Fútbol

La última lección de humildad de Pep Guardiola al vestuario del Barça

Guardiola, en el banquillo del Bayern de Múnich | Reuters

El Bayern de Múnich disputa esta noche (20:45), la vuelta de los octavos de final de la Champions League frente al Arsenal. El 0-2 cosechado en la ida por los bávaros y el mal momento de forma de los 'gunners' hace que la eliminatoria esté claramente inclinada a favor del cuadro germano. Una opinión mayoritaria que sólo un hombre no comparte en el seno del cuadro alemán. Su nombre es Pep Guardiola y su obsesión, imbuir de humildad a sus futbolistas.

Porque en las últimas horas Pep ha repetido por activa el mismo mensaje: "Nada está decidido". Y para demostrarlo, ha puesto también apellidos a sus miedos. Mesut Özil, su clase y sus buenos partidos frente al Bayern son, según el catalán, un buen motivo para no creerse con la eliminatoria en el bolsilo.

Más bien todo lo contrario. El riesgo de caer existe y lo sucedido en contra el Manchester City en la fase de grupos (derrota 2-3) es otra prueba de que nada está decidido en el mundo del fútbol.

La letanía de Guardiola no es nueva. De hecho, en sus años en el Barça era frecuente escucharle repetir una y otra vez mensajes que iban destinados al público, a los directivos culés y, sobre todo, a los jugadores. Mensajes que hablaban de equipos peligrosos, de conjuntos capaces de hacer destrozos impensables en el seno del cuadro barcelonista.

Mensajes que eran constantes y se producían fuese quien fuese el rival. Desde el mismísimo Real Madrid pasando por el Chelsea, el Manchester United o los equipos de Segunda B de las primeras rondas coperas. Pep era en todo caso inasequible al desaliento. "No hay rival pequeño". "Si no lo damos todo, somos vulnerables". "Los rivales también juegan y sueñan con vencernos".

Aquella forma de ser se convirtió, incluso, en motivo de mofa del propio entorno culé. Algunos jugadores llegaron incluso a bromear en privado sobre la ferviente capacidad de Pep de elevar a los altares a cualquier enemigo, por minúsculo que fuera. Su actitud era, en ciertos casos, tildada como de falsa modestia por sus más enconados enemigos.

Pero no lo era. En verdad era su forma de triunfar. Y hoy, dos años después de dejar el Barça, los resultados, pero sobre todo la actitud, de su ya ex equipo ha demostrado que Guardiola decía lo que decía no por hacer juegos de artificio ante los micrófonos, sino porque estaba convencido de que sin esa humildad, sus jugadores no eran nadie.

El triunfo del Valladolid (un equipo que antes de jugar contra el Barça estaba en puestos de descenso) frente a los culés fue la más clara prueba de que, como decía Pep, los equipos menores son grandes cuando le ponen más ímpetu que las estrellas. Nada se supo en el bando culé de Messi, Neymar, Xavi, Busquets o Cesc, por citar a alguno de los 11 desaparecidos blagurana.

Hombres que escuchan las palabras de Guardiola sobre el Arsenal y Özil con la sensación de que esta lección de prudencia bien les podría haber venido para frenar el desastre de Zorrilla. Es la última lección de Pep a los que fueron suyos.

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