
Acapara todas las atenciones. Todos, tanto en Occidente como en Oriente, le miran con recelo. Y todo porque el gigante asiático se resiste a apreciar con celeridad el valor de su divisa, que responde al nombre de yuan o reminbi.
Esa oposición a revaluar su moneda ha generado un creciente malestar entre las principales potencias mundiales. ¿El motivo? Entienden que Pekín mantiene artificialmente bajo el valor del yuan para fomentar así sus exportaciones. O lo que es lo mismo, consideran que ha hecho de las devaluaciones competitivas algo cotidiano. Y ante la ventaja que eso supone, EEUU y Europa, principalmente, vienen reclamando en los últimos años que acelere su apreciación y no manipule el tipo de cambio del yuan.
China, sin embargo, se ha mostrado firme. Ha hecho concesiones, pero siempre al ritmo que ha estimado conveniente. El primer movimiento serio tuvo lugar en julio de 2005, momento en que puso fin al anclaje que el yuan mantenía con el dólar desde mediados de los 90 a un cambio fijo de 8,277 unidades por dólar. Occidente saludó con entusiasmo la medida.
Lo que no gusta tanto es que desde entonces el yuan sólo se haya revaluado un 18% contra el dólar... y un 7% contra el euro.Y es que una cosa es que Pekín levara el ancla y otra muy distinta que haya concedido libertad absoluta al yuan, que evoluciona bajo un sistema denominado flotación sucia, es decir, que se mueve al antojo de las autoridades chinas. Como, además, el gigante asiático cuenta con 2,6 billones de dólares en la despensa para defender su moneda y dirigirla a conveniencia, pues el yuan camina como le dicen.
Efectos concatenados
Al malestar que genera el intervencionismo chino por la ventaja que confiere a sus productos en el exterior se añade otro enfado: del mismo modo que el yuan sigue teniendo como referente principal al dólar, los vecinos asiáticos de China ligan sus respectivas monedas al yuan porque, a su vez, no quieren perder competitividad.
De este modo, la política cambiaria china genera rechazo tanto por sus consecuencias directas -sus productos defienden su competitividad- como por sus efectos indirectos -sus vecinos también encorsetan sus divisas-. Y todo ello explica las crecientes presiones que provienen de Occidente. Pero Pekín sigue a lo suyo. El yuan se revaluará. Pero a su debido tiempo.