
Nos encontramos en un contexto de transición energética. En el año 2015 tuvo lugar la COP21 en la que 195 países acordaron limitar el calentamiento global, como mínimo, en 2ºC. La firma del Acuerdo de París ponía de manifiesto los cambios que se tendrían que producir para poder alcanzar este objetivo.
Como principal aspecto, el Acuerdo establecía la disminución de las emisiones de gases de efecto invernadero, con el objetivo final de su total erradicación para 2050. Este compromiso implica una apuesta clara de toda la comunidad internacional por la descarbonización de la economía.
La senda de la construcción de un nuevo modelo energético es la clave para poder proceder a esta descarbonización efectiva de la economía. Este nuevo modelo va a estar caracterizado por un aumento de la penetración de las energías renovables, el dominio de la movilidad sostenible basado en el impulso de los vehículos eléctricos, el fomento de la generación distribuida, las instalaciones de autoconsumo y las baterías y la aparición de un nuevo concepto de consumidor energético, el prosumidor. Estos usuarios híbridos son capaces de producir su propia energía a la vez que buscan los mo-mentos más oportunos para inyectar a la red sus excedentes; además, presentan un mayor conocimiento de su consumo energético, a la vez que deciden apostar por la eficiencia energética.
La transición energética implica la descarbonización de la economía y esta descarbonización no se puede producir sin electrificación. Pero, ¿qué se necesita para la electrificación de la economía? Se podría decir que la "columna vertebral" o principal palanca para que este proceso de electrificación se haga posible son las redes eléctricas.
Las redes eléctricas son el driver sobre el que giran todos los aspectos desencadenantes de la transición energética. Es el punto de encuentro de todos los agentes, tradicionales y nuevos, y en la que todos van a poder cubrir sus necesidades presentes y futuras. Pero para que esto pueda suceder, nuestras redes eléctricas tienen que vivir un proceso de transformación focalizado en su digitalización y automatización.
En no mucho tiempo las redes van a tener que ser capaces de integrar nuevos puntos de conexión, van a tener que ser capaces de gestionar grandes flujos de energía intermitentes y bidireccionales y van a tener que caracterizarse por su flexibilidad en un contexto de mayor complejidad en su operación.
Se debe garantizar la inversión y su retribución en un momento crítico para este cambio
Estas mejoras en las redes eléctricas hacen necesario acometer inversiones sostenidas en el tiempo por parte de los operadores de las redes, que se estiman en unos 2.500-3.500 M€ anuales hasta 2030, según el informe publicado por la consultora PwC, ¿Cuál es el papel que juegan las redes eléctricas en la transición energética?
Para poder cumplir con este plan de inversiones es indispensable que se cumplan 3 aspectos básicos: una regulación estable que asegure estabilidad jurídica, una retribución razonable para los inversores con objeto de que cubran sus necesidades de capital y se atraiga toda esta inversión necesaria hasta 2030 y un marco regulatorio que contemple y fomente las inversiones en innovación de los operadores de las redes.
En conclusión, aparte de un beneficio para el consumidor final y la economía a través de la generación de nuevo empleo, el progreso estimado para las redes eléctricas llevará consigo el desarrollo de sistemas inteligentes de recarga, gestión de generación distribuida, sistemas de monitorización de consumo, almacenamiento eléctrico, agregadores de demanda, etc. La transformación del sector energético plantea desafíos de planificación y operación para las redes en los próximos años.
Queda de manifiesto que las redes eléctricas tienen que ser cada vez más modernas, digitales y automatizadas, a la vez que tienen que agrupar las necesidades de todos los agentes y que, para ello, se debe garantizar la inversión y su retribución en un momento que es crítico para la transformación del modelo energético.