Ana Picó paseaba hace un año por Nueva York con su marido, dando vueltas a la vida frenética que llevaba, sin tiempo para estar con sus hijos, y dio de bruces con esa idea de negocio que hoy constituye su empresa, una de sus mayores ilusiones y que le ha permitido dar un rumbo radical a su vida. Se trataba de un establecimiento de la cadena Red Mango, uno de los veteranos dedicados al frozen yogurt, un invento que lleva veinte años instalado en el mercado americano pero que en el español no conocíamos.
"Cómo es posible que a nadie se le haya ocurrido montar algo así en España", le dijo a su marido. ¿Y por qué no yo? Fue su segunda reflexión. Dicho y hecho.
El yogur helado tiene todo el calcio de este producto, bueno para la flora intestinal pero mucho menos calórico que el tradicional. Se sirve con fruta, semillas como el sésamo, chocolate belga... una alternativa a las cafeterías de siempre que, simplemente, no había en el paisaje hostelero de nuestras ciudades. Tan claro vio que podía triunfar, que si el paseo neoyorquino tuvo lugar en junio de 2009, tres meses más tarde, en septiembre, ya estaba registrando la marca: O! my good, algo así como Dios, qué bueno está.
Pero si algo destaca en la historia emprendedora de Ana Picó es que, en pocos meses ha pasado de la nada hasta... el infinito. A un año escaso de montar su local de yogur helado, en una zona céntrica de Madrid, ya está preparando un ambicioso plan de expansión a través de franquicias que llevará su productos y locales por las principales ciudades de toda España.
En estos momentos, está estudiando las propuestas de un par de consultoras franquiciadoras para empezar, en enero, a pulir el proyecto de abrir un local de O! my good en quince grandes ciudades españolas. El objetivo: que todo esté listo de cara a la temporada primavera-verano, cuando se dispara el consumo de productos helados.
Atonía del consumo
Pero no todo es tan dulce en el mundo de Ana Picó. Como cualquier emprendedora en estos tiempos, le inquieta la atonía del consumo: "Ves que la gente pasea pero que mide mucho en qué gasta". El suyo es un producto de calidad, bajo en calorías, con frutas que compra cada día en Mercamadrid ("Lo que sobra al final de la tarde, me lo llevo a casa", dice) y, como tal, instalado en un rango de precios medio-alto. Por eso, se agarra a la innovación, ofrecer cosas distintas para captar a un público amplio.
Así, ha introducido los smoothies, un invento que procede también del mercado anglosajón: mezcla de frutas y verduras en zumos que ella clasifica en función de las propiedades que tienen: los hay vitaminados, los que tienen potasio (buenos para la circulación)...
Lo cierto es que la vida de esta ejecutiva publicitaria ha dado un giro de 180 grados. "Tengo tres hijos y llegó un momento en que me tuve que plantear dejar la vida que llevaba", cuenta. Mucho viaje de trabajo, responsabilidad y horas interminables llegaban sus días. Hoy se va de su negocio, que da trabajo a cuatro personas, a las cuatro de la tarde y el resto del día lo dedica a sus hijos.
Un planteamiento vital que no le aleja de la ilusión que representa afrontar su nueva faceta de empresaria y reto que supone lanzarse al mundo de la franquicia.