
Cincuenta millones son muchos, no cabe duda. Por ese dinero se ha marchado Özil al Arsenal. Si la venta es buena o mala solo puede medirse en términos deportivos ya que económicamente el Real Madrid ha logrado una plusvalía de 30 millones tras tres años del jugador en el Real Madrid. El único punto de debate posible es dilucidar si Özil es la mitad de bueno (de caro lo es) que Gareth Bale. Posiblemente no, pero el mercado se mueve de esta manera.
La clase de Özil es indudable, su calidad más que demostrada, y su irregularidad patente. La sangre de ÖZil es lo más parecido a la horchata, tanto para lo bueno como para lo malo. Solo él consigue la calma necesaria ante una defensa poblada para dar un pase de tiralíneas que es medio gol aunque durante 80 minutos haya estado ausente. Lo que es un elogio se puede tornar en crítica y en gran parte ha podido condenar a Mesut.
La sola presencia en el ambiente de Bale (aún no estaba fichado), la irrupción de Isco en el Bernabéu, y los 'bemoles' de Di María sirvieron para que Özil se viniera abajo. Todo esto bajo el consejo y las ansias millonarias de su padre. El alemán pasó de pelear por un puesto en el 11 a buscar acomodo en los grandes clubes de Europa y acabó, quizá, en el menos grande de los grandes, el Arsenal.
Ahora todo son elogios, incluso Mourinho le ha tildado de "mejor '10' del mundo" cuando en muchas ocasiones lo 'marginó' en la banda. Sus compañeros le elogian y critican su venta pero el entrenador se decidió por la vigorosidad de Di Maria mientras Isco le conquista en cada entrenamiento.
Özil es la calidad
Ni defensores ni detractores están equivocados. El germano es calidad pura, pero quizá carente de algo más. Ha tenido la titularidad siempre, las oportunidades y los galones, pero la apatía y la desidia le jugaron en ocasiones malas pasadas.
Özil es un crack, no hay duda. Pero también es cierto que el Madrid no puede tener a todos los buenos, porque los buenos quieren jugar siempre y solo pueden hacerlo 11. Özil no asumió su nuevo rol, y lo que es peor, no tuvo fuerzas para luchar por mejorarlo.
La templanza lo encumbró... y la templanza le condenó.