
Los jugadores de fútbol son, por naturaleza, inestables. Sus mentes suelen ser hervideros de sentimientos y pensamientos cruzados y contradictorios. Hoy te quiero, mañana te desprecio. Ahora me quedo, en un rato me quiero marchar. Los clubes lo saben. Cosas de una naturaleza caprichosa que se contagia en los vestuarios como si fuera un hongo en la ducha.
Sin embargo, dentro de esta tendencia ancestral ("el jugador es egoísta por naturaleza", suele contar desde el principios de los tiempos Luis Aragonés), ha excepciones que llaman la atención. Una de ellas juega en el Real Madrid y se llama Ángel Fabián Di María.
El argentino es un habitual de este tipo de episodios más propios de un diván de psicoanálisis que de un terreno de juego. Nadie todavía por el Paseo de la Castellana sabe cómo respira el 'Fideo', ni cuáles son sus verdaderos pensamientos al respecto de un buen puñado de asuntos, pero en especial a aquel que atañe a su futuro.
Desde que llegó al Real Madrid de la mano de José Mourinho ha reclamado un buen número de renovaciones. Lo ha hecho de mil maneras distintas. Desde rajadas en radios argentinas hasta filtraciones a la prensa amiga. Todo vale para aumentar su salario o conseguir sus deseos.
El último ejemplo de esta inestable estrategia llegó el pasado fin de semana cuando los dos diarios deportivos de Madrid (As y Marca) informaban al unísono de la más que posible salida del extremo en el próximo mercado invernal rumbo al Mónaco por una cantidad que rozaría los 35 millones de euros y que, incluso, ya se habría pactado entre clubes. Casualmente la información estaba firmada por dos periodistas argentinos con vínculos cercanos a Di María. Blanco y en botella.
El acuerdo, en realidad, no existe. No al menos entre ambos equipos. Asunto diferente es saber si lo hay con el jugador. Parece complicado. El caso es que con ambas noticias en realidad Di María lo que ha hecho es estallar y lanzarle un dardo directo al club dejando claro que no está cómodo con su situación. Quiere ser titular, pero Bale le ha 'robado' el puesto justo cuando mejor jugaba. Una pataleta, vaya.
En las oficinas del Real Madrid ya ha contestado alto y claro. Di María no se vende. Ni él, ni ninguno de los jugadores que pueda estar en el punto de mira de otros equipos. No es la entidad merengue un club acostumbrado a vender, más si los jugadores que pueden salir son hombres más o menos clave, aunque sea desde el banquillo, como sucede con el argentino.
Además, estas noticias no han sentado del todo bien en el Santiago Bernabéu. No ha gustado, entre otras cuestiones, porque hace apenas tres meses que Di María tuvo la oportunidad de salir del club. Sucedió en agosto, cuando la llegada de Bale forzó a vender a una figura (finalmente fue Özil) para amortizar en parte el fichaje del galés.
El alemán y el argentino fueron los escogidos para una posible marcha. Ambos fueron consultados y mientras que el primero decidió poner a su padre a la búsqueda de posibles refuerzos, el segundo habló con Ancelotti y le dijo que quería pelear por el puesto.
Que quería quedarse. El italiano quedó convencido de su palabra y le dio la confianza que desde el club no esperan. Porque en Madrid todo el mundo pensaba que sería Di María el encargado de salir del club en verano. No fue así. Özil, el preferido de la afición, se terminó marchando en un gesto de apoyo a Di María que ahora éste parece no tener en cuenta.
Dicen en Madrid que cuando aceptó quedarse lo hacía sabiendo lo que le esperaba: pelearse con el fichaje estrella del Real Madrid, Bale, por un puesto que apuntaba a ser del galés.
Pese a ello, Di María aceptó seguir y ahora que ve las consecuencias de su decisión, ha dado un volantazo con el que intentar marcharse o, si puede, renovar con la consecuente subida de ficha. Estrategia que, por ahora, pincha en hueso en las intenciones que tiene el Real Madrid. A Di María le ha fallado su órdago.