
En su primer año con el Barcelona, ha batido todos los registros de los anteriores entrenadores y mantiene viva la esperanza de un triplete que ya no ha podido esconder en rueda de prensa. Pero Luis Enrique vive una situación muy peculiar en Can Barça.
Llegó como el técnico que iba a cambiar la anarquía en la que se había sumido el club en el césped, y lo ha conseguido después de titubeos en los primeros meses. Con él al cargo, el equipo ha recuperado la mordiente, el hambre, atributos defensivos y poco a poco se va despojando de una mentalidad pragmática para practicar de forma más continuada un fútbol de bella factura. No es el de años atrás, pero sí atractivo.
Deportivamente, el saldo de Luis Enrique (a falta de lo que dictaminen los títulos) parece positivo, pero en paralelo a ello su futuro no es ni mucho menos claro. Avalado por el presidente Bartomeu, no tiene seguro seguir en el club a pesar de los méritos que pueda acumular. Tiene la desgracia de ser el entrenador previo a un proceso electoral que, apuntan los indicios y encuestas, no tiene buena pinta para la junta actual. Una directiva, todo sea dicho, con la que no comulga en exceso tras la destitución de Andoni Zubizarreta. En su momento, el asturiano reconoció que ello le debilitaba.
El resto de candidatos (o personas que aspiran a serlo) no se han pronunciado sobre sus intenciones con el banquillo. El hecho de ser el técnico de la candidatura continuista lleva a pensar que la opción de que alguno de los aspirantes cuente con él sea un panorama difícil de imaginar.
Cuando mira al presente, Luis Enrique tiene ante sí un grupo que rinde y trabaja pero que no tiene una sintonía especial con el entrenador. Hay una relación de trabajo que se respeta y se basa en la cordialidad, pero nada más de ello.
La soledad de 'Lucho' a ese respecto solo se rompe con su equipo de trabajo. Circunstancias, por otra parte, que parecen de su gusto. Los jugadores se sorprendían en los primeros meses de la distancia que el asturiano mantenía con el grueso de la plantilla. Ahora, se ha asumido y respetado. La relación ha funcionado, y ambas partes lo saben. Que no exista una complicidad extrema no significa que no exista confianza mutua.
El ejemplo de esta gestión está en el conflicto con la estrella del equipo. Tras el conflicto que hubo entre ambos, se produjo un cónclave que acabó en la siguiente conclusión: los dos se necesitaban para conseguir los objetivos del equipo. Dados de la mano, con una relación estrictamente profesional, se comprometían a hacer lo máximo posible. A raíz de este acuerdo, Messi comenzó a jugar por la derecha y el equipo comenzó a funcionar tal y como pretendía Luis Enrique.
Sin la simpatía de Guardiola o Tito Vilanova, Luis Enrique prosigue un camino cuyo final aún es dudoso. No lo es, sin embargo, su peculiar soledad. Permanezca o no en la ciudad condal el próximo año, el camino hasta conseguir los títulos será casi en solitario.