Pymes y Emprendedores

"En familia"

  • No ayudará mucho a la estabilidad familiar que ocupemos el cuarto puesto de la UE en la tasa de hogares en los que ningún adulto trabaja
Eva Levy. EE

Aunque hay países que están reaccionando, Europa afronta un invierno demográfico que habla de una familia menos idílica. Y destaca España, con una tasa de nacimientos por debajo de la necesaria para el reemplazo generacional.

Hemos dejado atrás unas semanas intensas con predominio absoluto de las relaciones familiares. Recuperados de tanto exceso festivo, la primera lectura es que la familia goza de buena salud, pero otra más reposada, tras escuchar a unos y otros en las interminables sobremesas, nos dice que la familia "ya no es lo que era" y que tampoco está claro lo que pasará con ella mañana. Al decir ya no es lo que era no me lamento por la evolución de las costumbres, sino por la soledad de la familia a la hora de hacer frente a los desafíos que esperan a nuestra sociedad en plena revolución tecnológico-económica.

Me considero razonablemente tradicional, pero convivo con la diversidad étnica y cultural entre mis amigos y parientes. Con parejas que proceden de otras uniones, con parejas del mismo sexo, con parejas que han adoptado, a veces teniendo hijos propios, o con mujeres que han acudido a la ciencia para ser madres por su cuenta y riesgo. No me faltan familias hechas de abuelos, que suplen con sus nietos a unos padres ausentes por buenas y malas razones, ni personas que han debido dejar atrás a esposos/as y niños para abrirse camino, como emigrantes, con todos lo que eso implica.

Más que su formato, me inquieta que la familia sea una de esas realidades esenciales que damos por supuestas -como la libertad y los derechos civiles: peligroso espejismo europeo a la vista de recientes acontecimientos-, y cuyos problemas y amenazas quedan recluidos tras las puertas acorazadas de los hogares, sólo dignos de atención social en los casos más televisivamente dramáticos. Sabemos, sí, que de las familias depende el aprendizaje en los afectos, en los valores fundamentales y en las pautas más básicas de la vida. Pero parecemos dar por hecho que esas familias se las arreglarán, de manera mágica, para sortear todos los obstáculos y cumplir con su rol, no importa lo desorientadas o vulnerables que se sientan.

Así que el panorama no es tan rosa. Aunque hay países que están reaccionando, Europa afronta un invierno demográfico que habla de una visión de la familia menos idílica. En ese invierno, destaca España, con una tasa de nacimientos por debajo de la necesaria para el reemplazo generacional -en paralelo, otro récord: somos el país de la Unión Europea donde más se ha incrementado el aborto en mujeres adultas en los últimos 20 años-. Por otra parte, se podrán ignorar criterios religiosos, pero la destrucción de los hogares es indeseable se crea en lo que se crea. Y las rupturas familiares se han convertido en una tónica europea, de consecuencias sombrías para la educación de los hijos y más cuando se traducen en hogares monoparentales con pocos o nulos ingresos. Cuatro de cada diez matrimonios no resiste 10 años y uno de cada siete no supera los cinco. En el conjunto de la UE, la nupcialidad clásica ha caído de forma llamativa, y España también lidera aquí las peores cifras (3,4 matrimonios por 1.000 habitantes) solo seguida por Luxemburgo, Eslovaquia, Portugal y Bulgaria. Con todo, nuestro nivel de separaciones es sorprendente: en 20 años (1992/2012) ha crecido un 226 por ciento.

Es difícil hablar de causas y efectos, pero no ayudará mucho a la estabilidad familiar que ocupemos el cuarto puesto de la UE en hogares en los que ningún adulto trabaja -en el conjunto de la UE hablamos de 31 millones de familias, un 15 por ciento del total. En España, del 20 por ciento de unos 18 millones de hogares-. El reconocimiento de derechos, las ayudas directas e indirectas y la fiscalidad van en Europa por países, y España no es de los más generosos. Ocupamos el penúltimo puesto en lo que se refiere a la apuesta gubernamental por la familia, por delante de Letonia. Si Dinamarca, por ejemplo, dedica el 4,1 de su gasto social a la familia, nosotros nos limitamos al 1,4.

Por eso resultan algo hipócritas las voces -sobre todo políticas- que alaban el papel de las familias en general, y en esta crisis en particular. Claro que están teniendo un comportamiento extraordinario a la hora de hacerse cargo de los miembros en peor situación, pero aún no conocemos el balance post crisis. ¿Cuántas familias quedarán destrozadas por el paro crónico, la incertidumbre y la inseguridad? ¿Qué pasará con aquellas cuyos miembros no tengan preparación (ni edad) para subirse a la ola de la recuperación? ¿Y los viejos? Es mi obsesión. ¿Qué será de ellos después de haber agotado sus recursos y su tranquilidad en lo que pensaban que sería una etapa serena? ¿Alguien les compensará? Más que alabanzas urgen propuestas concretas para hacer frente a todos estos estragos.

Hay quien sostiene que la familia española quedó rezagada en relación a Europa -donde también hay mucho que mejorar- durante la Transición, ya que cualquier gesto de apoyo se conectaba con el respaldo ideológico que merecía en el régimen anterior. La legislación ha tratado de evitar los tics paternalistas con normas que aseguren ciertos derechos en las empresas, en el acceso a ventajas, etc. Pero los resultados están por debajo de las necesidades reales y aquí vale la pena incluir desde las puras prestaciones familiares al siempre aplazado cambio de horarios.

Cuando se cierre el ciclo de esta terrible crisis, nos espera a todos una etapa de rasgos desconocidos: otras formas de trabajo, que exigirán empleabilidad constantemente renovada, ingresos menos regulares, lo que influirá en la manera de gastar y hasta en la fiscalidad de la que se beneficia el Estado. Soy optimista a medio plazo, pero dudo que las familias puedan enfrentarse solas a los nuevos escenarios.

Y sin embargo, esta es la hora en que ningún país pone el tema de la familia sobre la mesa. No deja de ser curioso que la Unión, tan dada a la creación de Comisiones para cualquier cosa, no tenga ni una sola dedicada a las políticas familiares y que de los 136 Libros Verdes que ha emitido la UE desde 1984, tampoco haya habido ninguno dedicado a estos asuntos tan cruciales.

Tribuna de Eva Levy, presidenta de Honor de WomenCEO y Plataforma de Expertas

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