Latinoamérica

Las discutidas elecciones venezolanas se saldan con un triunfo que sabe a derrota

Nicolás Maduro, presidente de Venezuela. Imagen: EFE

La apresurada confirmación del triunfo del candidato oficialista, Nicolás Maduro, por las autoridades electorales es muestra de nerviosismo. Lo peor es que Maduro también recurrió a la violencia policial y a matones a sueldo así como a las amenazas. Las refriegas ya han causado la muerte de ocho personas y decenas de heridos. Maduro asume la Presidencia de Venezuela jurando lealtad a la "memoria eterna" de Chávez

Las amenazas incluyen una presunta orden de detención contra el candidato opositor, Henrique Capriles, quien en ningún momento ha hecho un llamamiento a la violencia. Se ha limitado a exigir que se proceda a una auditoría y a un recuento completo de la votación, ya que la oposición ha manifestado gravísimas denuncias de fraude. Es su derecho y también el de todos los venezolanos. Las irregularidades observadas en el proceso electoral lo imponen.

Según Capriles, éstas habrían afectado nada menos que a un millón de votos, a lo que cabe agregar más de 3.000 incidentes electorales en los que, a través de denuncias, se han acreditado irregularidades en el desigual proceso electoral de apenas diez días de duración. Entre ellas aparece la existencia de 535 máquinas "dañadas", que afectaron a casi 200.000 votos.

De acuerdo con los resultados oficiales, anunciados por la directora del Consejo Nacional Electoral, el heredero político de Hugo Chávez ganó con el 50,75 por ciento de los votos, mientras Capriles recibió el 48,98 por ciento. El escaso margen de victoria de Maduro, del 1,7 por ciento, ha sido significativamente menor que el 10,8 por ciento obtenido por Chávez en octubre.

El apoyo a Maduro se desinfla

Esto supone que casi 700.000 de los que votaron por Chávez en las elecciones pasadas lo hicieron ahora por Capriles, o bien que el opositor fue capaz de atraer a cientos de miles de votantes que se abstuvieron en los pasados comicios.

Sea como fuere, el poder de convocatoria de Capriles ha sido enorme, si se considera que tuvo que lidiar con una formidable maquinaria estatal al servicio de Maduro. La campaña se hizo con reglas electorales que el Gobierno diseñó a la medida para asegurar la victoria de Maduro. Las elecciones fueron convocadas casi inmediatamente después de la muerte de Chávez, para beneficiarse del sentimiento de solidaridad nacional hacia el fallecido presidente. Durante la campaña -de una brevedad insólita- Capriles mostró un discurso integrador y reconciliador para un país dividido frente a la mística cuasi religiosa de Maduro.

Maduro utilizó descaradamente los recursos estatales del monopolio petrolero estatal PDVSA para financiar su campaña -la fortuna que habría sido abonada a Diego Maradona para poder contar con su presencia en Caracas es solo un ejemplo-. Controló asimismo la mayoría de los medios de comunicación.

El candidato opositor podía usar solo cuatro minutos diarios de publicidad televisiva pagada por canal de televisión. Maduro disponía de 14. El Gobierno presionó a los 2,4 millones de empleados públicos para votar por Maduro. Intimidó a electores de oposición difundiendo rumores de que las máquinas automáticas de votación podían identificar a quienes votaban por Capriles. Otra intimidación no muy velada fue la del ministro de Defensa, Diego Molero, cuyas fuerzas armadas estaban a cargo de custodiar los colegios electorales. El ministro afirmó, en una ceremonia pública el 7 de marzo, que las fuerzas armadas de Venezuela son "revolucionarias, antiimperialistas, socialistas y chavistas".

La revolución venezolana -aunque con expropiaciones, nacionalizaciones, intervención estatal en todas las áreas y control de los medios de comunicación- trata de consolidar el régimen mediante una democracia popular y plebiscitaria. El sistema funcionó con Chávez, quien obtuvo el poder absoluto. Sin él, la magia se desvanece.

Existe una grave crisis interna en el fuero interno chavista porque Maduro no ha sido capaz de llenar las expectativas de sus votantes. No se le perdonarán los errores, como sí se le perdonaron a Chávez. El heredero designado, quien disfrutó de todo tipo de ventajas en un injusto proceso electoral, es un presidente electo políticamente débil.

Maduro comenzará a denunciar diariamente presuntas conspiraciones domésticas e internacionales contra su Gobierno. Pese a ello y consciente de su debilidad, Maduro aprovechó la presencia del norteamericano Bill Richardson como representante de la OEA para sugerirle que ya es tiempo de normalizar la relación bilateral con EEUU.

La muerte del comandante ha debilitado claramente a sus seguidores, a aquellos a los que, en la terminología de Capriles, ahora se denominan los "enchufados". Más aún: ha sembrado la división en el seno del chavismo.

El principal esfuerzo de todos, junto al de evitar la violencia, debe ser impulsar y privilegiar la transparencia. Si Maduro no permite un recuento total de los sufragios -como él mismo prometió- comenzará su mandato con una sospecha de ilegitimidad.

Si se confirman los actuales resultados, Maduro deberá gobernar tratando de resolver los problemas importantes: empleo, seguridad, inversión, etc. Entre los desafíos económicos más importantes está el control de la inflación y la urgente necesidad de mejorar la productividad petrolera. Sin embargo, hasta ahora el oficialismo no ha sabido manejar la crisis económica, una evidencia que muestran dos devaluaciones seguidas. En efecto, la moneda pierde valor sin cesar y la pésima situación económica nacional empeorará con el petróleo a menos de cien dólares/barril por vez primera en años.

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