
Una aerolínea llenó las vallas publicitarias con un cartel en el que se veía un trayecto y, al lado, su irrisorio precio con un asterisco que llevaba a una esquina donde se podía leer: "No bromeamos, somos alemanes".
Y esta seriedad de la que hacen gala los germanos puede convertirse en obsesión si se trata de medir el tiempo, con sobriedad y elegancia. Sí, no sólo Suiza es capaz de elaborar relojes que son minuciosas obras de arte.
El reloj, buque insignia de Alemania
En Glasshütte, localidad del estado de Sajonia, se manufacturan las piezas A. Lange & Söhne, que por su exclusividad y belleza no tienen nada que envidiar a las de otras grandes firmas helvéticas.
El trabajo artesanal hace que su producción se realice en pequeñas series. Lange apenas fabrica algunos miles de relojes al año que distribuyen mundialmente sólo 141 joyeros en 204 puntos de venta. Desde que en 1994 se presentó el buque insignia de la casa, el Lange 1, cada cierto tiempo se da una vuelta de tuerca y se sorprende con nuevas piezas. Es el caso de su última creación, el Lange 31.
Su apellido se debe a que este reloj de cuerda manual tiene una reserva de marcha de un mes: sólo 12 veces al año hay que remontar su corona para que funcione con precisión un año entero. Lo importante es que para conseguir ese límite de reserva se ha recurrido a la propia historia de la firma, echando mano de la llamada tecnología de llave que empleaban los antiguos relojes de bolsillo.
Tradición es una palabra que se escucha a menudo en la fabrica sajona donde, hace más de 150 años, se inició el sueño de Ferdinand Adolph Lange. Éste lo aprendió todo de Gutkaes, el relojero de la corte de Sajonia, a comienzos de 1800. Pero, además de formación técnica, el joven Lange tenía la sensibilidad de aplicar los inventos científicos de la época a sus relojes .
El germen
En 1845 voló por su cuenta y en las montañas de Ore, en Glashütte, fundó su propia factoría, el germen de la industria relojera de alta precisión alemana. Sus hijos, Richard y Emil, continuaron la labor e instituyeron el nombre, A. Lange & Söhne, que hoy goza de fama mundial. Su pasión por los relojes unida al crecimiento de la economía germana, hicieron de los siguientes años una época dorada salpicada de hitos: el kaiser Guillermo II regaló al sultán Abdul Hamid II un reloj de bolsillo que actualmente se exhibe en un museo de Estambul. Y también de la fábrica de Glashütte salieron los seis relojes que llevaron los integrantes de la primera expedición alemana al Polo Sur. Gracias a que sus productos no sólo eran meras piezas de lujo, la fábrica pudo subsistir durante la I Guerra Mundial realizando cronómetros marinos para la Armada teutona.
El relevo generacional apenas tuvo tiempo para volver a posicionar la firma: la crisis económica de posguerra y el posterior conflicto mundial lo impidieron. Pero no acabaron ahí las calamidades. El último día de la contienda, en 1945, los talleres de Lange fueron destruidos por un bombardero ruso y, a continuación, el nuevo gobierno de la Alemania del Este nacionalizó toda la industria relojera, incluyendo lo que quedaba de la empresa familiar, pero aún quedaba cuerdapara rato. Tras la caída del Muro, Walter Lange regresó de Estados Unidos y, en honor a su bisabuelo, reflotó la marca. Sus armas: la innovación y un buen olfato para los negocios, ya que en 1990 puso la firma bajo el techo del grupo relojero LMH que, en 2000, fue adquirido por el prestigioso consorcio suizo Richemont.
No se codean con los grandes por casualidad. Lange bebe de la gran herencia relojera familiar, lo que se pone de manifiesto en sus diseños sobrios y clásicos, y en la calidad de los mecanismos. Muchas de las piezas que hoy lucen en algunas privilegiadas muñecas esconden elementos de los históricos relojes de bolsillo Lange. Es el caso del antes citado Lange 31 (135.000 euros). A este nuevo modelo le acompañan otros: el Langematik Perpetuo, que seis años después de su primera aparición está disponible ahora con una caja de oro rojo y una esfera de plata. Fue el primer reloj de pulsera automático del mundo con calendario perpetuo y se puede adquirir por 49.000 euros.
Por último, la elegante y más moderna familia Saxonia, que cuenta con tres nuevos miembros: Saxonia, Saxonia Automatik y Gran Saxonia Automatik (12.200 euros). Todos ellos convencen de que el made in Germany en un reloj va asociado a la precisión y la exclusividad.