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RSC.- María Luisa Velasco, Directora del Area de Estudios y Proyectos Sociales de la Consultora 'Red2Red'

"¿Paridad en el lenguaje? La conciliación de género: entre la necesidad y la provocación".

MADRID, 29 (EUROPA PRESS)

El cara a cara que mantienen quienes vienen defendiendo la necesidad de que el lenguaje haga visible la presencia de las mujeres, matizando lo que haga falta ("los trabajadores y trabajadoras afectados y afectadas") frente a quienes consideran que ese interés diferenciador incurre en la cursilería e ineficacia lingüística, aunque pudiera parecer lo contrario se remonta, como poco, a 40 años atrás.

Pensadoras de la teoría feminista como María Zambrano, lingüistas especializados como Alvaro García Meseguer, políticas y profesoras como Amparo Rubiales, grandes literatos o académicos electos como Javier Marías y muchas otras personas estudiosas de la materia han venido argumentando y refutando el carácter sexista o neutral del lenguaje. Pero ha sido en los últimos tiempos la prensa la que se ha hecho eco de un rebrote asociado a la útil o inútil defensa de lo "políticamente correcto".

Desde las instituciones públicas y privadas, que dedican sus esfuerzos a lograr en nuestra sociedad la plena igualdad de las mujeres con los hombres, bien sea legislando, bien investigando, reclamando derechos o protegiendo a mujeres que han sido víctimas de discriminación, se reclama la atención de la Real Academia de la Lengua Española (RAE) y se enfrentan a estudiosas y estudiosos que mantienen que esta institución orienta, sugiere, recomienda, aconseja y avanza con la realidad del uso del lenguaje, pero no impone. Los y las primeras se preguntan si la RAE debería denominar las cosas de la misma forma que lo hacen las leyes y las y los segundos consideran que sólo faltaría que la ley nos dijera cómo debemos hablar.

Quienes observamos desde la barrera, muchas veces aprovechamos las reflexiones provenientes de cada una de estas posturas, disfrutamos incluso con el ingenio y pasión que estas mentes privilegiadas y expertas emplean en sus argumentaciones, y también muchas otras veces, sufrimos ante la ridiculización en la que se puede llegar a incurrir.

De un lado, en la lucha por la plena inclusión de las mujeres en la vida social, política y económica, se ha descubierto que el uso del lenguaje ha contribuido a hacer invisible esta mitad de la población e incluso a agraviarla comparativamente respecto a la población masculina.

Ello ha ocurrido con una mayor o menor intencionalidad, pero debemos reconocer que se ha amparado en normas que han venido dictando esencialmente los hombres (recordemos que en la historia de la RAE prácticamente se pueden contar con los dedos de una mano a las mujeres académicas).

La reacción ante esta discriminación ha sido la defensa a ultranza de la feminización de muchas palabras y ha llevado a propuestas de uso de la lengua donde la gramática es violentada, la fonética se ve lastrada por reiterados desdoblamientos del género de cada nombre y sus concordantes y la semántica puede acabar distorsionada.

De otro, ciertos académicos manifiestan su repulsa ante la osadía de algunos nuevos términos, a veces nacidos de la actual lógica social por la que las mujeres se ocupan en profesiones y cargos hasta hace poco vedadas y otras, resultado de un afán más provocador o por mera consecuencia del ejercicio del derecho al pataleo. Su reacción es defender el origen romance o neolatino de nuestra lengua y sus posibilidades (el masculino genérico, el plural elíptico (1) ("los consultores de esta empresa son buenos profesionales), sin acordarse de la generosidad, ductilidad, dobles acepciones y sentido práctico de la que ésta ha hecho gala a lo largo de todos estos siglos, y cuya evolución ha ido, si no en paralelo, por lo menos inmediatamente detrás de la de la propia sociedad.

Llamar la atención sobre la Voz dormida (aprovechando el título del precioso libro de Dulce Chacón) es interesante y seguramente necesario, pero hacerlo de forma machacona, extravagante y fuera de contexto, corre el riesgo de que la mirada se centre en la forma y no en el fondo. Ni tiene justificación camuflarse con el argumento de que determinado vocablo suena mal (cancillera), ni el empeñarse en abusar de la terminación "-a" (denominado morfema femenino), de la fórmula "os/as" o del símbolo informal @.

Por todo ello, podríamos abogar por poner más sentido común. Seamos realistas, evitemos tanto el disparate de feminizarlo todo como el abuso del masculino.

Simplemente al comunicar los logros y equivocaciones de hombres y mujeres, quienes estemos en sintonía con la defensa de que ambos sexos estén presentes igualitariamente en nuestra sociedad, nos deberíamos esforzar un poco por nombrar lo más acertadamente posible el género de las personas a las que queremos hacer referencia, recurriendo a neutros cuando su representación esté equilibrada (el profesorado en vez de los profesores/profesoras), evitando el masculino genérico cuando la cuestión a la que hacemos mención fuera susceptible de dejar en peor lugar a las mujeres (un panel de expertos y expertas), demostrando un interés por el tema al destacar que se trata tanto de ellas como de ellos sin aburrir con repetidos "as/os" (los y las candidatas), innovando cuando sea pertinente en el uso de un lenguaje como sistema vivo (jueza) y relajándonos algo más para evitar encorsetamientos.

No podemos olvidar que cuando nos expresamos con la lengua que tengamos en suerte manejar o -quisiéramos_ dominar, tenemos la ocasión de reflejar nuestro pensamiento y transmitir un mensaje con mayor o menor intencionalidad, con mayor o menor trascendencia y capacidad de generar opinión o reflexión, pero si recurrimos a expresiones malsonantes (fonética y semánticamente hablando) sólo conseguiremos desviar la atención de quien nos escucha o lee.

Por lo tanto, podríamos abogar por la conciliación de los extremos del debate sobre el lenguaje sexista entendiendo que el uso preocupado pero no forzado de nuestra lengua puede reflejar la verdadera imagen de sociedad actual. Sociedad que no sólo debe respetar una ley y un sentir donde el varón ha dejado de ser la medida de todas las cosas, sino que además usa la herramienta más potente de comunicación que existe de la forma más correcta y eficiente posible.

Ello pondrá de manifiesto nuestra sensibilidad y contribuirá a conseguir que este más cuidado uso lingüístico no sólo acompañe en el camino al cambio social, sino que también lo arrope.


(1) Plural elíptico. Corresponde a una palabra que, al ir el plural, amplia su significado, entrando en él otras nociones no significadas por el singular. Así, los condes, significa ordinariamente 'el conde y la condesa' (Diccionario de términos filológicos)


María Luisa Velasco.

Doctora en Psicología por la Universidad Complutense de Madrid (UCM) y Directora del Area de Estudios y Proyectos Sociales de la Consultora 'Red2Red'.

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