Libros

Entre el Museo del Prado y el Jardín Botánico, el 'río de libros' de Madrid

  • El emplazamiento que acoge a los libros se remonta al siglo XIX
  • Los libreros han resistido a tiempos convulsos y estudios urbanísticos
Uno de los puestos de Moyano. Imagen: EFE.

Desde hace poco menos de un siglo, en la cuesta de la calle de Moyano, se ha establecido una feria permanente del libro que, en el fondo, es una suerte de santurario romántico. 

Hay una verja en Madrid, en el Real Jardín Botánico, en la que los donosos aromas del colorido florilegio se entremezclan con otro más rudo, macerado a golpe de tiempos encerrados en tinta y papel; el de los libros. Hay una verja en Madrid en el que los lomos y las flores conforman un mágico calendario, por el que pasa el tiempo, pero parece no pasar: la cuesta de Moyano.

No fue hace pocos años. Los historiadores sitúan esta particular reunión de libros allá en pleno siglo XV, cuando un rey castellano, Juan II, dio su beneplácito a que se celebrasen dos ferias anualmente. Las que tenían lugar en Madrid, en seguida se convirtieron en llamada y reclamo para comerciantes de todos los puntos de la Península y habitantes de lugares cercanos. Eran ferias casi espontáneas, surgidas por el afán de las gentes, que en las calles de la villa, mostraban a todos sus productos. Sin embargo, como tantas otras tradiciones de aquel tiempo, apenas sobrevivieron al torbellino del desarrollo y la modernidad. Empezaron a surgir puestos permanentes con sus productos mostrados en los anaqueles de un tabuco. Sólo unas pocas ferias pudieron lograr la hazaña de continuar: la de libros fue una de ellas.

A finales del siglo XIX, en Atocha existía una feria en la que se vendían productos elaborados, entre ellos libros. El gremio decidió abandonar la zona y trasladarse a un espacio que fuera propio y en el que el Quijote no tuviera que competir con las sardinas. El lugar escogido fue el Paseo del Prado, delante del Jardín Botánico, un lugar único en el que los libros servirían como metáforica escolta a las joyas que albergaba ya el Museo del Prado. Aquel enclave, que estaría llamado a ser el centro de la vida literaria y cultural de la capital, además de uno de sus puntos más hermosos, sería temporal. El director del Jardín escribió al Ayuntamiento quejándose por la presencia de los libreros, que consideraba perjudicial para la salud. Así que, como en un siguiente capítulo de su éxodo particular por la ciudad, los libreros volvieron a tomar sus bártulos y a ponerse en camino, esta vez, a la cuesta de Moyano, muy cerca de donde habían estado. Y allí se establecieron, como feria de libros permanente, que Ramón Gómez de la Serna llamaría la feria del boquerón.

Un santurario del tiempo

Hubo intentos de cambiar de nuevo su emplazamiento, pero entre los estudios urbanísticos del Ayuntamiento en tiempos de la II República y el estallido de la Guerra Civil, quedaron paralizados. Y desde entonces, unos y otros han intentado mover a los libreros a uno y otro lado, pero el tiempo y la afluencia de lectores les hizo fuertes en su cuesta, resistiendo incluso los envites de los distintos planes municipales de urbanismo. Hasta hoy, que esa cuesta, "un río de libros que baja a Madrid desde las fuentes recónditas del Retiro", escribió Umbral, se ha convertido en una suerte de santuario para quienes se resisten a abandonar el papel, para esos últimos románticos que aún disfrutan pasando las páginas de un libro, oliendo esa particular mezcolanza de aromas que se concitan en las páginas de un libro antiguo de Moyano: el tiempo, aferrado en las letras impresas, y los pétalos fragantes del vecino Jardín.

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