
El año 2018 fue de transición para los mercados, tal y como se puso de manifiesto en numerosas ocasiones. En concreto, tuvo lugar una transición desde la coyuntura idílica de 2017, cuando la economía mundial se encontraba en plena expansión, acompañada por unas políticas monetarias que seguían siendo extra-ordinariamente acomodaticias, hacia una nueva etapa de la que se sabía que estaría caracterizada por el inicio de una ralentización económica a nivel mundial, acompañada por un endurecimiento de las políticas monetarias. Por tanto, resultaba previsible que los inversores se mostrasen mucho menos despreocupados que el año anterior.
Como sucede a menudo, los mercados decidieron en un primer momento ignorar por completo esta transición durante las primeras semanas de enero, para posteriormente mostrarse dubitativos durante algunos meses y, finalmente, entrar en pánico a finales de año, cuando la transición se hizo evidente. Así pues, 2018 ha sido un año de importantes puntos de inflexión en sus catalizadores principales: la política monetaria y el ciclo económico. Estas dinámicas colisionaron y provocaron, como era de esperar, una corrección en los mercados.
El repunte de los mercados en este inicio de 2019 también resulta muy lógico, en consonancia con lo que suele suceder tras un episodio de pánico. En este sentido, la naturaleza de este repunte resulta muy diferente al alza registrada durante las primeras semanas de 2018. En este caso, no se trata de un episodio de desmesura (hibris), sino del restablecimiento de la calma. En cuanto al resto de 2019, no se verá afectado en modo alguno por ningún tipo de confluencia entre el ciclo monetario y el económico.
En efecto, a ambos lados del Atlántico, los bancos centrales agotaron en 2018 los reducidos márgenes de maniobra de los que disponían para modificar sus políticas. En Europa, el Banco Central Europeo ha logrado poner fin a su programa de compra de activos y, por tanto, ha vuelto a la senda de la política monetaria convencional, que se articula en torno a unos tipos de interés de referencia que, tal y como reconoce la propia institución, seguirán situándose en niveles muy reducidos durante un largo tiempo.
En Estados Unidos, la magnitud de la colisión descrita anteriormente obligó a principios de año a la Fed a renunciar a su intención de intensificar el endurecimiento de su política monetaria. Por el momento, ha quedado descartada la idea de continuar con la subida de tipos iniciada el año pasado, y ya se ha anunciado que la reducción del balance de la Fed (en otras palabras, el desmantelamiento de la famosa relajación cuantitativa) llegaría a su fin al término del año. Dicho de otro modo, 2018 estuvo caracterizado por el cambio significativo que tuvo lugar en el plano de la política monetaria, y en 2019 este no será el caso. Queda pendiente la cuestión del ciclo económico.
El mercado no se verá afectado por confluencias entre el ciclo monetario y el económico
Lógicamente, la ralentización económica mundial iniciada el año pasado debería continuar este año, algo que no sucedería si se pudiesen aplicar políticas de reactivación económica de gran envergadura... pero casi ninguna región está en disposición de poder recurrir a ellas. En Estados Unidos, el déficit presupuestario alcanza ya el 5 por ciento, y las tensiones políticas entre el Congreso y la Administración Trump no auguran que vaya a alcanzarse un acuerdo de estímulo presupuestario de relevancia.
En China, se ha recurrido demasiadas veces al endeudamiento como mecanismo de apoyo para la economía, y la presión de las negociaciones comerciales con Estados Unidos cierra la puerta a llevar a cabo una devaluación competitiva de su moneda. En cuanto a Europa, solo Alemania dispone realmente de margen de maniobra presupuestario, pero el país sigue sin estar dispuesto a hacer un uso significativo del mismo.
Por último, el Viejo Continente sigue sin contar con un presupuesto común que pueda paliar las limitaciones de los presupuestos nacionales. Todo ello se traduce en la hipótesis central de una ralentización económica generalizada -de la que los mercados son perfectamente conscientes- acompañada por el regreso de los bancos centrales a una postura acomodaticia a largo plazo.
Más que decisiones direccionales, en 2019 debería priorizarse la selección de valores
Más allá de los envites externos aún posibles (un Brexit duro, el deterioro de las relaciones entre China y EEUU o el surgimiento de crisis políticas en Italia, entre otros), los mercados bursátiles no deberían protagonizar puntos de inflexión considerables como sucedió en 2018, a menos que la ralentización se convierta súbitamente en una recesión que -cabe recordar- casi ningún país se puede permitir, habida cuenta de las limitaciones en términos de endeudamiento.
Así, vigilaremos estrechamente el ciclo económico, y entretanto, a diferencia del año pasado, priorizaremos la selección de valores, más que las grandes decisiones direccionales.