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Niños kenianos hambrientos, atrapados entre dos mundos

WAJIR, Kenia (Reuters) - Siad Abdikadir tenía un año y estaba tan débil que no podía ni aguantar su cabeza, que apoyaba en el abultado vientre de su embarazada madre.

Se retorcía ocasionalmente, intentando quitarse la sonda de alimentación de la nariz, pero pasaba la mayor parte del tiempo quieto, callado y exhausto.

Los niños malnutridos que llenan el hospital de distrito Wajir, en el norte de Kenia, representan una fracción de los millones de nómadas en toda la región que están intentando mantener sus estilos de vida tradicionales en medio de unas sequías graves y recurrentes.

"Vi que estaba poniéndose peor. Tenía diarrea, vómitos, fiebre, úlceras en la boca y tos", dijo su madre, Habiba Ibrahim, de 28 años. "Pero tengo otros seis niños en casa y nadie que les cuide".

La familia de Siad son lo que localmente llaman "marginados", de la comunidad somalí de pastores que vive en Wajir, a 600 km de la capital del país, Nairobi. Su padre trabaja ocasionalmente, ganando 400 chelines kenianos (unos 3,2 euros) al día cuando consigue un empleo.

"La vida se volvió muy dura", dijo Ibrahim, apartando de un manotazo una mosca junto al ojo de su hijo. "El trabajo era fiable antes, pero ahora hay demasiados trabajadores ocasionales".

LOS NECESITADOS MENDIGAN COMIDA

Diez millones de personas en la región del cuerno de Africa han comenzado a pasar hambre, después de que el ganado del que dependía para alimentarse haya ido muriendo por una grave sequía, según Naciones Unidas.

En el norte de Kenia, los pueblos han crecido a medida que las familias más necesitadas acampan en las afueras, esperando que aquellos a los que les va mejor les den comida y agua. Se trata en su mayoría de mujeres, niños y ancianos. Los jóvenes han emigrado a Somalia y a otros distritos próximos con los pocos animales que quedan, aunque la situación no sea mucho mejor allí.

"Esta es la única comida que va a tomar hoy la familia", dijo Fatuma Ahmed, cocinando unas tortitas para sus siete hijos al amanecer.

"Si consigo comida de donantes, cocino para los niños. Si no, nos vamos a la cama con hambre", contó la viuda de 38 años, agachada dentro de su refugio abovedado.

La cultura y la fe islámica de los somalíes les obliga a compartir lo poco que tienen.

"Cuando vas a casa, te encuentras con gente esperando a compartir tu comida", dijo Mohamed Dahiye, enfermero en el hospital de Wajir. "Ni siquiera les conoces, pero tienes que responder".

LOS DIPUTADOS, "CIEGOS ANTE EL SUFRIMIENTO"

Con unas sequías recurrentes y un aumento de la población, el pastoreo cada vez es más insostenible sin una inversión masiva que lo apoye. En el árido paisaje revolotean las columnas de polvo sobre las reses muertas y los pueblos abandonados. Las carreteras son simples pistas arenosas que serpentean entre los grises arbustos espinosos. Fuera de las principales localidades, no hay cobertura de telefonía móvil. La zona ha sido descuidada desde la época colonial.

"Los diputados permanecen ciegos mientras la gente se muere", declaró Osman Salat, un empresario de Nairobi venido para dar una ayuda económica a unos familiares, refiriéndose a los políticos de la región.

El terreno es fértil y la irrigación podría permitir que fuera viable desde el punto de vista agrícola, pero desarrollarlo sería caro. Solo perforar un pozo cuesta cinco millones de chelines.

Los presupuestos se consumen con la crisis. La ONG World Vision ha estado llevando en camiones un agua salvadora a 24 pueblos en el distrito de Habaswein desde diciembre, con un coste de 250,000 chelines diarios, según el gestor del proyecto, Jacob Alemu.

Dahiye, el enfermero, dijo que la gente tiene que tener en cuenta el futuro.

"En lugar de buscar las causas en el origen, estamos siendo alimentados sobre todo con comida humanitaria", afirmó. "Esto no nos hará progresar. Deberíamos sentarnos y ver soluciones a largo plazo".

APRENDER DEL MUNDO MODERNO

Algunos pastores están empezando a mandar a sus hijos al colegio, con la esperanza de que la educación les dé unas posibilidades que sus padres nunca tuvieron.

"La época de moverse con los animales se está yendo", afirmó Dekow Farah, de 49 años, que hace nueve meses se asentó en el pueblo de Fini.

Farah había pasado toda su vida recorriendo Kenia con su ganado, buscando pastos y agua, con las posesiones de la familia sujetas en el lomo de los camellos. Ahora, dos de sus nueve hijos, Zakaria, de nueve años, y Abdi, de seis, van al colegio del gobierno local, una simple choza hecha con palos que se encuentra en medio del pueblo.

"Debido a sequías como esta, está bien asentarse y llevar a los niños al colegio para que puedan aprender cómo lidiar con el mundo moderno", declaró. "No veo futuro en el estilo de vida nómada".

En el último año, Farah perdió 450 ovejas y cabras, así como dos camellos, por la sequía. Le quedaban 50 ovejas y cabras, y dos camellos.

"Me quedé aquí para poder recibir ayuda del gobierno y de organizaciones no gubernamentales, y además podría tener un empleo ocasional", manifestó, mordiendo un palo. Aunque todavía no había tenido suerte, se mostró filosófico: "Todo tiene un límite temporal, y algún día vamos a salir de este problema, si Dios quiere".

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