulos... contrarreloj
El dinero, por tanto, ya no fluye con la alegría de antes por el circuito financiero. La fiesta de la liquidez ha dado paso a una dura resaca, que amenaza con propagarse al consumo y la actividad empresarial. Y todo porque el corazón financiero se está parando. Ya no late con la misma frecuencia ni con la misma intensidad, con todo lo que ello supone. El riesgo de infarto resulta real, de ahí que el cerebro esté empleándose a fondo para mantener las constantes vitales. Las inyecciones de liquidez por parte de los bancos centrales han sido continuas desde agosto y la Reserva Federal (Fed) estadounidense ha recortado los tipos del 5,25 al 4,5 por ciento hasta la fecha, unas medidas que intentan evitar males mayores. Pero este tratamiento aún no ha corregido la arritmia. La crisis sigue abierta, y todavía es pronto para bajar el enfermo a planta.