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Llega al West End el musical más caro de la Historia: se estrena 'El Señor de los anillos'

Hasta ahora, los presupuestos millonarios en el mundo del espectáculo parecía que estaban reservados al cine. Pero las cosas cambian. Se estrena en Londres la versión teatral del libro El señor de los anillos, de J. R. R. Tolkien, el musical más caro de la historia del West End londinense.

Un proyecto que ha costado la friolera de 18,5 millones de euros, además de todo el dinero que su productor, el empresario inglés Kevin Wallace, ha puesto de su bolsillo desde que empezó a maquinarlo hace seis años.

Detalles del musical

El elevado presupuesto no es más que el reflejo de la ambición de Wallace de hacer el mejor musical posible. Para ello, "todo es tres veces más grande de lo habitual, y los problemas son tres veces mayores".

En la obra hay 50 actores, una orquestra de 20 músicos y 75 técnicos: 145 profesionales de primer nivel. "Hace tres meses, en la platea sólo había ordenadores portátiles y mesas de técnicos que durante cinco semanas prepararon la puesta en escena", recuerda Wallace señalando el espacio al que se refiere, que ya ha recuperado su aspecto habitual, desde uno de los balcones del teatro Drury Lane.

Para hacerse una idea de la complicación técnica, 150 luces móviles enfocan la escena, que cambian de intensidad y color según avanza el relato. El escenario, que costó 1,5 millones de euros, se extiende a lo largo de 14 metros y está compuesto por 17 plataformas móviles que cambian la forma del escenario constantemente sin interrumpir la actuación.

2.500 personas

El teatro Drury Lane es uno de los tres más grandes de Londres, con capacidad para 2.500 personas. Desde el enorme escenario, creciendo por los laterales hasta el techo, se entrelazan infinidad de ramas que recrean los bosques de la Tierra Media e invaden el territorio del público, al que se quiere hacer partícipe de la acción, algo no muy habitual en el teatro británico.

Pero El señor de los anillos también es uno de los musicales más accidentados. Shaun McKenna empezó a adaptar el guión de la trilogía de Tolkien en 1997, un trabajo que no cayó en la manos de Kevin Wallace hasta 2001. Wallace quedó fascinado por la fuerza de la narración, hasta el punto de que dejó de ser el productor de la compañía de Andrew Lloyd Weber para crear la suya y materializar el guión de McKenna.

En 2001 entraron en el proyecto el actual director, Mathew Warchus, que reescribió el guión original junto a McKenna, y el director musical, Christopher Nightingale, que encargó a dos reconocidos compositores clásicos, un finlandés y un indio, que crearan la música y el ambiente que debía transportar a los espectadores hasta la época remota de los elfos, hobbitts, enanos, magos y las criaturas de la oscuridad, y ponerle música al misterioso mundo de la Tierra Media.

Pero en 2003 sucedió algo inesperado: el estreno de la versión cinematográfica de la obra, que consiguió un éxito sin precedentes y popularizó el mundo de Tolkien. Entonces, Wallace empezó a negociar los derechos comerciales para representar la obra con la compañía estadounidense de Saul Zaentz, poseedor de los derechos de escena (los derechos del libro pertenecen a la familia del autor).

Atraer inversores

"Temía que después del éxito de la película todo el mundo quisiera representar la obra y además yo quería los derechos exclusivos de la representación teatral de la obra en todo el mundo, clave para atraer inversores", explica Wallace. "El riesgo real es ahora, si tiene éxito en Londres, los japoneses, los alemanes... todos lo querrán".

Wallace consiguió no solo los derechos de la obra (plasmados en un contrato de 22 folios) sino que Saul Zaentz, prestigioso productor de películas como El paciente inglés, se involucrara también en su proyecto. Ahora es uno de los principales inversores.

En el musical todo es especial. Incluso los actores principales recibieron clases especiales de canto, por separado, antes de unirse al resto del grupo, para poder interpretar sus personajes. El presupuesto se disparó.

En 2006 todo estaba listo por fin, pero surgió un nuevo inconveniente:
no había espacio libre para acoger una producción de su envergadura en el West End, así que Wallace, con 150 nóminas que pagar, decidió trasladar el musical a Toronto. Estuvo seis meses en Canadá, menos de lo esperado por culpa de los elevados costes en ese país, y después de 230 representaciones les dijeron que había espacio en Londres, en el Drury Lane, que hasta entonces acogía Los Productores.

"Aprendimos mucho en Canadá y hemos recortado la versión de Londres una hora -la original duraba 4 horas-, hemos introducido más música en detrimento de los diálogos", reconoce Wallace, quien asegura que no ha leído la trilogía de Tolkien, aunque sí que ha visto la versión cinematográfica que hizo Peter Jackson, a la que, dice, se hacen referencias durante la obra.

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