Latinoamérica

Los vecinos de Amuay pasan la noche entre el miedo y la desolación

El país todavía está convulsionado por la tragedia | Archivo

"Me voy antes de que esa vaina vuelva a explotar", dice este domingo José Acacio, que perdió su hogar por la fatal explosión de la mayor refinería de Venezuela, pidiendo que el gobierno responda por los daños, mientras espera un camión para llevarse lo que pudo rescatar de entre los escombros.

En contraste con la premura de Acacio, otros vecinos de la barriada Alí Primera -separada de la refinería de Amuay (en el estado noroccidental de Falcón) por un pequeño descampado- se lo toman con calma y observan o fotografían la llama que sigue saliendo de dos de los tanques de almacenamiento del complejo.

"Yo no veo esta vaina más segura, hoy (domingo) está mucho más grande", dice Acacio a la AFP, señalando la llama que aún sale de uno de los tanques, a más de 36 horas de la explosión provocada por una fuga de gas que dejó 41 muertos y decenas de heridos, la mayoría militares y sus familiares que vivían pegados a la refinería de la estatal PDVSA.

Al otro lado de la calle de tierra de esta humilde barriada, que se formó alrededor de la refinería hace más de 50 años, Alí Bello mira la llama sentado en una silla de plástico, mientras un grupo de vecinos aseguran que sienten directamente en la piel "como si alguien (les) soplara aire caliente".

"No tengo miedo. Por el momento dicen que no va a estallar de nuevo" la refinería, dice a la AFP Bello, de 60 años, frente a su precaria vivienda con el techo inclinado producto del siniestro.

"Esto siempre ha olido a gas, a veces muy fuerte", explica este hombre que vive sólo en la pequeña casa de paredes de madera y techo de zinc, descartando así que el olor que otros vecinos dicen que se sintió desde el viernes en la zona pudiera ser una señal de que iba a ocurrir una tragedia.

"El baño se me desbarató todo", dice Bello, con una tranquilidad pasmosa, mientras muestra la pared que cayó sobre su lavabo.

Este domingo, el ambiente en la ciudad que alberga al Centro de Refinación de Paraguaná (CRP) -del que forma parte Amuay y que produce unos 955.000 barriles de crudo al día- es más relajado e incluso algunas calles que el sábado estaban cortadas están ya abiertas al tránsito.

Aunque aún sigue habiendo mucha protección en el perímetro inmediato de la refinería.

"Váyanse, váyanse, que esto podría volver a estallar", dicen algunos de los militares destacados en la zona con una clara intención de alejar a los curiosos.

La misma calma se vivía el domingo en la sede de PDVSA en Amuay, poco antes de la llegada del presidente Hugo Chávez.

"En dos o tres días todo volverá a la normalidad. Créanme que no hay ningún peligro para la comunidad", dice Iván Hernández, ex gerente del CRP, que lleva más de 40 años vinculado a la compañía petrolera estatal.

Un depósito en llamas en la refinería Amuay tras la explosión de gas que costó la vida de al menos 39 personas en el mayor accidente de la historia de Venezuela el 26 de agosto de 2012.

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