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Nueva York rentabiliza el mundo de la moda

Es sábado por la mañana y la luz brilla a través del escaparate de la tienda provisional de Z Zegna en el corazón de Madison Avenue. Entre impecables maniquíes el ir y venir de gente deja sentir el nerviosismo previo a la presentación de una nueva colección a este lado del Atlántico.

No es de extrañar, y es que al fin y al cabo el diseñador se juega todo a una sola carta, alrededor de 600 segundos sobre la pasarela que determinan el futuro de la temporada. En el atelier, situado en las entrañas del fastuoso edificio, la tensión se mezcla con el entusiasmo de ver nacer un nuevo querubín.

Entre perchas, accesorios, un descomunal cúmulo de ropa, delicadamente colgada, Alessandro Sartori, diseñador de la colección, realiza las últimas pruebas sobre uno de los modelos con cara de chiquillo. En el pasillo, el propio Ermenegildo Zegna hace acto de presencia mientras todo el mundo siente la presión de tener al "gran jefe" vigilando las espaldas.

A golpe de talón

Sartori se sienta rápidamente y explica a elEconomista el concepto de la colección: "Un hombre aventurero en la jungla urbana". Entre novedosos tejidos de algodón, bermudas descomunalmente anchas y chaquetas de piel de canguro, una pregunta sale a la palestra, ¿cómo sobrevive financieramente un diseñador a la Semana de la Moda de Nueva York? La respuesta es fácil, a golpe de talón.

Al día siguiente, durante el desfile de Zegna en los Skylight Studios de Tribecca, fuera del conocido recinto de la Fashion Week, que tiene lugar en Bryant Park, uno de los representantes de la marca no nos puede facilitar cifras pero entre botellas de champán, modelos, producción y demás el coste puede superar los 300.000 dólares.

Desde luego, el derroche de dinero durante estos siete días de moda es impresionante. En el caso de Z Zegna se optó por elegir una pasarela fuera del recinto donde hierve la verdadera semana del diseño, ese mágico parque en la calle 42 con la sexta avenida.

Bajo una inmensa carpa blanca, tres pasarelas bajo el nombre de The Promenade, The Tent y The Salon, cobijan las nuevas colecciones de Calvin Klein, Carolina Herrera y Nicholai, la marca de la hermana de Paris Hilton, Nicky. Simplemente alquilar una de las tres grandes pasarelas cuesta entre 25.000 y 35.000 dólares.

Por supuesto, eso sólo incluye el espacio en sí para los escasos 15 minutos de desfile. A ello habría que añadir el contrato de estilistas, que cobran una media de 6.000 dólares diarios pero su sueldo puede dispararse hasta los 20.000 o los costes de producción. Por ejemplo, algún que otro diseñador decidió iluminar su pase con luces rosadas para que todos sus asistentes parecieran más jóvenes; el coste de la idea superó los 20.000 dólares. Otros, como Marc Jacobs decidió invertir en las sillas de los asistentes y desembolsó 160.000 dólares.

Alimentar a todo el equipo
, ronda los 1.800 dólares en los casos más baratos o el envío de más de 2.000 invitaciones sobrepasa los 3.000 dólares. Eso sí, según las estadísticas, se puede presentar una colección por el módico precio de 50.000 dólares, pero olvídense de contratar a los modelos de moda o al mejor equipo de maquillaje y peluquería, que pueden costar entre 5.000 y 10.000 dólares.

Según la firma de cosméticos MAC, durante la semana de la moda se encargan más de 20.000 sombras de ojos y cada caja de maquillaje cuesta alrededor de 2.000 dólares. Multipliquen ese precio por los cerca de 30 maquilladores empleados por desfile.

¿Está justificado este desembolso?
Parece que sí. Según explicaba a Forbes Pablo Deechevarria, vicepresidente de marketing de Perry Ellis, presentar en la semana de la moda puede facilitar al menos 700 editoriales impresos a lo largo de la temporada. Si multiplicamos esa cifra por los 27.000 dólares de media que cuesta colocar un anuncio en una revista de moda, la Fashion Week queda justificada.

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