La cuestión del Brexit se ha basado en un gran engaño, utilizado como arma partidista. De forma interesada e innecesaria, ha causado mucho daño a la Unión Europea y, sobre todo, a los británicos. La consecuencia del embuste, una tormenta política permanente. El anuncio de un preacuerdo con la UE después de año y medio de negociaciones y rumores ha llevado la situación de crisis a su paroxismo.
La realidad se impone tras una equivocación de dimensiones incalculables. A finales del mes pasado, en Reino Unido una manifestación de 700.000 personas exigió un nuevo voto popular. Un sondeo publicado esta misma semana revela que un 59 por ciento de los encuestados está a favor de un se-gundo referendo. Sin em-bargo, la premier Theresa May se aferra al cargo y al principio de acuerdo con la UE, pese a las dimisiones en su Ejecutivo y la amenaza de un voto de confianza para relevarla del cargo.
El borrador de 585 páginas contiene 185 artículos, tres protocolos (sobre Irlanda, Gibraltar y Chipre) y varios anexos. Como reconoce la propia May, ha implicado "decisiones difíciles y, a veces, incómodas". En especial se buscó una solución a dos problemas clave: la frontera en Irlanda y la incorporación de elementos de la nueva relación que se establecerá con la UE. Respecto a la primera cuestión se acordó que no solo Irlanda del Norte, sino toda Gran Bretaña se mantendría en la unión aduanera hasta que se resuelva la controversia.
En cuanto a la segunda, Londres se resigna a permanecer bajo "tutela" de Bruselas durante el periodo de transición hasta 2020, que puede ser alargado. En esa fase, quedará en el mercado interior para evitar una ruptura brusca.
Deberán cumplirse todos los compromisos financieros adquiridos mientras perteneció a la UE; también si estos sobrepasan la fecha de su retirada. Londres estima que ascenderían a entre 40.000 millones y 44.800 millones de euros. El país seguirá incluido en los planes financieros anuales hasta 2020.
Gran Bretaña no podrá conseguir una relación futura con los europeos mejor que la que ya tenía como Estado miembro
En los Estados de la Unión vive casi un millón de británicos. En Gran Bretaña, unos tres millones de comunitarios. Todos ellos tendrán derecho a quedarse, y a trabajar o estudiar donde quieran. Según el jefe del equipo negociador de la UE, Michel Barnier, podrán traer a familiares como cónyuges, parejas, hijos y padres, a su lugar de residencia. Asimismo quedarán garantizados sus derechos en materia de seguros de salud, jubilaciones u otras prestaciones sociales.
May insiste en que "el plan elaborado es el correcto". Se escuda en las supuestas ventajas del Brexit: "Estamos terminando con la libertad de movimiento, con la jurisdicción de las cortes europeas, con el dinero que enviamos a Europa. Protegemos el empleo, el bienestar de la gente". Sabe que eso no será así. Gran Bretaña no podrá conseguir una relación futura con los europeos mejor que la que ya tenía como Estado miembro. Un socio, no lo olvidemos, que disfrutaba de exenciones y excepciones.
Si May promete mejores escuelas y hospitales eso es algo que nada tiene que ver con la UE sino con los años de desidia y abandono por parte del Gobierno en Londres. Lo que sucede es que May continúa confundiendo deliberadamente el "interés nacional" con el capricho ideológico de los conservadores. A lo largo de décadas, los tories responsabilizaron a Europa de todos los males. Una mentira que ahora devora al partido desde dentro.
Tras el disparate del Brexit, este preacuerdo quizá sea la opción menos mala para Londres
Como ha informado el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, los 27 miembros de la UE están convocados para una reunión de urgencia el próximo día 25 con el fin de "finalizar y formalizar" este acuerdo. Si se aprueba, el Parlamento británico deberá votarlo en diciembre. La ratificación allí se presenta complicada, porque tanto euroescépticos como europeístas están disconformes con lo establecido. Los primeros lo definen como una "capitulación"; sostienen que pierden todo el control político debiendo obedecer las reglas de Bruselas sin participar en la discusión. Los segundos consideran que esto es peor que el statu quo y exigen un nuevo referéndum algo -de momento- descartado.
Los politicos británicos, acostumbrados a un eterno trato de favor por Bruselas, no esperaban la fortaleza negociadora de la UE. Sin fisuras, la parte comunitaria ya ha advertido que no habrá sugerencias adicionales. Tras el disparate del Brexit, este preacuerdo quizá sea la opción menos mala para Londres. Pero la enorme presión sobre May persistirá. La lucha por el poder, siempre descarnada y a menudo mezquina, aquí además se produce entre una clase política carente de un mínimo consenso europeísta.
El enfrentamiento que se avecina en Westminster será muy duro.