
Tras unas semanas con los mercados en verdadera ebullición tras con la crisis hipotecaria en Estados Unidos, más de un trabajador de los grandes centros financieros mundiales debe estar preguntándose por qué no está dirigiendo personas en vez de inversiones. Sin embargo, Sathnam Sanghera, en The Times, ofrece una reveladora visión acerca de este asunto: ser jefe no es ningún regalo
Para empezar, un dato: según un reciente estudio, ser promocionado hasta una posición directiva se encuentra al mismo nivel en términos de la cantidad de estrés que un divorcio o la muerte de un ser querido. ¿Por qué? Sencillamente, porque tras acceder a este paraíso con plaza de parking asegurada es posible que pronto descubra que:
Ser jefe implica realizar mil oficios
Si el infierno son los otros, entonces dirigir a otros es un infierno eterno. Un buen jefe tiene que actuar como psicoterapeuta, coacher, asesor financiero y mentor de personas que no sólo no conoce previamente sino que -y lo que es peor- puede que ni necesariamente le caigan bien.
A cambio, ellos sí que se quejarán constantemente no solo a usted, sino -y lo que es peor- sobre usted.
Y, por supuesto, mejor que no le pregunten cómo se encuentra en un día en el que parezca abatido. Si lo hace, será duramente amonestado en algún momento por sus colegas: recuerde que el buen directivo no es que trabaje solo, es que debe estar solo: ¿o es que no ha oído hablar del power distance?
La excitante realidad diaria del directivo
La realidad diaria de un directivo es cualquier cosa menos excitante: en 1916, Henry Fayol, considerado padre de la teoría moderna operacional de los jefes, resumió la misma en el tedioso acrónimo POSDCORB.
Noventa años más tarde, las letras, que representan planificación, organización, gestión de personal -staffing-, dirección, coordinación, reporte y presupuestos -budgeting- todavía sigue siendo una foto fija bastante precisa del día a día de un directivo.
Con todo, cabría añadirle un par de letras: la P de papeleo y la R de reuniones, que son las otras dos grandes actividades rutinares de los jefes. Divertido, ¿no es cierto?
¿Seguro que es un cargo digno de admiración?
Lo sentimos mucho, pero no sólo la gente en general tiende a ridiculizar a los mandos intermedios, sino que incluso los propios jefes también lo hacen.
De acuerdo con un estudio del Financial Times, cuando a 50 estudiantes de un MBA se les pidió que definieran su cargo con una palabra, todos optaron por términos como "catalizador" y "agente del cambio". Obviamente, ninguno lo hizo sencillamente como "jefe", así que imagínese la popularidad que tiene esa palabra en nuestros días.
El talento nunca es suficiente
¿Verdad que usted está convencido de que ha sido su talento el que le ha llevado a su actual puesto? Puede ser, pero nos tememos que no va a servirle de nada.
Un buen símil sería el de muchos ex-jugadores de fútbol metidos a entrenadores y que se han dado cuenta, ser jefe no tiene nada que ver con el trabajo que le sedujo en su momento y marcó su profesión actual. En conclusión: puede que no sepa hacerlo.
Dirigir requiere una amplia variedad de habilidades: capacidad de resolución de conflictos, de comunicación y de gestión del talento, entre otras. También tendrá que ser un maestro o una maestra en el arte de la seducción y de la actuación. Por ejemplo: deberá sonar entusiasta cuando no tiene ninguna confianza en planes que puede que le hayan impuesto implementar.
Despídase de tener una vida laboral normal
¿Tiene usted una persona realista? Pues vaya pensando en utilizar esa faceta suya sólo en las reuniones con la cúpula directiva. O mejor, ni siquiera ahí. La dirección requiere una implacable y, en muchos casos, prácticamente ciega mentalidad positiva. Lo que significa que se acabó el primer -y uno de los pocos placeres de la vida laboral-: quejarse por todo y a todas horas.
Esto quiere decir que tendrá que ser más discreto en sus lamentaciones y, sobre todo, sobre qué se queja, así que nos tememos que esto lleva aparejado despedirse de otro -el segundo- gran placer de la vida laboral: entregarse el cotilleo. Lo sentimos, pero así es.
Se acabaron los tiempos del 'ordeno y mando'
¿No ha quedado ya lo suficientemente claro que ser jefe es muy difícil? Pues aún hay más. Un ejemplo, ¿no recuerda cuando era un mero empleado y, tras mirar a su responsable, sonreía pensando en lo fácil que era realizar su trabajo? Pues bien, como habrá descubierto -o puede que se disponga a descubrir, quién sabe- eso no es verdad en absoluto.
Una vez que se accede al cargo bueno... resulta que hay gran cantidad de tareas que pensaba que se realizaban automáticamente -posiblemente porque no las hacía usted o veía siquiera como se realizaban- y que ahora hay que hacerlas: tratar con clientes, 'luchar' con los proveedores, atender a los accionestas, a otros directivos, revisar los presupuestos, etc...
¿Y que queda del famoso poder que le atribuimos a nuestro jefes a la hora de decidir sobre nuestros destinos? Pues tampoco existe: de hecho, actualmente las cosas han cambiado. Y cómo. Pronto se dará cuenta de que no es tan fácil despedir a un empleado, por muy incompetente que sea.
Eso es: se acabó el 'ordeno y mando'. Así que si quiere que su gente haga cosas, deberá convencerlas en vez de instruirles. Es cierto que al final es más gratificante, pero le aseguramos que también es mucho más agotador...
El trabajo de los jefes es poco controlable
Una gran verdad: los jefes no tienen ni idea de lo bien o lo mal que lo están haciendo. Imagínese que usted es un programador informático, por ejemplo. Al final de cada semana podrá revisar el código que ha escrito y sentirse, tras lo mismo, satisfecho -o desgraciado, según su capacidad de autocrítica-
Sin embargo, como jefe, posiblemente el saldo final de su semana laboral apenas sean un par de cosas intangibles como un insorpotable dolor de cabeza y unas ganas incontrolables de huir al extranjero y no volver nunca.
¿Le parece triste? Pues eso es con suerte, ya que muchas veces el mismo feedback lo proporciona un despido ya que...
La primera cabeza en rodar siempre es la del jefe
Si hay un cambio en la cúpula directiva, adivinen quiénes son los primeros en notarlo: lo ha vuelto a adivinar, los jefes.
En una reestructuración suelen ser los primeros en caer. Y es que, seamos sinceros, despedir a un grupo de mandos intermedios no empuja a la plantilla a una huelga o, peor aún, puede que incluso la preventa. ¿Por qué? Vemos, ¿usted piensa que la plantilla va a interpretar como un signo de hostilidad que se despida a un grupo de personas con BMW de empresa? Sea realista...
Finalmente, llegados a este punto, la pregunta más lógica sería: ¿qué razones motivan a los jefes a seguir en su puesto? ¿es porque no sabían donde se metían cuando aceptaron y ahora temen dimitir? ¿o quizás por el dinero y el poder que les reporta su cargo?
Puede. Pero no es menos cierto que en cualquier sondeo entre directivos esas dos variables puntúan más bajo que otras más intangibles. Como, por ejemplo, que si tu profesión no te ofrece retos lo suficientemente interesantes, dedicarte a gestionar a los tuyos puede ofrecerte un horizonte muy satisfactorio.
O, sencillamente, que si es lo que te gusta, trabajar con gente puede ser un auténtico placer. Pese a todo lo anterior.