
A tres semanas de la primera vuelta de las elecciones presidenciales continúan las sorpresas, los escándalos y los giros inesperados en Francia. Sin embargo, sí se vislumbra cada vez con mayor nitidez el desgaste del sistema de partidos galo. La reciente derrota de Geert Wilders y su Partido de la Libertad en Holanda ha llevado cierta dosis de alivio a Europa, pero el auge del nacionalismo no se detiene y la extrema derecha se extiende.
Lo muestra el caso de Francia, donde el Frente Nacional de Marine Le Pen se ha transformado en clara alternativa de poder. Con pragmatismo e indudable astucia política, Le Pen sigue encontrando simpatizantes fuera del núcleo tradicional de la derecha francesa.
Como en otros países de la Unión Europea, las propuestas xenófobas y proteccionistas de este partido ya se han colado en la agenda política. En ocasiones son incluso forzosamente abordados por los demás partidos en un intento vano y desesperado por no perder votantes. Así, en política de seguridad en Francia, desde los atentados de noviembre de 2015 aparecen algunos de los pilares del discurso del FN.
Sin duda, a corto plazo la gran beneficiada del rechazo británico a la UE es la heterogénea extrema derecha europea. A la cabeza del espectro, el FN, que ha llegado a ser el partido con la base electoral más fuerte y con menos fluctuaciones. No obstante, la mayor dificultad en el caso de una improbable victoria de Le Pen sería la de formar una mayoría parlamentaria de gobierno. Pese a su fuerza, y a causa del sistema electoral a dos vueltas, el FN apenas cuenta con diputados.
Crisis a izquierda y derecha
El Partido Socialista ya venía atravesando una fuerte caída producto de los cinco años de gobierno de François Hollande, cuyas reformas han sido consideradas una traición a los trabajadores. El repudio popular hacia la política social-liberal de su dirección mayoritaria es grande y ha fracturado más al partido.
En el PS se ha confirmado que el ex primer ministro Manuel Valls se negó a apoyar al candidato electo en las primarias de la formación, Benôit Hamon. Valls votará al candidato de En Marche! (En marcha), Emmanuel Macron, exministro de Economía. El paso de Valls abre la perspectiva de una "fuga de socialistas" hacia el bando Macron.
El todavía presidente, Hollande, decidió fundar su "propio movimiento" con el objetivo de la "renovación de la política". En ese contexto, la tarea de Hamon de resucitar un aparato moribundo se presenta poco menos que imposible. Ya relegado al quinto puesto, Hamon ha vuelto a ser superado por el "radical" Jean-Luc Melenchon.
Con un candidato que puede quedar relegado al quinto puesto y divididiéndose en distintas opciones, el PS avanza hacia el escenario de "pasokización" (en referencia al derrumbe del PS griego, el Pasok). El PS no es un partido cualquiera, sino un pilar de alternancia en los últimos cincuenta años con frecuente responsabilidad de Gobierno.
Macron tiene dos puntos débiles. Uno es, precisamente, haber sido titular de Economía con Hollande. Sus detractores a izquierda y derecha denuncian que no representa el cambio, sino la continuidad de este ejecutivo. Muchos recuerdan cuando se decidió prescindir de la Asamblea para aprobar por decretazo, su proyecto para liberalizar la economía, la polémica Ley Macron.
El otro es que, en caso de vencer las presidenciales, también se enfrentaría a un grave problema de gobernabilidad. El aspirante que no es "ni de izquierda ni de derecha" se propone hacerlo de manera transversal. Pero esto puede originar una gran inestabilidad a la vista del estado ya debilitado de unos partidos tradicionales muy fragmentados.
La crisis afecta asimismo a la derecha del partido de Los Republicanos. Su candidato, François Fillon, es el centro de escándalos de corrupción desde hace meses. Sus opciones de pasar a la segunda vuelta son cada vez más escasas. Cabe preguntarse por qué el partido no lo sustituyó a tiempo. La única respuesta congruente es la falta de unanimidad en cuanto al sustituto que hacía temer una guerra de sucesión fratricida. Mas el status quo a que ha llevado la atomización de la derecha se ha convertido en un escenario a todas luces peor.
Así pues, la derecha tradicional se aleja de su papel de alternativa al socialismo. Más allá de la corrupción, influye en las pocas perspectivas de Fillon el hecho de personificar el ala dura de la derecha.
Este orden de cosas ha dado alas tanto a Macron, liberal más moderado que Fillon, como a Le Pen, que se ha permitido acusar a Fillon de querer instaurar un modelo de salud para ricos como el de EEUU.
El desgaste del bipartidismo ha llevado a una más que probable constelación: que ninguno de los dos candidatos en segunda vuelta pertenezca a los aparatos que han marcado la vida política fancesa. Una situación sin precedentes en la V República.