
Fue uno de los gestos del empate a uno entre Real Zaragoza y Real Madrid. Corría el minuto 38 de la primera parte cuando Cristiano Ronaldo recibió un balón trompicado. La bola que le había metido Higuaín no era del todo buena. La defensa maña interceptó antes el esférico con tan mala suerte para los locales que, en lugar de despejarlo, lo dejaron en posición franca para el portugués. Sin pensárselo, CR7 soltó un latigazo con la izquierda que se coló por el palo izquierdo (y mal defendido) de Roberto. Era el empate. Sin embargo, y pese a la importancia del gol, el delantero del Real Madrid no celebró nada. Apenas chocó las palmas de las manos de sus compañeros, pero ni esbozó una sonrisa. Volvió al centro del campo sin ganas de correr. Desganado. Mirando al césped como quien hace un tanto en un partidillo de entrenamiento ¿Qué le pasa al mejor delantero del Real Madrid?
La respuesta no es sencilla, pero más de un madridista recordó, con tan fría alegría, lo sucedido allá por el mes de septiembre cuando, tras hacer un doblete frente al Granada, el hombre récord del Real Madrid tampoco festejó su hazaña.
"Estoy triste", argumentó más tarde en zona mixta como razón para explicar por qué aquel día no había levantado los brazos, ni había aullado, ni había buscado su palco privado donde dirige habitualmente las manos en gesto de lobo que acosa a su presa para dedicarle el tanto a su hijo y su madre. Nada de nada.
Tiempo después, le volvieron a preguntar. "¿Eres feliz?". Cristiano guardó silencio. Su respuesta dio qué hablar.
El sábado, como aquella tarde frente al Granada en el Santiago Bernabéu, Cristiano pareció molesto con el gol. No había euforia. No había sentimiento. Sin embargo, en esta ocasión, no hubo preguntas de los periodistas en zona mixta ni respuesta del luso. El futbolista no se paró ante los micrófonos. No se le pudo cuestionar al respecto.
Así pues, sólo se pueden extraer conclusiones por lo visto sobre el césped maño. Y ahí, sobre el histórico tapete del Real Zaragoza sólo se pudo ver a un Cristiano molesto con las imprecisiones de sus compañeros. Sobre todo en una primera parte en la que CR7 fue una isla en el ataque blanco.
Mientras que él se dejaba la piel en cada sprint, sus compañeros parecían trotar por el césped sin saber muy bien qué hacer para conjuntarse los unos con los otros. Hombres como Higuaín y Callejón le pusieron ímpetu, pero le faltaron ideas. Otros, ni eso. Kaká volvió a su versión gris, Modric retornó desenchufado y Essien, aunque omnipresente sobre el campo, tampoco tuvo su tarde. Y él, mientras, corría de un lado para otro gritando a sus compañeros que la pelota fuera para él.
Sus compañeros, sin embargo, no lo encontraron. Quizá a Cristiano le molestó ver cómo un fallo infantil se había transformado en el primer gol maño. Modric la perdió, Arbeloa falló en su posición y Ramos no llegó a tiempo de frenar a Rodri. Uno a cero. La misma historia de siempre.
Una competición sin brillo
En las últimas jornadas de Liga el Real Madrid se está acostumbrando demasiado a la heróica. Sus partidos en la competición local son un estorbo que provoca que los rivales casi siempre se adelanten.
En los últimos cinco partidos, el Real Madrid ha tenido que remontar en todos ellos. Frente al Depor marcó primero Riki. Contra el Barça, Messi empató y fue Ramos el que dio la victoria al Real Madrid. Contra el Celta, Iago Aspas empató en apenas un minuto el primer tanto que había marcado el propio Cristiano. Ante el Mallorca, el Real Madrid se fue al descanso con un raro 1-2 y frente al Zaragoza, lo dicho, Rodri abrió la lata.
Demasiadas veces la misma historia. Demasiadas veces se repite la sensación de que este equipo es vulnerable. Sólo cuando se pone las pilas (o salen los revulsivos desde el banquillo), a cosa cambia algo que para un vencedor nato como Cristiano Ronaldo no tiene que ser plato de buen gusto.
De hecho, frente al Zaragoza, el portugués insistió en la segunda parte a los suyos para que enchufaran. Se le pudo ver gesticulando alevosamente a todo jugador blanco que pasaba por su lado. Cristiano no quiere dejarse arrastrar por la Liga, por mucho que el torneo esté decidido.
Forma parte de un ADN ganador que, quizá, frente a los maños, mostró su lado más ambicioso y enfadado cuando hizo un gol de sabor impotente. Cristiano quiere más y lo quiere siempre. El miércoles, frente al Galatasaray, quizá todo cambie. La Champions es, afortunadamente para él y el resto del madridismo, harina de otro costal.