
El plan estaba saliendo a la perfección. La economía europea venía asumiendo sin problemas las subidas de los tipos de interés. Y los precios tampoco repuntaban tanto como para recetar una mayor dosis de medicina monetaria. De ahí que al BCE le estuviera dando tiempo a telegrafiar sus movimientos para no coger a nadie desprevenido. E incluso podía adaptar los ritmos a las circunstancias sin ningún problema.
En el presente curso, la institución había adoptado una cadencia regular, consistente en aumentar los tipos una vez por trimestre. Lo hizo en marzo y en junio, y todo apuntaba a que septiembre no iba a ser una excepción. Sin ir más lejos, en su última reunión, celebrada el pasado 2 de agosto, la institución subrayó la necesidad de ejercer "una fuerte vigilancia" para garantizar la estabilidad de los precios. Es decir, empleó el salvoconducto con el que ha venido anticipando un repunte de los tipos en la siguiente cita, que es la que tiene lugar este jueves.
Las medidas de los bancos centrales
El problema de las hipotecas de alto riesgo ha desencadenado una crisis de liquidez que ha obligado a los principales bancos centrales -el BCE entre ellos- a inyectar cerca de 500.000 millones de euros para dotar de efectivo al sistema financiero. Pero no sólo eso, sino que incluso se han visto obligados a modificar sus estrategias.
Así, el Banco de Japón pospuso la subida de los tipos que en principio iba a llevar a cabo en agosto, y todo apunta a que la Reserva Federal (Fed) estadounidense recortará el precio del dinero en la reunión del 18 de septiembre.
El tercero en discordia ha sido el BCE. En su caso, había más dudas, reflejadas por el propio Trichet. Hace dos semanas dio la sensación de seguir adelante con la subida prevista, que situaría los intereses en el 4,25%, pero el 27 de agosto reculó. Aseguró que las condiciones han variado de forma significativa desde hace un mes y precisó que la institución nunca acuerda una decisión por anticipado. Vamos, que todo es posible.
Dos dimensiones
No obstante, en esta ocasión la relevancia de la medida adoptada trascenderá al impacto económico y financiero que pueda tener la decisión. Esta vez hay dos dimensiones en juego: una tangible, que consistirá en el efecto que tenga la decisión en los mercados financieros y la economía; y otra intangible, que afecta a aspectos tan fundamentales para un banco central como la credibilidad, la independencia o la confianza que inspira.
En este sentido, el BCE sigue siendo presa de su aún corta trayectoria. La institución apenas tiene ocho años de edad, por lo que todavía está levantando los pilares que le deben sostener. Y por eso es vulnerable. Lo demuestran, por ejemplo, las presiones que ha recibido por parte del presidente galo, Nicolas Sarkozy, desde su llegada al Elíseo en primavera.
A su favor
Ahora bien, precisamente por estas circunstancias, el BCE podía hacer de la necesidad virtud y mantener los tipos, la actuación más correcta teniendo en cuenta el delicado momento actual para reforzar su posición. Esta decisión le ha permitido demostrar capacidad de reacción y desprenderse de la imagen de inmovilismo que le acompaña en ocasiones.
También le ha granjeado una impronta de proximidad y de mayor sensibilidad con respecto a una situación tan preocupante como la actual; y le ha ayudado a reforzar la confianza entre los mercados y los agentes económicos, que verían en el BCE a un aliado. Además, le da tiempo para conocer mejor el alcance real de la crisis, además de que le ahorraría el error de precipitarse ahora con un repunte de los tipos en el caso de que los problemas de liquidez de se agraven.