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Así se contagia el 'virus' de los bonos soberanos a los emisores privados

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Cuando, a finales de 2006 y comienzos de 2007, empezó a sonar el nombre de las hipotecas subprime o de alto riesgo, sonaba a un problema menor. Al fin y al cabo, esos productos representaban menos del 15 por ciento del mercado hipotecario norteamericano.

Sin embargo, no hizo falta demasiado tiempo para comprender la verdadera envergadura del problema. En sí mismas, las subprime no eran un obstáculo mayor; su relevancia residía en que actuaron como la mecha que prendió la verdadera bomba del endeudamiento que había detrás.

La crisis, por tanto, dio sus primeros pasos con un ánimo traidor que le ha acompañado luego en cada una de sus fases, puesto que las repercusiones siempre acaban trascendiendo el ámbito al que aluden en principio. Así vuelve a ocurrir en el actual episodio de la deuda soberana, cuyo virus no sólo afecta a los estados, sino que también perjudica, y mucho, a los emisores privados. El mecanismo del contagio actúa así.

1. La rentabilidad de la deuda pública marca el 'precio mínimo'.

Los expertos lo repiten una y otra vez: "La rentabilidad de la deuda pública marca el suelo al que se financiarán los emisores privados". Dicho de otro modo: los costes de financiación del Estado marcarán el precio mínimo que pagarán los bancos y las empresas para obtener recursos en el mercado.

Esta conexión parte de una premisa básica: el emisor soberano es el más fiable de todos y el que posee una mejor calificación crediticia. Es decir, es más difícil que quiebre el Estado que una firma privada, de ahí que al primero le deba salir más barato financiarse.

Consecuentemente, esta correa de transmisión provocará que un mayor coste para el Tesoro Público se trasladará a las compañías y los bancos, por lo que la evolución de los rendimientos de la deuda estatal en el último año no beneficia a las emisiones corporativas y financieras.

A finales de 2009, la rentabilidad de los bonos españoles a cinco años se encontraba en el 2,9 por ciento; un año después alcanzaba el 4,75 por ciento. Lo mismo ocurre con los títulos a 10 años: en un año pasó de no llegar al 4 por ciento a rondar el 5,5 por ciento. Y eso que por medio no se había producido ningún aumento en los precios de interés oficiales, que permanecen en el mínimo histórico del 1 por ciento en la zona euro desde mayo de 2009.

2. Más competencia: el dinero no tiene el don de la ubicuidad.

La traducción vendría a ser efecto desplazamiento o efecto expulsión. En inglés responde al concepto crowding-out. Y consiste en el perjuicio que los elevados intereses que se ve obligado a pagar un Estado para atraer inversores y financiar así su déficit provocan en el sector privado, al que no le queda otro remedio que entrar al trapo e incrementar a su vez los intereses para captar dinero... o retirarse del mercado y quedarse sin esos recursos. Se ve, por tanto, desplazado o expulsado por el sector público.

En 2011, las previsiones contemplan que las necesidades de financiación de los emisores públicos ascenderán a un billón de euros. Por tanto, las compañías y los bancos competirán codo con codo de forma continua con el sector público por captar financiación en los mercados financieros.

Una competencia que, junto con las tensiones propias de la crisis actual, tenderá a presionar al alza sobre los intereses. El incremento vendrá determinado por la evolución de la crisis de la deuda soberana.

3. Los bancos tienen el balance lleno de deuda pública.

Otra correa mediante la que los problemas de la deuda soberana se canalizan hacia los emisores privados, principalmente los bancos, consiste en la fuerte presencia de títulos públicos en el balance de las entidades financieras.

Aunque los bancos siempre han figurado entre los principales compradores de deuda pública, durante la crisis esta tendencia se ha afianzado por la necesidad de contar con colaterales de garantías para obtener financiación en la ventanilla del Banco Central Europeo (BCE), que ha suplido al mercado interbancario como principal suministrador de recursos para las entidades.

Curiosamente, esta estrategia, que tiene un origen defensivo, se está volviendo en su contra porque unos activos aparentemente seguros, como la deuda pública de un país de la zona euro, se están volviendo arriesgados. Este viraje repercute en el precio de los títulos, que cae, merma que a su vez se traslada a los balances de las entidades, por lo que éstas también sufren por esta vía.

4. Los seguros contra el impago están interconectados.

La interconexión entre el riesgo soberano y el bancario se refleja igualmente en otros de los termómetros que utiliza el mercado para medir la desconfianza que inspira un emisor. Se trata de los seguros contra el riesgo de impacto (CDS, en sus siglas en inglés). En este caso, el comportamiento del CDS del emisor soberano actúa como referencia, sirviendo así de guía para el seguro de las entidades financieras.

Si el primero sube, el de las segundas también; y si baja, el de los bancos le acompañan. Se pudo observar, por ejemplo, en el caso de los seguros de crédito de España y de BBVA y Santander durante el año 2010, puesto que las oscilaciones del CDS de la deuda española sacudieron periódicamente al seguro de los bancos indiferentemente de la situación particular de éstos.

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