
Después de 17 años en el Barcelona, Xavi Hernández acabo su carrera en el equipo culé agarrado a un balón. 25 títulos y toda una vida en el fútbol no le han quitado las ganas de aferrarse a él. Fue la viva imagen del cierre de un ciclo. Lo que empezó con el esférico acabó con él. Debía ser así.
Tardaremos mucho en darnos cuenta de lo que perdemos con Xavi, y lo que su marcha significa. Tardaremos más en disfrutar de un Barcelona como el de Pep Guardiola. Y tardaremos aún más en ver jugar a España tal y como lo hizo cuando él llevaba la manija (cuando Luis Aragonés se atrevió a dársela). Quizá en el transcurso de ese tiempo echemos la vista atrás y midamos de forma correcta lo que se nos marcha por el inescrutable paso de los años y peso de las piernas. Porque, pase a quien pese, ahora no somos capaces de valorar al genio de Terrasa en su justa medida.
Van Gaal, Rijkaard y Aragonés fueron los que se encargaron de empujar a Xavi al espacio que era capaz de conquistar. Con el seleccionador español fue con quien tuvo mayor complicidad, tal y como explicaba él tras su muerte, en un memorable artículo escrito en El País: "Esa es la clave, Xavi, saber a qué queremos jugar".
Luis lo sabía, y encontró en Xavi un jugador que compartía su certeza. ¿Quién habría sido el valiente allá por 2007 que hubiese dicho que a España le esperaba la acogida del trono del fútbol? Probablemente, Xavi y Luis. Y tenían razón.
El tiempo les dio la razón, pero también se la dieron ellos mismos. Fue a partir de ese glorioso verano de 2008 cuando nos dimos cuenta de que, por fin, teníamos una identidad futbolística. Y que, para colmo, esa identidad convertía al combinado español en uno de los mejores de todos los tiempos. Acompañado de unos escuderos inigualables, fue Xavi quien comandó una manera de jugar hermosa, efectiva, ganadora. Por primera vez en mucho tiempo, las plumas ganaban la batalla a las espadas.
Lo más justo para él hubiese sido una despedida amable en Brasil, pero prefirió quedarse al mando de la nave hasta el final, como la tripulación de Titanic. El fútbol, sabio como nadie, le compensó devolviéndole uno de los numerosos favores que hizo por él: dejándole marchar con un triplete histórico. Nada, aún así, comparado con lo que él nos dejó a todos: un hueco en la eternidad.
Como dijo en su día el gran Andrés Montes: gracias, Humphrey. Gracias por todo.