Fútbol

El caso Di María o la última lección de Ancelotti a Mourinho en el Real Madrid

Ancelotti y Mourinho, en sendas ruedas de prensa | EFE

El Real Madrid ha cerrado el 2013 con buenas noticias. A su victoria frente al Valencia del pasado domingo se unen las declaraciones de Ángel Di María después de acabar el partido en Mestalla. El argentino dio carpetazo a su posible rebeldía afirmando que quería quedarse en el Bernabéu y que nada de lo que diga su entorno puede manchar este deseo. Resolución, por ahora, satisfactoria de un caso más que complicado. Es la última lección de Carlo Ancelotti a José Mourinho desde que el italiano cogiera las riendas del banquillo merengue.

Porque en la marcha atrás del 'Fideo' hay mucho de la mano de un entrenador, el italiano, que en este caso ha puesto en práctica la primera cualidad por la que fue firmado por el Real Madrid (amén de ser un técnico top, que diría 'The Special One).

Ancelotti aterrizó en Concha Espina con fama de ser una suerte de duro pacificador. Es decir, un hombre que calmaría las revueltas aguas blancas sin desdeñar, por ello, la firmeza que se le supone a un entrenador del Real Madrid.

Guante de seda con Di María

Todo comenzó el pasado verano, cuando, ante la disyuntiva de vender a Özil o Di María (el club le comunicó al técnico que tendría que poner en el mercado a uno y otro tras la llegada de Bale).

El preparador, para sorpresa y críticas de muchos, eligió al alemán para salir de la capital. Di María, henchido de orgullo, aceptó el reto con optimismo y ofreció su mejor versión en el tramo inicial del campeonato. Sin embargo, la puesta a punto de Bale le relegó al lugar en el que ya sospechaba que podría acabar con el fichaje del galés: el banquillo.

Pese a que era una opción más que factible, Di María explotó de puertas hacia adentro (su actitud en los entrenamientos comenzó a ser la de un jugador disperso y malhumorado) para acabar mostrando su malestar de puertas hacia afuera. Su agente y su mujer dejaron buena muestra del enfado e incluso señalaron a Florentino Pérez como el culpable de toda esta historia. El problema estaba servido.

Fue entonces cuando Ancelotti sacó el guante de seda y decidió mantenerse firme sin castigar a su jugador. Di María siguió jugando como hasta entonces, pero no le regaló los oídos en sala de prensa.

"La puerta de mi despacho está abierta, pero no ha venido a hablar conmigo", dijo el técnico en un claro mensaje público hacia la desidia del futbolista por solucionar lo que era una situación incómoda. Días después, en Pamplona, el preparador explotó cuando comprobó que Di María no calentaba con seriedad. Hubo bronca de puertas hacia adentro, pero nada de reprimendas públicas o humillaciones en forma de no convocatorias.

Más al contrario. Di María jugó frente al Olimpic de Xátiva y lo hizo después de pedir perdón al grupo por su actitud. Más tarde repitió como titular ante el Valencia y jugó otro buen partido. Fue el de antes y lo hizo a través de una suerte de redención interna que no necesitó del escarnio público.

Todo lo contrario de lo que solía hacer José Mourinho.

La paradoja de Pepe

Al preparador luso le gustaba saldar cualquier tipo de problema con alguno de sus jugadores (sobre todo las disputas personales) con 'banquillazos' e incluso ausencias de las convocatorias que señalaban en público a los afectados como culpables de sus propios actos, algo que en contadas ocasiones tuvo el efecto deseado.

Curiosos fueron los casos de Ramos, Özil o Casillas. Todos ellos sufrieron estos 'banquillazos' que, lejos de mejorar su rendimiento, lo mantuvo como hasta entonces con el añadido de cargar de tensión el vestuario y el ambiente en las gradas.

El último y más claro ejemplo llegó con la final de la Copa del Rey frente al Atlético de Madrid. Días antes Pepe pidió respeto hacia Casillas y Mourinho se lo tomó como una afrenta personal. Lo mandó directo a la grada alegando que Varane estaba mejor. El problema llegó cuando Varane se lesionó días antes de la cita contra los colchoneros. Pese a ello, pese a tener sólo a Albiol y Ramos disponibles, Mourinho insistió en su castigo.

Pepe siguió en la grada y desde ella vio como su equipo perdía con una pareja de centrales poco convencional la que era la oportunidad de la temporada. Una derrota que escoció (y mucho) en Concha Espina, y que demostró que los pulsos de Mourinho con sus estrellas no se saldaban todo lo bien que quería el propio técnico y el club blanco.

Algo distinto a lo que ha sucedido en esta ocasión con un Di María que no sólo ha seguido rindiendo para su equipo, sino que ha solventado sus problemas sin manchar la imagen del técnico y sin alborotar el ambiente en el vestuario merengue.

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