Uno de los derrumbes bursátiles que más cuesta entender de los últimos tiempos es el de los grandes fabricantes de aerogeneradores. El shale gas, que podría convertirse en la revolución industrial del siglo XXI, sería en parte responsable.
Uno de los derrumbes bursátiles que más cuesta entender de los últimos tiempos es el de los grandes fabricantes de aerogeneradores. ¿Cómo se explica que compañías como Vestas o Gamesa hayan perdido, en el último trienio, conjuntamente mil millones de beneficio (la escandinava es la que presenta mayores números rojos) cuando en el trienio comprendido entre 2007 y 2009 habían ganado entre las dos más de dos mil millones de euros? Es cierto que la inversión en renovables se incrementa cuando la economía va bien y es lógico que se reduzca en tiempos de crisis... pero hay más.
Un factor del que apenas se había hablado hasta ahora es el shale gas, que bien podría convertirse en la revolución industrial del siglo XXI. El gas pizarra, enquistado en las rocas, y que se obtiene mediante perforaciones horizontes, no exentas de mucha controversia por su impacto medioambiental y por la contaminación de acuíferos (lo que hace muy complicada su explotación, por ejemplo, en Europa), se espera que proporcione un crecimiento adicional de medio punto porcentual a la economía estadounidense hasta el 2017.
Un impacto que puede, incluso, neutralizar hasta los temores habidos sobre un abismo fiscal que ha estado suficientemente cerca en los titulares, pero al que el mercado se ha acercado con un cristal de protección que le ofrecía la mayor de las seguridades. El cambio de paradigma energético que supone que las centrales de carbón sean sustituidas por ciclos combinados y el ahorro energético que se trasladará a toda la cadena de valor viene propiciado porque el shale gas supone ya el 32 por ciento de toda la producción de gas en EEUU. Cifra que, según la Agencia Internacional de la Energía, llegará al 40 por ciento en los próximos diez años. Esto sirve para avalar la teoría de quiénes defienden que este tipo de energía permitirá a EEUU convertirse en exportador neto de energía de aquí a unos años.
En la futura independencia energética de los EEUU reside alguna justificación de que hayamos asistido a máximos históricos en las últimas fechas y no sólo a la lógica de los planes de estímulo económico llevados por la Reserva Federal, dirigida con maestría por Ben Bernanke. El coste energético de los EEUU va a propiciar, incluso, el retorno de ese proceso de deslocalización que la primera economía del mundo inició en los años setenta. Algo impensable para una Europa que mira los máximos históricos de sus bolsas a un 70 por ciento de subida, mientras Wall Street holla nuevos pisos jamás alcanzados.