Reino Unido intenta digerir el nuevo orden establecido tras la confirmación de su salida de la Unión Europea, pero el marasmo político, económico y constitucional al que se enfrenta por el momento solo cuentan con el silencio ensordecedor de su clase política precisamente cuando más necesario es el gesto de reconciliación tras un referéndum que ha dejado a la sociedad británica profundamente dividida.
Frente a la diligencia desplegada por los países fundadores del proyecto comunitario, que han tardado apenas 24 horas en reunirse para analizar el escenario post-Brexit, la clase dirigente británica parece haber entrado en un período de sonambulismo institucional que contrasta con el frenesí de los últimos meses, en los que la gestión de gobierno se había visto interrumpida por el debate de una de las decisiones más trascendentales de su historia reciente.
Una vez las urnas han despejado la incógnita inmediata, la ruptura de una sociedad de 43 años, un enigma de mayores proporciones ha pasado a dominar la realidad de un país obligado a edificar un nuevo aparato legislativo, político y comercial sin libro de instrucciones y, de momento, sin un líder para dirigir la travesía hacia lo desconocido.
Este rompecabezas había pasado por la campaña de manera subliminal, puesto que mientras los partidarios de la permanencia se centraban fundamentalmente en advertir contra los efectos del cambio, sus oponentes se encargaron de que la indeterminación sobre qué fórmula imperaría de triunfar su apuesta no pesase sobre el imaginario del votante.
Nueva fase
Como consecuencia, Reino Unido inaugura una nueva fase de 'impasse' auspiciada por el mismo dirigente que había luchado por proteger el vínculo comunitario y que, sólo cuando éste quedó sesgado, entendió la necesidad de abrir un período de consulta antes de iniciar formalmente los trámites de un divorcio que podría llevar décadas.
La decisión de David Cameron, desde este viernes, en la práctica, un primer ministro en funciones, de depositar sobre su sucesor el peso íntegro de la negociación ha provocado un silencio administrativo ensordecedor en un territorio que intenta todavía superar la resaca de una agria campaña marcada una guerra de cifras que, sólo ahora, comienzan a ponerse en duda por los mismos que las habían defendido.
Cameron ha participado esta jornada en un evento de las Fuerzas Armadas en Lincolnshire en el que ha desplegado un mutismo que le ha permitido evitar pronunciarse sobre el futuro a corto plazo y, sobre todo, la presión que sus ya exsocios comunitarios han comenzado a imponer para que Reino Unido resuelva su salida cuanto antes.
Carrera sucesoria
Tampoco han facilitado pistas sobre el modelo de "independencia" aquellos que la había reivindicado durante semanas, como tampoco han evidenciado aspiraciones los tipificados para relevar a Cameron en el congreso conservador de octubre, de entre quienes el espectro mediático británico señala esta jornada al exalcalde de Londres y voz más destacada del frente pro-Brexit, Boris Johnson, como favorito.
A su favor, Johnson presenta un indisputable palmarés electoral y la probada capacidad de llegar a un espectro de votantes que supera el granero 'tory'. En su contra, no obstante, sobrevuela la sospecha de que su posicionamiento pro-salida no respondía a convicción, sino a una maniobra estratégica para llegar al Número 10, una percepción que no lo ayudaría a mejorar el reducido apoyo con el que cuenta en el grupo parlamentario 'tory'.
Por ello, el ruido ya se deja notar en torno a las tácticas en marcha para detener su acceso a Downing Street, una intervención que obligaría a hallar una alternativa a sus promotores, entre quienes estaría un Cameron que no le habría perdonado una traición que ha considerado de interés personal.
El alineamiento del ministro del Tesoro, George Osborne, con el '