El Real Madrid cayó ayer en Valencia. El resultado no pilló por sorpresa a la zona noble del Santiago Bernabéu. Desde hace tiempo se advierten en el seno del equipo blanco señales de debilidad que hacen temer una debacle a final de temporada. Que hacen temer un derrumbe en la Liga y la Champions hasta convertir la presente temporada en un fracaso rotundo.
Fue ese pánico al derrumbe absoluto, a la cercanía de la tragedia, la que hizo que los blancos movieran toda su maquinaria mediática e institucional el día que no se jugó el partido en Vigo.
Querían disputar ése duelo sí o sí porque lo veían como una oportunidad única de amarrar tres puntos. El Celta iba a desplegar los suplentes y estaba pensando más en la vuelta de semifinales de Copa que en el partido ante los blancos.
Era el mejor escenario para que un equipo debilitado como el Real Madrid conquistara una plaza compleja. Pero el partido se tuvo que suspender. Mala suerte. Ahora Zidane tendrá que viajar a Vigo para jugar contra un Celta titular encabritado precisamente por aquella polémica.
Tras la debacle en Mestalla, la cúpula merengue no tiene nada claro que ese duelo aplazado se pueda ganar. También tienen dudas para la visita a Nápoles en la vuelta de octavos de la Champions. Si el Valencia fue capaz de hacer dos goles en 12 minutos al Real Madrid, que no sería capaz de hacer un Nápoles en mucho mejor estado de forma que los che.
Una situación límite que recuerda a la que se vivió con Ancelotti hace dos temporadas o a la que padeció con Carlos Queiroz en 2004. Aquél de hace 13 años es el derrumbe arquetipo que, de vez en cuando, se rescata en la capital para recordar que todo se puede ir al garete en cuestión de semanas.
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