
El Real Madrid roza la tragedia. Ayer empató a dos en Vigo (y gracias, de no ser por el penalti que detuvo Keylor Navas) y ya está a 16 puntos del Barça con un partido por disputarse, lo que, con el rendimiento merengue actual, no es garantía de que pudiera reducir a 13 esa distancia. Cuarto en Liga, sólo la Champions (y el recuerdo de un pasado reciente brillante) salvan por ahora a un Zidane que, de no ser Zidane, seguramente tendría ya sobre su cabeza el fantasma de una destitución fulminante.
Con mejores resultados su antecesor, Rafa Benítez, fue despedido en el arranque de 2016. Entonces, sin embargo, la sala de trofeos del Bernabéu estaban huérfanas de éxitos recientes que llevaran su firma. También ayudó que la relación entre Benítez y su vestuario era horrible.
Ahora ese vínculo es mejor. La plantilla arropa a su entrenador al igual que su entrenador ha arropado de forma incondicional a su plantilla en estos tiempos de aguaceros constantes en forma de crítica por su rendimiento.
Con dos Champions, una Liga, dos supercopas de Europa, una de España y dos mundiales de clubes, el rendimiento reciente de Zidane es el otro puntal sobre el que se aferra el técnico francés. Más allá de esos argumentos, nada le salva, excepto un nombre potente que, cómo él mismo ha reconocido en muchas declaraciones públicas, no tiene por qué ser flotador con el que evitar su hundimiento. "Hoy sigo aquí, pero mañana no lo sé", suele comentar al preguntarse por su futuro.
En el Bernabéu (por ahora) lo tienen claro: Zidane no se toca. Seguirá y dirigirá el proyecto también la temporada pasada. Los éxitos logrados, creen, no se tratan sólo de cosa de flor, sino de algo más. Creen también por el Bernabéu que este año se ha fallado en los refuerzos y que, tras las salidas, la plantilla es peor.
Una reflexión que no comparte Zidane, que incluso públicamente se atreve a ir en contra de decisiones relevantes de forma pública. Su negativa a fichar ningún portero, tal y como afirmó en la previa del partido ante el Celta, podría constituir la primera brecha sobre la que cimentar el principio del fin. Por ahora, esa opción es imposible, pero la paciencia merengue tiene un límite. Y a 16 puntos del Barça, más todavía.