madrid. Schrebergartenania no es un estado federal de Alemania, pero casi. Es el nombre con que se designa al conjunto de jardines (garten) de ocio a los que son tan aficionados los urbanitas germanos.
Son pequeñas parcelas en la periferia de las grandes ciudades como Berlín, a las que acuden jubilados en busca de paz y jóvenes obsesionados por el biocultivo y comer sano. No es ridículo considerarlo un feudo aparte. Sólo en Babaria viven más de cuatro millones de gnomos de cerámica adornando los minihuertos, también muy populares en Bélgica y Francia. En este último país fue donde Ernesto Monzo, un joven de Castellón, los descubrió.
Al regresar de París fue madurando la idea de trasladar esa cultura de parterres urbanos a los terrenos baldíos de Segorbe, su pueblo natal. Este ingeniero agrónomo había dado con la fórmula de "recuperar la huerta valenciana", fomentar el desarrollo de su comunidad rural y vivir de lo que le gusta, el campo, sin tener que emigrar a otro lado. Dejó el trabajo en una explotación agraria del rincón de Aldemuz y se apuntó a un master de gestión de cooperativas en la Universidad Politécnica de Valencia. Luego presentó un bosquejo de sus ambiciosos planes al certamen anual de emprendedores de la Obra Social de Bancaja y recibió 15.000 euros mas una beca para desarrollar su proyecto en el Centro Europeo de Empresas Innovadoras. Después de este largo proceso estaba dispuesto a iniciar junto a su socio Ramón Punter "un nuevo tipo de ocio agrario".
El resultado es Jardines del Palancia, un lote de 22 parcelas de 90 metros cuadrados que arrendan por 750 euros de primavera a otoño (en invierno las tierras descansan en barbecho). Por ese precio enseñan a cultivar la tierra, la riegan cuando el propietario se ausenta, proporcionan bicis para excursiones a una vía verde cercana y organizan juegos para que los niños de sus clientes aprendan que los tomates no crecen en las neveras de los supermercados.