
El Bernabéu no disfrutó ayer de una tarde plácida. El duelo ante el Alavés fue pastoso y bipolar. Buena primera parte, dubitativa segunda. Esa irregular mata al respetable del Real Madrid. Aunque ayer, en la irregularidad hubo una anomalía que sí fue constante. Gareth Bale volvió a cuajar un partido gris. Y el público lo castigó con una dura pitada que Zidane desoyó.
El francés sigue blindando al eslabón débil de una BBC que se ha ido intercambiando momento de bajón entre todos sus miembros. Hasta hace poco era Benzema el tocado.
Ahora es un Bale que, contra los vitorianos, adoleció de las virtudes por las que se le conoce y exhibió, de nuevo, sus peores pecados. El más grave, el de la pereza.
Apenas trabajó en defensa y eso se dejó notar en una medular sobrepasada por la contraria. Tampoco es que Cristiano y Benzema se mataran por arropar a Modric, Isco y Kroos, pero su esfuerzo sí se dejó notar al menos en ataque.
Ahí Bale también naufragó más allá de la falta con la que facilitó a Nacho el tanto del 3-0. Ahí, en ataque, lució otro de sus pecados, el de la avaricia. Volvió a dejar entrever ese egoísmo de no ceder la bola a sus compañeros si ve un mínimo resquicio por hacer gol.
Eso, traducido a la estadística, dejó al galés como el futbolista del Real Madrid que más balones perdió, con 16. Puso seis centros al área (ninguno acertad) y no se llevó ninguno de los dos balones aéreos que disputó. Fue de la BBC el que menos acertó con el pase con 78,9%, frente a Cristiano (85,7%) y Benzema (79,4%).
Pero esto no fue suficiente para Zidane, que suplió a este último en lugar de Bale. Quizá por evitarle los pitos del Bernabéu. Quizá porque su objetivo es proteger a sus estrellas sabedor de que con la pegada de este Real Madrid, casi siempre sacará los partidos adelante pese a la desidia de algunos de sus hombres clave.