Comenzó el partido desde el banquillo y ni siquiera partía con opciones para tener presencia en el campo, pero Álvaro Arbeloa fue (a su pesar) uno de los protagonistas del derbi entre Atlético y Real Madrid. El salmantino vivió en el Vicente Calderón un encuentro para olvidar.
Bajo la sombra de Danilo y Dani Carvajal, parecía que el '17' iba a pasar un año bastante gris en lo que se refiere a los minutos disputados, y hasta la semana pasada así fue. Jugó ante el Malmoe por las rotaciones de Benítez y ayer saltó al tapete de forma inesperada por la lesión del canterano. Tal y como anunció tras el partido ante los suecos, evidenció en el estadio rojiblanco que le faltaba ritmo. El partido para él fue una pesadilla.
Arbeloa, de por sí, saltaba al campo ante una grada que le tiene como una de sus víctimas preferidas. Al saltar al césped, el lateral fue recibido con gritos de "¡cono, cono!", y fue abucheado por los hinchas del Atlético en todo momento que tocaba el balón, subiendo el volumen cuando cometía algún error en un pase.
Además, la entrada de Arbeloa hizo encender la luz a Simeone, que en la segunda parte optó por emparejar al lateral con Carrasco, uno de sus hombres de mayor desborde. El resultado fue que el '17' sufrió mucho con su rival, que en numerosas ocasiones (y con la ayuda de Filipe) le doblegó en los duelos particulares. La banda izquierda del Atlético fue la más activa en el tramo de mayor peligro del equipo rojiblanco.
No fue casualidad que el gol de los locales llegase por ese sector del campo, con un Arbeloa superado por Carrasco, que incluso a pesar de los agarrones del '17' pudo seguir la carrera y asistir a Jackson, que aprovechó el espacio dejado por el lateral para poner el centro del gol de Vietto.
Fue, en definitiva, el cierre de un mal partido para Arbeloa. Con la lesión de Carvajal y un Danilo aún por recuperarse, el parón de las selecciones priva al salmantino de la continuidad que necesita. El derbi ante el Atlético reflejó que no pasa, ni mucho menos, por su mejor momento.
Entidades
El error de Arbeloa