
Rafa Benítez es un hombre discutido en el Real Madrid. No por una cúpula que sigue confiando en él y que le valora como uno de los mejores entrenadores que han pasado por el club en los últimos años, sino por una afición y un entorno mediático que cada vez son más escépticos con la manera de hacer las cosas del técnico.
Desde que abrió la puerta de Concha Espina, Benítez ha tenido que andar a vueltas con el mantra de ser un entrenador conservador, amarrategui. Muchas de sus ruedas de prensa han versado sobre ello: las preguntas de los periodistas nunca han obviado esa arista del técnico. Incluso en Nápoles, ahora con Sarri en el banquillo, recuerdan la etapa del madrileño con tintes de aburrimiento. Los buenos resultados y el juego desplegado en la actualidad ayudan a ello.
Benítez ha tratado de responder a las suspicacias con datos. Ha hablado de los pocos goles encajados y de las oportunidades creadas. De las ausencias a las que han tenido que sobrevivir. De la falta de jugadores ofensivos porque muchos estaban en la enfermería. Aspectos que, arguía, no podía controlar.
Otros, en cambio, sí. La actitud del equipo, la predisposición a protegerse atrás o, en su lugar, ser más agresivos. Es en este campo en el que el Real Madrid ha cometido un pecado casi capital para un club de su entidad y al que siempre se le pide lo máximo: contentarse con mantener una mínima renta en el marcador y limitarse a guardar la ventaja.
Esta actitud no es habitual en un equipo como el blanco, que salvo el paréntesis de Jose Mourinho (que sí se prodigó en esta manera de disponer los encuentros) siempre se ha caracterizado por no dejar de apretar el acelerador, al menos hasta conseguir mucha más holgura en el luminoso. No cabe el conformismo en Concha Espina, y ya se han dado muestras de que, además, resta puntos.
El calendario ha sido generoso en el primer tramo de la temporada para el equipo blanco en Liga, pero en los que los cinco choques más complicados del total de 15 que ha jugado (los dos ante el PSG y las visitas al Calderón, Balaídos y el Pizjuán) se han visto señales de lo que podía ocurrir y al final ha sucedido. Atrasar las líneas y agazaparse podía traer riesgos. Demasiados.
Contra los franceses, el Real Madrid sacó cuatro puntos engañosos. De los 180 minutos, solo los primeros 45 en París fueron reseñables. La segunda parte en el Parque de los Príncipes fue de dominio galo. En esa ocasión, ceder terreno no supuso daños, puesto que fue una ocupación estéril del espacio. En el Bernabéu, solo el estado de Keylor Navas y la fortuna de Nacho propiciaron el 1-0, engañoso a todas luces, ya que los blancos se hicieron con la victoria estando sometidos todo el encuentro. A nadie escapó que la imagen había sido preocupante.
El conjunto de Benítez ya había sufrido situaciones parecidas ante Atlético y Celta. Después de dos buenas primeras partes, el equipo se hizo corto y se colgó del larguero de Keylor Navas. Fue el 'tico' el que evitó el empate de los gallegos y la victoria de los rojiblancos. Siendo el más destacado de ambos partidos, se entendía que los acercamientos rivales habían sido superiores a los de los madridistas.
Con estos precedentes se llegaba al Sánchez Pizjuán, y ahí explotó la burbuja: tras ejecutar un buen primer tiempo, ocurrió lo que no había ocurrido hasta el momento. Una rendija en la defensa blanca después del gol de Sergio Ramos propició el empate sevillista. A partir de ese momento, el Real Madrid fue un juguete en manos de los de Emery. Esa vez, el conservadurismo desde la caseta tuvo una consecuencia directa. El semblante de Cristiano Ronaldo y sus quejas tras el partido lo decían todo: "Jugamos muy atrás".
A pesar de la fiabilidad de la defensa blanca y del excelso estado de Keylor Navas, este reagrupamiento en posiciones muy retrasadas le crea un problema al Real Madrid: a la hora de ejecutar las contras, los jugadores han de recorrer demasiados metros, lo que minimiza los riesgos para la defensa rival. Eso convierte las contraataques en herramientas menos peligrosas. En ese momento es cuando el poco vistoso pragmatismo deja de ser tal. El plan fracasa, y eso se le achaca a Benítez.
Sin un plan de ataque que reactive a su estrella y con crecientes dificultades en la circulación y elaboración de juego, Benítez se ha confiado al poderío ofensivo que acaba derivando siempre en goles y a una defensa de lo obtenido en cuanto la situación lo permite. Las circunstancias le han demostrado que no siempre vale y que ante rivales de entidad es una opción arriesgada. Por eso se desesperaba Cristiano. Por eso se desespera buena parte del Real Madrid.